ME JUEGO › RECORRIDO DEL DESARROLLO NACIONAL
› Por Andres Asiain y Lorena Putero
Se atribuye al economista rusoestadounidense Simón Kuznets, famoso por sus estudios empíricos sobre distribución del ingreso y crecimiento económico, haber formulado la siguiente frase: “Existen cuatro clases de naciones: países desarrollados, países en desarrollo, Japón y Argentina”. La excepcionalidad del Japón sería en sentido positivo, reflejando su capacidad para el despegue económico pese a sus escasos recursos naturales y su recuperación de catástrofes como los bombardeos norteamericanos que envolvieron en llamas sus principales ciudades coronadas con dos bombas nucleares al cierre de la Segunda Guerra Mundial. La Argentina sería un ejemplo de excepcionalidad negativa, dado que pese a sus amplios recursos naturales y el temprano desarrollo de sus fuerzas productivas habría sufrido un persistente deterioro de sus indicadores económicos.
El hecho de que no haya una referencia precisa que permita dar crédito a la cita no impide que la frase sea mencionada en forma frecuente por un grupo de economistas. Es que la baja autoestima nacional que detenta gran parte de esos profesionales necesita alimentarse de la opinión desaprobadora de figuras de prestigio internacional. En ese ritual autodenigratorio de probable origen colonial, poco importa si la frase es cierta o inventada, mientras cumpla la misión de reafirmar el complejo de inferioridad nacional.
Lo endeble del mito de la Argentina como un caso histórico excepcional no requiere para su demostración ir demasiado lejos en la historia de la humanidad, que está plagada de imperios que se vinieron a menos dejando como recuerdo de su grandeza pirámides y otras obras faraónicas, o bien de pueblos que tras ser cuna de la democracia y la cultura “occidental”, hoy enfrentan el ajuste de la troika comandada por los bárbaros sajones. Basta con mencionar el despegue y posterior aterrizaje forzoso de la Unión Soviética en el siglo XX, frente a la cual nuestra presunta debacle nacional bien puede clasificarse como un poroto. Por otro lado, la abundancia de recursos naturales convive con la miseria en la mayor parte de los países del tercer mundo, hecho que pareciera ser más bien la regla que la excepción.
El mito de la excepcional debacle argentina se basa en otros dos mitos. Uno, el de la prosperidad en tiempos del granero del mundo, cuando esa supuesta grandeza nacional estaba sustentada en un importante desarrollo bajo el comando del capital británico del sector primario exportador, que se vino abajo tan pronto como Inglaterra declinó como potencia y viró su estrategia internacional entre las dos guerras mundiales. El otro, la supuesta decadencia nacional durante la etapa industrial, que si bien no catapultó al país al carácter de potencia, permitió una importante mejora de la calidad de vida de la población trabajadora (que superaba los de países vecinos y varios de Europa a mediados de los ’70).
La decadencia nacional se produjo a partir de la última dictadura militar, y no se requieren teorías excepcionales para comprender sus causas. Una política de reducción de salarios y condiciones de vida de los más humildes motorizada por un gobierno autoritario que bañó de sangre al país para implementarla. Una liberalidad comercial que debilitó a la producción nacional y el empleo. Una política financiera que sobreendeudó a la economía hasta embargar la soberanía económica con un grupo de bancos y organismos internacionales que mantuvieron el control de la política económica ya vuelta la democracia
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