CONTADO
› Por Marcelo Zlotogwiazda
El canciller y candidato a senador, Rafael Bielsa, promete que desde su banca va a propiciar una reforma tributaria de sesgo redistribucionista. La candidata a diputada por el oficialismo en la Capital Federal Mercedes Marcó del Pont se pronuncia a favor de “un cambio más de fondo, más equitativo, con eje en el empleo”, y agrega que “el Estado quiere hacer de la obra pública un factor dinamizador del empleo”. El secretario de Infraestructura porteño y líder de un partido aliado al kirchnerismo, Roberto Feletti, afirma que “ahora la discusión tiene que ser sobre cómo se profundiza la cuestión del ingreso y si el pleno empleo es suficiente para una distribución más justa”, y enfatiza “la necesidad de pensar en un Estado capaz de intervenir en la oferta monopólica, como oferente, ya sea regulando o produciendo”.
A medida que gente del Gobierno o de sus alrededores hace oír voces como las mencionadas, en el bloque del poder económico se preguntan con creciente inquietud si después del próximo domingo se viene un viraje hacia una política económica que algunos etiquetan como redistribucionista; la imaginan como una receta con todos los ingredientes que aparecen en las citas anteriores, tendiente a iniciar una etapa donde el crecimiento se refleje mucho más en ganancias de bienestar para los más postergados. Y obviamente, no es una receta de su agrado.
Sobran razones para plantearse objetivos redistribucionistas. Ni qué hablar desde una perspectiva voluntarista de justicia social, aunque tampoco faltan fundamentos realistas sobre la disponibilidad de recursos para financiar una estrategia de mayor reparto: basta tener en cuenta el extraordinario superávit fiscal, a lo que podría agregarse el fruto de una reforma tributaria. Pero además, la tentación del distribucionismo está alimentada por los pobres resultados en ese sentido que el Gobierno ha obtenido hasta el momento considerando el contexto macro.
El último informe de la consultora M&S muestra una comparación reveladora entre los primeros tres años de la Convertibilidad luego de la híper de principios de los años ‘90 y lo que sucedió en el trienio posterior a la hecatombe de la Convertibilidad. El punto de partida que torna interesante la comparación es que en ambos períodos hubo un fortísimo crecimiento económico de magnitudes casi idénticas, de alrededor del 28 por ciento. Sin embargo, la divergencia es mayúscula al contrastar los siguientes indicadores:
u Pobreza: mientras en los primeros tres años de la Convertibilidad cayó a la mitad y desde niveles inferiores a los que había en lo peor del año 2002, desde entonces se redujo en sólo una cuarta parte;
u Ingreso real de los salarios más bajos: en el trienio 1991-1993 la recuperación fue del 33,2 por ciento, mientras que en el trienio 2003-2005 será de apenas el 16,4, es decir la mitad.
Respecto de esto último, una característica distintiva de lo que está sucediendo ahora es la enorme disparidad entre la suerte de los incluidos y la de una cantidad mucho mayor que hace quince años de personas que quedaron marginadas de la formalidad y con chances pequeñas de mejorar esa situación. Medido por poder adquisitivo, mientras los asalariados formales recuperaron con creces en los últimos tres años lo que habían perdido durante la hipercrisis, los informales están no sólo muy lejos de ese punto, sino que en lo que va del año se alejaron un poco más.
Con los matices del caso, desde los sectores de poder económico quisieran que el viraje posterior a las elecciones fuera hacia una política mucho más amigable con el más elemental capitalismo (market friendly, en la jerga) de lo que ha sido hasta ahora. Y de ahí surge el deseo de que lo mejor que podría sucederles el próximo domingo (dentro de las alternativas probables) es una victoria no demasiado holgada por parte del kirchnerismo, de manera tal que no haya triunfalismo suficiente para redistribucionismo. El razonamiento de la city es que un triunfo acotado impediría que un Presidente al que ellos ven como más proclive al populismo pueda preponderar de manera determinante sobre un Lavagna al que no ven con total simpatía pero que claramente consideran un contrapeso moderado.
¿Qué es lo que piensan en el Gobierno para después del 23/10? Así formulada, la pregunta no tiene respuesta. Una cosa es lo que tienen Kirchner y su entorno en la cabeza, y tal vez sea otra la que tenga en mente Economía. Y por qué no plantearse que, si se confirman los resultados que anticipan las encuestas, el escenario para el 24 en adelante no sea un viraje ni para un lado ni para el otro, sino un poco más de lo mismo.
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