Dom 19.03.2006
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Desclase dirigente

› Por Marcelo Zlotogwiazda

Unas cincuenta personas se reunieron en torno de las tres barbacoas instaladas en la residencia del embajador en España y pudieron disfrutar, en una noche sorprendentemente primaveral, de un carpaccio y luego de exquisitos asados que fueron muy elogiados por los presentes. La degustación, a la que asistieron invitados importadores europeos y técnicos de la Unión Europea, fue el corolario de la presentación de los resultados de un proyecto comenzado hace tres años con el objetivo de exponer las mejoras y la excelente calidad de las carnes del país, y a su vez fue el final de una gira de promoción que pasó antes por Alemania e Inglaterra.

También de este tipo de cosas se entera uno leyendo diarios uruguayos en búsqueda de información sobre la polémica respecto de las plantas de pasta celulosa. Nada decía, pero no hace falta leerlo, sobre la inmensa alegría que hay en el país vecino por el regalo que les representa la retirada de la Argentina del mercado mundial de carnes, justo en momentos en que la demanda mundial es record histórico y el precio está por las nubes. Hasta que las plantas de Fray Bentos comiencen a producir, la carne es para Uruguay la principal fuente de divisas y representa nada menos que el 7 por ciento del comercio mundial de carne vacuna.

Según las últimas estimaciones del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, el país que más iba a aprovechar el favorable contexto internacional era la Argentina, subiendo su participación en el comercio mundial al 15 por ciento. Pero tras la drástica decisión tomada por el Gobierno, ese porcentaje se va a desplomar con, entre otras, las siguientes consecuencias: pérdida de ingresos fiscales por retenciones, caída en el ingreso de divisas, fuertes quebrantos para el sector privado, desincentivos a la inversión para aumentar el stock de animales y enojo en mercados importadores que en un futuro habría que reconquistar con dificultad. Claro que para el Gobierno todos esos costos se justifican en pos de una urgencia mayor, como frenar la escalada en el precio interno de la carne y evitar el impacto en el costo de vida.

Pero la pregunta inevitable es: ¿no hay manera de compatibilizar ambos objetivos, el de seguir exportando aunque sea una parte sin que eso golpee fuerte en los valores domésticos? ¿Acaso no se puede replicar en la carne el mismo esquema que con el petróleo, que se sigue exportando a altísimos valores internacionales, pero que su precio local está congelado gracias a las retenciones y a un eficaz manejo político?

En Casa Rosada y en Economía aseguran que eso no es posible por la actitud poco predispuesta a negociar de los privados, que querrían todo sin ceder casi nada, como buenos ganaderos que pretenden ser siempre ganadores.

Del otro lado del mostrador devuelven acusaciones igualmente subidas de tono: “No escuchan”, “hacen oídos sordos a nuestras propuestas”, “los interlocutores no conocen del tema y toman decisiones extremas y a la vez descabelladas y contraproducentes”, dicen sin que nadie se anime a identificarse por miedo a represalia.

La verdad seguramente está en algún lugar intermedio, al que la clase dirigente, política y privada, hasta el momento no sabe converger.

Aseguran los que saben que la fórmula inteligente de salir adelante requiere de elementos que sí supieron conseguir las clases dirigentes de Uruguay y Brasil, por citar dos ejemplos vecinos que además son exportadores de carne. Del primero se rescata la decisión política (mantenida por el Frente Amplio) de restringir el consumo interno, en particular de los cortes caros, para generar excedentes exportables.

El caso brasileño es aun mucho más aleccionador. Con una política impulsada sostenidamente desde hace tres lustros, pasó de tener la misma cantidad de ganado que la Argentina a cuadruplicarla, y convertirse así en el primer exportador mundial por lejos. Algunos ingredientes de esa política son el uso intensivo de tecnología para mejoramiento genético, la prohibición de faenar hembras durante un tiempo, créditos, subsidios, asignación planificada de tierras (allá no se usa la mejor tierra para ganadería), y la modernización progresiva pero persistente de su sistema de comercialización. Primero en las grandes ciudades y con el correr del tiempo, en casi todo su enorme territorio se fue imponiendo la prohibición de que al expendedor final llegue la carne en media res, y que en su lugar se distribuya en cuartos y sin hueso (salvo el asado, claro). Además de mayor salubridad, eso permitió una mejor asignación para el mercado local (más cortes caros para zonas de mejor poder adquisitivo y viceversa), y también facilita la exportación de cortes caros.

No es que aquí a nadie se le ocurrió. Se lo intentó a comienzos de los ’90 con una campaña denominada “Corte por lo sano”. Pero duró sólo unos meses. Debido a que la resistencia de algunos jugadores del sector privado a modernizarse e invertir no quiso o no pudo ser doblegada por el gobierno de entonces. Típico comportamiento de nuestra clase dirigente.

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