CONTADO
› Por Marcelo Zlotogwiazda
Al cierre de esta columna todavía ningún responsable había salido a dar la cara y explicaciones sobre el torpe manoseo al que fue sometido el Indec y el cálculo de la inflación de enero. Su titular, Lelio Mármora, sigue borrado con licencia por enfermedad; su inmediato superior, el secretario Oscar Tangelson, se hace el distraído, y más arriba, ministros y Presidente callan. Parece que la estrategia elegida es dejar pasar el tiempo como remedio para una herida que cualquier funcionario consultado reconoce en privado. Desde que fue creada, hace casi cuarenta años, la institución nunca sufrió semejante descrédito, que es de los peores males que pueden afectar a un organismo encargado de brindar información objetiva.
Hasta ahora las críticas de los entendedores se limitaban a cuestiones metodológicas pero, salvo desde la clásica suspicacia conspirativa de los legos, nunca se había puesto seriamente en duda la veracidad de los datos. Por primera vez, la ostensible manipulación dejó el terreno fértil de argumentos para escépticos y desconfiados.
Otra manera de contrarrestar los efectos del escándalo sería que el Gobierno aprovechara el revuelo que armó para dotar al Indec de mayor autonomía e independencia, profesionalizando al máximo los sistemas de nombramiento y remoción, incluso sometiendo a concurso al cargo máximo: ¿qué justificación existe para que se trate de un cargo político, que no sea una justificación política?
Además del daño institucional, la grosera movida oficial amplificó la amenaza inflacionaria. Por empezar, porque al quedar colocada en el centro de la escena se corre el peligro de que se desaten comportamientos (por ejemplo remarcaciones preventivas) que potencien el problema. Para botón de muestra, en su informe sobre la Argentina posterior a la difusión del maquillado índice de enero, el Wells Fargo Bank señala: “Con la acción sobre el Indec el presidente Kirchner aumentó el riesgo para la economía argentina. Queda claro que la inflación es el enemigo más grande, así como el riesgo mayor en la preparación del terreno para su reelección o para la candidatura de su esposa”. Lo paradójico es que en el mismo reporte el banco estima que la inflación será este año inferior a la del año pasado.
Con su torpe yerro el Gobierno dejó la pelota picando para que la oposición política y algunos consultores dispusieran de una buena oportunidad de ataque en materia económica, que era justo el área donde se le hace más difícil penetrar. Un fantasma inflacionario sobredimensionado envalentonó a una ristra de economistas nostalgiosos a abogar por algún tipo de ajuste que enfríe la economía y/o por un cambio en la política monetaria que interrumpa la acumulación de reservas y en consecuencia permita una mayor revaluación del peso que la que de por sí ya está teniendo dado el dólar virtualmente clavado y precios que ya acumulan 90 por ciento de aumento desde la devaluación. Son los que añoran los tiempos de ajuste, aunque difícilmente extrañen la ortodoxia fiscal; porque de esa ortodoxia al kirchnerismo no hay quien le gane.
Un ejemplar nostálgico es un tal Christopher Ecclestone, presentado como “estratega” de la firma bursátil Buenos Aires Trust Company. Con fecha 12 de febrero y un remanido alusivo al Don’t cry for me Argentina, escribió un informe donde se pronuncia a favor de un enfriamiento del nivel de actividad, de una política monetaria contractiva y de permitir que el dólar se abarate. Su recomendación pierde todo peso específico atento a la barrabasada propia de un principiante: en el artículo dice que “por primera vez desde 2001 la inflación es más alta que el crecimiento, lo que implica un crecimiento negativo”. El primer error estriba en que ya el año pasado los precios subieron más que el PBI (10 vs. 8,5 por ciento). Pero comparar esos guarismos es sumar peras con manzanas, ya que las cifras de crecimiento son valores reales, es decir neteadas del efecto precio.
Por supuesto que no tan nocivo como el del Gobierno, que a fuerza de abusos insensatos e innecesarios está bastardeando una herramienta muy preciada de política económica como es la política de ingresos en su arista de intervención en precios, que tal como lo remarca el cada vez más afamado economista estadounidense Nouriel Roubini en su página de Internet, es una herramienta que está siendo utilizada intensamente en estos días por México, Venezuela, Malasia e India, entre otros. Controles que de por sí no son ni buenos ni malos, depende de cómo se los aplique. El 31 de diciembre de 2006 esta columna cerraba señalando: “La mala aplicación de la herramienta no sólo la torna ineficaz en el momento sino que además abona al descrédito... La confianza no es como un destornillador que se puede recuperar comprándola en la ferretería. La intervención mal hecha para frenar los precios está comenzando a costar un poco caro. Y cuando algo se encarece urge intervenir en el asunto”.
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