CONTADO › CONTADO
› Por Marcelo Zlotogwiazda
Mientras estudiaba en la Universidad estadounidense de Yale hace unos treinta años, Philip Tetlock presenció en una de sus clases el siguiente experimento: se colocaba a una rata frente a un cubículo dividido por mitades a las que podía acceder con igual facilidad y en las que se colocó muchísimas veces en forma alternada y al azar comida, con la particularidad de que al final del experimento un 60 por ciento de las veces la comida era puesta en la parte derecha y un 40 por ciento en la parte izquierda. Simultáneamente se les pidió a los alumnos (que desconocían la frecuencia final) que predijeran vez por vez de qué lado iba a ser colocada la comida. La rata se dio cuenta de que la comida aparecía más a menudo del lado derecho que del izquierdo, y al final del ejercicio resultó que fue a esperar el premio de ese lado casi un 60 por ciento de las veces. Mientras que los alumnos, preocupados en encontrar cuál era la regla oculta se jugaron un 52 por ciento de las veces por el lado derecho y un 48 por ciento por el izquierdo. Peor que las ratas.
Se ve que Tetlock quedó tan impresionado por el experimento que ya como psicólogo recibido dedicó su vida a investigar sobre los pronósticos, y acaba de volcar sus conocimientos en el libro Expert political judgment ¿How good is it? ¿How can we know? (que en una traducción no literal pero significativa sería: Los pronósticos políticos de los expertos. ¿Son buenos o no? ¿Cómo saber diferenciarlos?). A juzgar por la reseña publicada hace dos semanas en la revista The New Yorker por el crítico Louis Menand el texto es fascinante y muy provocativo.
Para empezar, una de las conclusiones que extrae Menand es que “la certeza de las predicciones de los expertos está en relación inversa con la confianza que se tienen y, más allá de cierto punto, con la densidad de sus conocimientos”. Por si no quedara claro agrega: “Las personas que siguen la realidad en base a una lectura regular de diarios y revistas están en condiciones de adivinar lo que puede ocurrir con la misma precisión que los especialistas que los diarios y revistas citan”.
La base de la investigación fueron 82.361 pronósticos que Tetlock les solicitó a lo largo de veinte años a 284 personas que “se ganan la vida haciendo comentarios y vendiendo servicios de consultoría en cuestiones políticas y económicas”. Un grupo de preguntas se hizo bajo la consigna de que los expertos le adjudicaran probabilidad a tres alternativas posibles en una serie de fenómenos o tendencias. Por ejemplo, si el crecimiento de determinado país se iba a mantener, acentuar o disminuir, o si la represión en algún otro lugar iba a empeorar, atenuarse o permanecería igual. Lo que a lo largo de la investigación Tetlock demostró es que la aproximación de los expertos a lo que efectivamente sucedió fue menor a lo que habría sido si directamente le hubieran adjudicado un tercio a cada una de las tres alternativas. Es decir con un criterio que nada tiene que ver con la sabiduría.
Una manera diferente de probar lo mismo fue practicada varias veces con monos que elegían a su modo un grupo de acciones que terminaban rindiendo más que la cartera seleccionada por sesudos expertos bursátiles. Una prueba de estas características se realizó aquí en el programa Día D cinco años atrás: ganó el mono.
Por más que a algunos les cueste aceptar cierto menosprecio por la aplicación práctica del conocimiento (este columnista reconoce formar parte de esa resistencia), la evidencia empírica de los pronósticos económicos es abrumadoramente descalificatoria. Sin ir más lejos, hace dos semanas en este suplemento Fernando Krakowiak mostró lo erradas que resultaron las predicciones para el 2005 que a fin del año pasado realizaron los más reputados economistas que integran el selecto lote de gurúes que releva el Banco Central. Hace un año vaticinaban en promedio que la economía iba a crecer 5,8 por ciento, que las reservas del Banco Central iban a abultarse en 1600 millones de dólares, que la inflación anual iba a ser del 7 por ciento, que las exportaciones llegarían a 35.000 millones de dólares, y que la recaudación tributaria llegaría a 109.000 millones de pesos. La realidad fue muy diferente: el PBI subió alrededor del 9 por ciento, las reservas se incrementaron más del cuádruple (si, obviamente, no se toma en cuenta la corajuda decisión de castigar al FMI cancelando toda la deuda anticipadamente), las ventas al exterior van a oscilar en los 40.000 millones, y a la AFIP ingresarán unos 10.000 millones extras.
Según Louis Menand, el libro de Tetlock invita a desconfiar pero también a esforzarse y pensar con criterio propio. Nada menos.
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