Dom 01.02.2015
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DEBATE › ESTANCAMIENTO Y POBREZA

México lindo

› Por Diego Rubinzal

Los candidatos de la derecha argentina no ocultan su fascinación por la Alianza por el Pacífico (AP). Sus cuatro integrantes (México, Chile, Colombia y Perú) han suscripto en forma bilateral un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Un hipotético triunfo electoral de, por ejemplo, Macri o Massa ponen en riesgo la continuidad de instancias de integración (Unasur, Mercosur, Celac), alejadas de la tutela de Washington. En ese marco, la resurrección de proyectos similares al ALCA no sería descabellada. El antecedente de esa frustrada iniciativa fue el tratado de libre comercio con América del Norte (Nafta) firmado entre México, Estados Unidos y Canadá. El análisis de los resultados de esa experiencia adquiere relevancia por las propuestas de la derecha local.

La suscripción del Nafta fue presentada por el gobierno mexicano como la puerta de entrada a una era de prosperidad y desarrollo. El presidente Carlos Salinas de Gortari sostuvo entonces que el propósito del tratado era crear “más empleo y mejor pagado para los mexicanos... y es así, porque vendrán más capitales, más inversión..., en palabras sencillas, podremos crecer más rápido y entonces concentrar mejor nuestra atención para beneficiar a quienes menos tienen”.

La firma del tratado fue la frutilla del postre de un proceso de cambio estructural de tinte neoliberal. La reprivatización de la banca (nacionalizada en 1982), las modificaciones a las leyes del petróleo y la energía eléctrica, la transferencia de empresas públicas se inscribieron en ese rumbo “modernizador”. El tratado estableció, entre otras cuestiones, la renuncia a: 1) utilizar las compras del sector público como instrumento de promoción del desarrollo económico, y 2) condicionar la IED conforme a objetivos de desempeño en materia de integración productiva o transferencia tecnológica.

Los defensores del Nafta resaltan el incremento exponencial del comercio exterior mexicano. Las exportaciones se multiplicaron por diez y ganaron peso las transacciones manufactureras en detrimento de las petroleras.

Sin embargo, las mayores exportaciones contrastaron con “el escaso grado de integración nacional alcanzado por esas exportaciones y, más en general, por el conjunto de la estructura productiva nacional”, señala Rolando Cordera en La “gran transformación” del milagro mexicano. A 20 años del TLCAN: de la adopción a la adaptación, publicado en Revista Problemas del Desarrollo Nº 180. En síntesis, el crecimiento industrial estuvo asentado en maquiladoras (ensambladoras de componentes importados) asentadas en la frontera con Estados Unidos.

El correlato de “éxito” exportador fue el sostenido crecimiento de las importaciones. En ese sentido, “las recurrentes crisis de pagos externos que caracterizaron la era industrializadora y la llevaron a su crisis de deuda en 1982 se han evitado o modulado principalmente con cargo a una reducción de dicho crecimiento mantenida a lo largo del tiempo, hasta llevar al país al ‘estancamiento estabilizador’ que se ha impuesto ya como trayectoria histórica en los últimos lustros”, agrega el profesor de la Facultad de Economía de la UNAM.

La economía mexicana registra reducidos índices de crecimiento económico durante los últimos veinte años. “Entre 1933 y 1981, la economía creció 6,13 por ciento anual en promedio; entre 1994 y 1999, 2,24 por ciento; entre 2000 y 2008 también 2,24 por ciento”, señala Cordera. Por otro lado, la retracción de la inversión pública no fue reemplazada por inversión privada. La formación de capital se redujo del 25 por ciento en los setenta a niveles apenas superiores al 20 por ciento en las últimas décadas. El empleo formal también tuvo un comportamiento decepcionante. Por eso, la mayoría de los jóvenes se debaten entre conseguir algún trabajo informal, emigrar ilegalmente a Estados Unidos o caer en las redes del crimen organizado. La tasa de informalidad laboral asciende al 58,1 por ciento.

“La vulnerabilidad social se ha vuelto costumbre y la pobreza afecta a prácticamente la mitad de la población, sin conmoverse mayormente ante los programas dirigidos a su superación. Se ha impuesto una cultura de la pasividad social que ve como hechos naturales la concentración de la riqueza y el ingreso y el estancamiento, cuando no el deterioro de los niveles de vida y bienestar de la mayoría de la población”, concluye Cordera.

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