CONTADO
› Por Marcelo Zlotogwiazda
Brasil viene recuperando impulso productivo y se estima que este año el Producto Bruto crecerá por encima del 4 por ciento. En ese marco, el presidente Lula da Silva fue chiflado por una parte importante de la concurrencia a la inauguración de los Juegos Panamericanos en Río de Janeiro el pasado viernes 13, y seguramente lo sería más ahora luego de la tragedia en el aeropuerto paulista.
La Argentina creció a un promedio de casi 9 por ciento en los últimos cuatro años y las proyecciones más conservadoras señalan que 2007 sumará 7,5 por ciento más. En ese marco, el kirchnerismo acaba de perder dos elecciones importantes y hay un sector de la población muy enojado con el Gobierno.
Para un primer abordaje a esas situaciones paradójicas que ambos países tienen en común, resulta útil aquel legendario graffiti del Mayo Francés que decía: “Nadie se enamora de una tasa de crecimiento”, como metáfora de que esa variable no alcanza para explicar el humor social. Y tanto aquí como allá hay motivos que explican los chiflidos y los enojos. Entre esas razones, hay dos muy importantes que son compartidas: la inseguridad y los escándalos de corrupción. Así como acá se destapó primero el caso Skanska y luego el de la bolsa de la ya ex ministra de Economía, en Brasil los hechos son tantos que el domingo pasado The Washington Post publicó una extensa nota titulada “Ola de casos de corrupción en Brasil”. Respecto de la inseguridad y el delito, las encuestas revelan que es preocupación prioritaria en la metrópoli de Buenos Aires, y algo similar sucede con la violencia en Río de Janeiro y en las grandes urbes brasileñas. A la lista de motivos del malestar doméstico se le puede añadir, siguiendo la guía trazada por un altísimo funcionario de Gobierno, el racionamiento energético, el alza de precios y algunas torpezas políticas como las de Misiones, Santa Cruz y el Indec.
El abordaje anterior es sólo parcialmente válido. Ya que si bien hubo abucheos para Lula, según un sondeo de Ibope la mitad de los brasileños opina que su gobierno es “excelente” o “bueno” mientras que sólo el 16 por ciento lo considera “malo” o “pésimo”. Y la irritación local también contrasta contra una imagen que, aunque algo cayó, sigue siendo alta para el Presidente, y contra una intención de voto que le augura un cómodo triunfo a su mujer como candidata ya lanzada a sucederlo. El creciente enojo, que para el Gobierno no pasa desapercibido, está focalizado en sectores de clase media para arriba de las grandes ciudades.
¿Pero entonces el crecimiento enamora a las mayorías y los rebeldes de 1968 no tenían razón? Depende. Depende de su magnitud y de su calidad. En el caso argentino, sólo un grado severo de necedad puede impedir comprender que cinco años consecutivos de fortísimo crecimiento, acompañado de mejoras en todos los indicadores sociales y sin serias amenazas en el horizonte generen alto grado de adhesión o preferencia político-electoral. Por supuesto que la inteligencia para comprender no excluye la disconformidad ni la opción por eventuales alternativas superadoras.
En Brasil es diferente. Si bien el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC) que puso en marcha Lula en su segundo mandato está teniendo algún logro a partir de este año, la performance previa de esa variable fue decepcionante, como se desprende lógicamente de la aparición del PAC, y pese a eso el presidente siempre mantuvo elevada aprobación, al punto de lograr con holgura su reelección. Según el análisis que Eliane Castanhede publicó en Folha de Sao Paulo, la popularidad de Lula está muy determinada por clase social: cosecha “aplausos de los pobres que reciben la Bolsa Familia y del Nordeste, y abucheos de la clase media y de quienes pueden pagar para ver los Panamericanos”.
En el citado artículo de The Washington Post se afirma que “Brasil está disfrutando de un período de prosperidad económica, con baja inflación, una moneda que se fortalece y un mercado bursátil en alza”. En un muy aleccionador ejercicio semanal de crítica a notas en medios gráficos denominado Beat the press (Pegar a la prensa) que realiza el economista Dean Baker del Center for Economic and Policy Research (Centro de Investigaciones Económicas y Políticas), objeta que se hable de prosperidad en Brasil. Su argumento es que si bien el crecimiento como parámetro básico de la salud económica puede omitir cuestiones tales como una mala distribución o un excesivo daño ambiental, es una variable que “generalmente sirve como un buen punto de partida para examinar la economía”. Y en ese examen básico Brasil califica regular mientras que la Argentina, sobresaliente.
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