CONTADO
› Por Marcelo Zlotogwiazda
Uno de los ya lanzados a la carrera presidencial propuso en septiembre de 1999 “introducir una serie de ajustes sin devaluar para ganar unos quince puntos de competitividad, con reformas que incluyen la flexibilidad laboral, la baja de impuestos al trabajo, y una baja y reasignación del gasto público”. Contradecía lo que un colega suyo había planteado tres años y medio antes, cuando señaló que “si bien no es aconsejable hablar de abandonar ahora el sistema de convertibilidad, sí podría serlo dentro de tres o cuatro años”. Es curioso y muy aleccionador que la primera moción antidevaluatoria haya sido formulada por Roberto Lavagna, el mismo que luego despotricó y le adjudicó al esquema que antes pretendía corregir la catastrófica situación que como ministro de Economía del devaluador presidente Eduardo Duhalde y después de Néstor Kirchner contribuyó sustancialmente a mejorar con una política que tiene y tuvo como eje central un tipo de cambio mucho más alto. También es curioso y aleccionador que la tímida sugerencia de devaluar “dentro de tres o cuatro años” haya sido hecha en abril de 1996 por José Luis Machinea, el mismo que cuando cuatro años después llegó el momento defendió obstinadamente la convertibilidad desde el sillón de ministro de Economía de Fernando de la Rúa.
Las declaraciones de Lavagna y Machinea encabezan a modo de contrapunto de citas el capítulo 12 de Macroeconomía argentina, un libro de texto de reciente aparición escrito por Miguel Braun y Lucas Llach. Constituye un buen ejemplo para ilustrar la enorme utilidad de un manual de estudio sobre la materia elaborado específicamente para la Argentina. Con perlas como ésas, con un estilo didáctico y entretenido que es inusual para escritos de economía, y con innumerables referencias a la realidad local para ilustrar la enseñanza teórica, las casi quinientas páginas del libro conforman sin duda una buena noticia.
Más allá de esa evaluación general, el enfoque es inevitablemente sesgado, y por lo tanto sujeto a crítica y disparador de polémica. Y como no podría ser de otra manera, se trata de un libro incompleto. Pero hay por lo menos un par de omisiones muy sintomáticas. El texto no aborda en profundidad, y ni siquiera roza, la temática de la distribución del ingreso, una variable que cualquier macroeconomista serio y sensible tendría que considerar entre sus prioridades, y que todo estudiante debería incorporar en lugar destacado de su equipaje. Ni la distribución funcional entre factores de producción ni entre clases sociales o regiones aparecen siquiera descriptas. Apenas hay un par de frases al pasar, como la del comienzo del capítulo 2, que afirma que “el mundo es, desde el punto de vista económico, un lugar muy desigual: hay gente extremadamente rica y gente extremadamente pobre”. Sobre los motivos de la desigualdad o sobre el herramental de medición, prácticamente nada. El reparto de la torta jamás aparece cuando se tratan los efectos de diferentes medidas de política económica.
Debe ser bien difícil encontrar semejante omisión en algún libro sobre la materia. Desde el tradicional Curso de Economía de Paul Samuelson, hasta el más reciente Macroeconomía de N. Gregory Mankiw, y obviamente en la Introducción a la Economía Moderna de Joan Robinson y John Eatwell, la distribución del ingreso es un elemento presente. Lo mismo que en textos locales mucho más elementales e incompletos como los viejos Elementos de Economía Moderna de Nicolás Argentato; incluso Economía Política de César Belaúnde, un libro de texto para enseñanza media escrito en 1960, destina todo un capítulo al tema.
Es muy probable que no sea casual que el libro también omita toda explicación respecto del impacto que en materia distributiva tienen los diferentes tipos de impuesto. Se enumera que existen gravámenes a los ingresos, a las transacciones y al patrimonio, pero ni una línea sobre su progresividad o regresividad relativa. Naturalmente, la política tributaria no figura en la consideración como herramienta macroeconómica de potencial redistributivo. Se analiza la suba o baja de impuestos sin importar cuáles.
Kirchner reconoció que la distribución del ingreso es una “asignatura pendiente” y tiene lo que falta de su mandato y casi seguro el próximo para cumplir la promesa. En el libro también es una asignatura faltante. Habrá que ver si sus inteligentes autores lo reconocen, y en tal caso rinden la materia en la segunda edición.
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