Dom 03.04.2005
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E-CASH DE LECTORES

Salarios

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La cuestión no es salarios contra precios. Realidad distinta a la que la “racionalidad” mercantilista se niega. Los trabajadores bancaron la crisis con sus salarios como gratuito aporte de capital financiero. No todo proceso inflacionario tiene el mismo origen. Tiempo de romper con las zonceras de la economía ofertista del modelo. La gobernabilidad como falacia de desgobierno. Gobernar única alternativa de estabilidad con desarrollo. La racionalidad que muestra como inconveniente los aumentos salariales resulta signo inocultable de la crueldad ideológica y desprecio por la justicia social que conlleva el mercantilismo capitalista-liberal.
En términos sencillos y reales, al mantener a los salarios como un valor de proporción ínfima del costo en la elaboración de productos, en la empresa convierte al trabajador en socio capitalista no habilitado en la proporción en que se eleva la productividad. A la vez, esta “contribución” financia la estabilidad y desarrollo económico del país. Estabilidad que si bien al restarse poder de compra, convierte al proceso en crecimiento en lento y constante, ahuyentando de las incertidumbres que se crean cuando aparecen situaciones inflacionarias que generan turbulencias.
Ahora bien, ¿son de la misma condición los procesos inflacionarios que se dan por emisión sin respaldo, respecto de los que se dan por sectarismos, expectativas o por desfasaje entre oferta y demanda? El ministro, tan claro frente a los periodistas, haciendo docencia debería informar a la población sobre estas diferencias de forma que la sociedad sepa distinguir y el empresariado no utilice excusas o asuma riesgos, teniendo en cuenta que se salió de la grave crisis de diciembre 2001 gracias al “aporte financiero” de la pérdida de poder adquisitivo del salario. Poner en evidencia si la cuestión tiene que ver con el ajuste técnico del flujo de caja o con un nuevo acto sectario y antisocial. Una de las zonceras sobre la que el modelo económico neoliberal se posicionó degradando los derechos laborales y los salarios, fue el falaz argumento de la economía de oferta. Ofertismo que representaban como el “tomarse de los cordones” dado el unilateralismo de bajar los impuestos que significaban automáticamente subir las ganancias empresarias como forma de incrementar la producción. Un elevarse tomándose de los cordones que significaba crear una cínica racionalización de sus privilegios empresarios, del capital sobre los trabajos. A la economía de oferta se le opone la ya experimentada economía de demanda utilizada desde mediados de los años ‘30 del siglo pasado. Durante cuarenta años este modelo introducido por Keynes permitió la existencia de una democracia social con pautas de justicia social y equidad económica. Este modelo que quedó en la memoria como el que apelaba a la inversión pública y a la emisión de moneda como factores de sostén de niveles de actividad económica que propendían al crecimiento y desarrollo, contiene conceptos y propuestas que están más allá de aquellos mecanismos que deberían considerárselos hoy como sub-variantes. Lo medular de ese modelo se encontraba en su enfoque heterodoxo de la economía, en estar más allá de las leyes de mercado y de su tendenciosa mano invisible que mal asigna recursos. La clave resultaba ser el que la mano de los gobiernos supervisaran el proceso económico y en lugar de piloto automático pusieran un ministro de economía que monitoreara las variables y sostuviera una adecuada interacción entre nivel de producción-demanda, equidad distributiva y social. En bruto se podría asimilar el keynesianismo con esas cadenas donde cada uno le envía a otros diez cartas con tarjetas o diez con un dólar cada una. Pasado un cierto tiempo con el incremento de jugadores en la cadena, generaba un flujo creciente de tarjetas o dólares por el que los más antiguos cosechaban ganancias por efecto del rebote encadenado en espiral creciente. Por efecto “natural” de un incremento constante de los jugadores, éstos iban recibiendo ganancias muy por encima de la “inversión” de los diez dólares “iniciáticos”.
Desde ya que no es igual la actitud de los jugadores cuando la inversión es de diez dólares dentro de un simple juego que cuando se trata de inversiones de un cierto porte que incluyen procesos productivos, instalaciones complejas, toma de personal y compromisos con clientes. En un escenario como en el que juegan los grandes empresarios guiados por sus intereses de lucro, arriesgando capital y enfrentados con competidores con poder desigual y dispuestos a no perder. En ese escenario la posibilidad de disciplinamiento de los jugadores se hace más difícil. Pero, casualmente, más allá de lo que se pueda criticar del sistema mercantilista, la política asociada a la democracia no ha aparecido para reconocerse incapaz de gobernar. Todos los sistemas que funcionen dentro de una realidad social deben estar bajo control de gobierno. Gobernar en este caso en base a políticas económicas conducidas por los equipos gobernantes desde una conciencia de economía política gestionada particularmente por el ministro del área.

Juan Carlos Corica
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