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› Por Marcelo Zlotogwiazda
“Uno deja de oler el perfume que usa, lo vuelve parte de su
propio olor. Sucede igual con los defectos. Han estado tanto
tiempo con nosotros que terminan no pareciendo defectos sino
parte natural de cada uno”.
A esta altura se sobreentiende que el enojo es parte del discurso de Néstor Kirchner, aunque el enojo de un Presidente muchas veces puede oler más a perfume que a defecto, en especial si va acompañado de prácticas acordes al discurso. Por ejemplo, huelen bien cuando despotrica contra el Fondo Monetario Internacional, pero el aroma se enturbia cuando se observa cómo le paga puntualmente.
El último enojo del Presidente contra los supermercados ni siquiera huele bien en las palabras. Han sido puro defecto. Alterado por el salto de la inflación a 1,2 por ciento en septiembre, Kirchner acusó a “grupos económicos que nos quieren desestabilizar y perjudicar al pueblo”, y especificó diciendo que “son, entre otros, tres o cuatro grandes supermercados cartelizados que quieren mandar el bolsillo de los argentinos ... generando una pequeña inflación, porque se quieren apropiar de la rentabilidad que deberían compartir con el pueblo”.
La conspiración de la fortuna a la que apunta Kirchner no se condice para nada con la explicación que ese mismo miércoles esbozó el subsecretario de Política Económica, Sebastián Katz, ni tampoco con lo que al día siguiente manifestó el propio Roberto Lavagna. Para ambos, lejos de tratarse de una confabulación de supermercadistas oligopólicos, el aumento de precios obedeció a razones estacionales y, fundamentalmente, a un crecimiento de la demanda que no está acompasado con el aumento en la oferta, debido a que el nivel de inversión es insuficiente. Si bien anunció que se mantendrán los acuerdos sectoriales para frenar la subida, el ministro expresó que “la solución de fondo es aumentar la inversión”. Y lo expresó tras anunciar medidas de financiamiento promocional para que las Pymes inviertan.
En este caso el enojo del Presidente fue equivocado. No hay ningún elemento que les cargue responsabilidad a las grandes cadenas de supermercados, que en estos tiempos no se caracterizan por disfrutar de grandes márgenes, ni de elevada rentabilidad, ni tampoco evidencian prácticas colusivas. Si bien no hay que descartar que el error de Kirchner haya sido premeditado estratégicamente, con la intención de advertir, de asustar, de mostrar autoridad y firmeza en el timón. Lo interesante es preguntarse si con esas actitudes no está conspirando contra la recuperación de la inversión, la expansión de la oferta y, por ende, contra una política antiinflacionaria.
Cuesta entender por qué con una economía que acumula un número record de trimestres de alto crecimiento y que a la vez pareciera tener un horizonte macroeconómico bastante despejado en el mediano plazo no esté ejerciendo un efecto de aceleración sobre la inversión. El último informe de la consultora Economía & Regiones ilustra lo anterior señalando que en un contexto en que “la producción recuperó el nivel que prevalecía antes de la debacle 1998-2002, la composición del Producto Interno Bruto actual es bien diferente: aumentaron las exportaciones, aumentó el consumo público, creció marginalmente el consumo privado, y cayó la inversión”. En efecto el indicador de la inversión más apropiado para este enfoque (la inversión bruta interna fija, IBIF) perdió dos puntos porcentuales de participación en el PIB respecto al que tenía en 1998. Para peor, dentro de la IBIF, la inversión en equipo durable de producción ha perdido espacio a manos de la construcción, que pese a tener un efecto obviamente muy valioso sobre elempleo, lo tiene muchísimo menos que la capitalización en maquinarias y equipos en términos de ganancias de productividad y en mejoras de oferta, que es el punto central en cuestión respecto a la problemática inflacionaria.
Como lo creen en Economía, la consultora que dirige el nieto de Rogelio Frigerio (con antecedentes en el menemismo) considera que “la calidad de la inversión no es la adecuada como para asegurar un crecimiento sustentable de largo plazo sin inflación”.
Pero lo cierto es que Kirchner también piensa eso, al punto que le ha dedicado algunos de sus últimos discursos a pedirle a los empresarios más inversión.
El problema es que la respuesta tarda en llegar, y que en privado no son pocos los grandes empresarios que señalan como alguna de las razones de la escasa inversión la falta de señales favorables por parte del Presidente y algunos de sus discursos que no les huele a perfume. Y no son sólo varios hombres de negocios que piensan así. Lo mismo se escucha en privado dentro del Ministerio de Economía.
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