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› Por Marcelo Zlotogwiazda
Buenos Aires es una de las veinte megaciudades del mundo con más de 10 millones de habitantes, categoría en la que también se encuentran Tokio, México, Nueva York, San Pablo, Mumbai (ex Bombay), Delhi, Los Angeles, Calcuta, El Cairo, Bogotá y Shanghai. Si se les preguntara a los que viven en la metrópoli argentina si preferirían mudarse a algún pueblo o ciudad menos poblado, seguramente una gran mayoría diría que no. Sin embargo, entre los expertos en urbanismo hay una creciente preocupación por la tendencia mundial a concentrarse en megalópolis y denodados esfuerzos por imaginar estrategias para interrumpir ese proceso. Por ejemplo, en la Décima Bienal de Arquitectura de Venecia, que está en pleno desarrollo, varios disertantes bregaron por impulsar soluciones urgentes que tuerzan el rumbo y eviten que, tal como se estima, en el año 2050 tres cuartas partes de la población mundial viva en megaciudades. El alerta tiene asidero en diversos problemas serios que ya ocasiona la situación actual y que inexorablemente se multiplicarían si no hay cambios drásticos de ahora en más, entre los que sobresalen la inseguridad, el consumo excesivo de recursos y la afectación de los equilibrios ecológicos.
En cuanto a la inseguridad, el ejemplo paradigmático citado fue San Pablo, donde se producen 100 mil asesinatos por año. Eso provocó, entre tantas otras reacciones, que la minoría adinerada ya no sólo se recluya en viviendas transformadas en fortalezas o se mueva en autos blindados; los más sofisticados están recurriendo cada vez más al helicóptero para moverse dentro de la ciudad: ya hay más de mil que surcan el cielo cada día trasladando a empresarios, políticos y altos ejecutivos. La capital industrial brasileña es ciertamente el caso extremo de polarización social, pero no cabe duda de que la desigualdad es en mayor o menor medida una característica intrínseca a las megalópolis, con todo lo nocivo que de ello se desprende, además de la violencia.
No casualmente, uno de los popes de la ecología mundial, Lester R. Brown, acaba de subir a la página web de la organización que encabeza con sede en Washington, Earth Policy Institute, un resumen del capítulo 11 “Diseñando ciudades sustentables” del recientemente editado “Plan B 2.0: Rescatando a un planeta bajo estrés y a una civilización enferma”. Historiando el proceso de urbanización, Brown apunta que mientras a comienzos del siglo pasado las ciudades con más de un millón de habitantes eran un puñado, para el año 2000 ya había más de 400, veinte de las cuales con más de 10 millones. Sostiene que “la ciudad requiere una concentración de alimentos, agua, energía y materiales que la naturaleza no puede proveer, por lo que el rejunte y posterior dispersión de todo eso en forma de residuos, agua servida y polución en el aire es un desafío muy difícil para los respectivos gobiernos”. El descontrol de la cuenca Matanza-Riachuelo y la dificultad para encontrar soluciones viables a la basura que genera en Buenos Aires son dos dramáticas traducciones a lo doméstico de esa problemática.
Otros impactos negativos de la megaurbanización derivan del modo de transporte. Brown cita a Richard Register, autor del libro Ecocities, manifestándose a favor de que las ciudades comiencen a ser rediseñadas para la gente y no en función de los autos; y dando algunos pasos más propone imaginar y adaptar ciudades para que la movilidad pueda realizarse sólo a pie, en bicicleta o a lo sumo en transporte público. Aunque la situación no es tan grave como por ejemplo en México, en Buenos Aires se sabe desde hace mucho lo que es padecer la contaminación y las demoras del tránsito. A lo que ahora se suman los inconvenientes actuales y potenciales de desabastecimiento energético, lo que tiene como una de sus causas el exagerado uso del automóvil y, en general, el dispendio de recursos propio de las megalópolis. Buenos Aires no pareciera amenazada por la escasez de agua, pero como parte del planeta convendría tener en cuenta que en China, por mencionar un caso, hay 400 ciudades que enfrentan la falta crónica de tan elemental recurso; Beijing está pensando en abastecerse del río Yangtze, situado a una distancia de ¡1500 kilómetros!
En la apertura de la Bienal veneciana, su máximo directivo, Richard Burdett, instó a que cuando el evento culmine, el próximo 19 de noviembre, se pueda elaborar un manifiesto capaz de frenar el monstruo de las megalópolis, y apeló a la creatividad para poder crecer en alianza con la naturaleza. A simple vista puede sonar a excéntrica preocupación primermundista. Pero es sabido que a simple vista no se alcanzan a ver aspectos profundos y esenciales.
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