OPINIóN
› Por Eduardo Lucita *
El nuevo período gubernamental comenzó, en materia política, caracterizado por la ausencia de una oposición efectiva y por la concentración del poder político en la figura presidencial. Sin embargo, emergió también en medio de tensiones político-económicas y de preocupaciones sociales. Los resultados electorales han dado un triunfo arrasador del Frente para la Victoria, no sólo por la magnitud de los votos alcanzados, sino también porque, en lo inmediato, no aparece una segunda fuerza con posibilidades de ser una oposición efectiva. La derecha política ha quedado con un grado de debilidad y dispersión que habría que rastrear en la historia para encontrar un momento similar. La embrionaria centroizquierda, por el momento, no es más que un proyecto aún difuso, que tendrá que resolver diferencias internas antes de proyectarse con algunas posibilidades. La izquierda anticapitalista, expresada en los partidos o en los movimientos sociales, tiene expresiones en los conflictos pero por ahora no pesa en el escenario político general.
Tamaño triunfo dio por cerrada la crisis abierta en el 2008, mientras que las distintas fracciones del capital se han reposicionado. Hay ahora una nueva relación de fuerzas políticas y el gobierno está en el centro de ellas, aunque, luego de la Ley Antiterrorista y las declaraciones antiobreras, el sesgo a derecha es más que preocupante. Apoyado en la mayoría parlamentaria, el gobierno nacional emprendió una fuerte ofensiva, tendiente a aprobar rápidamente diversos proyectos de leyes que, en general, le permiten un mayor manejo de la situación financiera. La transición de un gobierno a otro, en realidad, de la formalidad del mismo gobierno, estuvo tensionada por la fuga de divisas, las crecientes dificultades en la cuenta corriente y la quita de subsidios.
No obstante, los que han galvanizado la situación política han sido, por un lado, el discurso de la Presidenta en la 17ª Conferencia de la UIA y en la asunción de su nuevo mandato, y la pensada y estructurada, tal vez como nunca antes, réplica del Secretario General de la CGT, Hugo Moyano, en el acto de Huracán. Y, por el otro, la sanción de la Ley Antiterrorista, una aberración jurídica impuesta por el GAFI (Grupo de Acción Financiera Internacional), que habilita la represión social y es una abdicación de soberanía frente al Departamento de Estado de Estados Unidos, que la exige a los “países amigos”.
Lo que impulsó ambas intervenciones presidenciales ha sido el pasaje de la nunca explicitada “profundización del modelo” a la “sintonía fina”. Para una retórica presidencial nada vacía no se trata de un mero cambio semántico. Tendrá consecuencias y es claro que en esta decisión pesa la crisis mundial, cuyo epicentro es ahora Europa, pero de la que ningún país está blindado. El ajuste de costos pedido a los empresarios forma parte de esa nueva sintonía, que busca recuperar niveles de competitividad sin retocar demasiado el tipo de cambio. Necesita también un acuerdo de precios y salarios –tope a las paritarias incluido– que no supere el 18-20 por ciento, y avanzar en la sustitución de importaciones. El pedido de mayores inversiones, que amplíen la capacidad productiva, completa el ideario neo-desarrollista. Las descalificaciones y las amenazas de condicionar el derecho de huelga constituyen una ofensiva sobre los trabajadores y sus sindicatos, independientemente de quienes los dirijan. No es la primera vez, pero ésta sonó demasiado en consonancia con la sintonía fina reclamada por los empresarios.
La réplica de la CGT, más allá de los contenidos políticos al interior del PJ, se centró en levantar un verdadero pliego de reivindicaciones obreras. La legitimidad de estos reclamos es innegable y fue coronada con una defensa del derecho de huelga. Estas no son “extorsivas ni chantajean”, de lo que se trata es de que “la crisis no la paguen los trabajadores... que la paguen los empresarios, los banqueros y los grupos de poder”. Este conflicto, que, como tantas otras veces, se da al interior del peronismo, expresa deformadamente la contradicción entre los irreconciliables intereses del capital y el trabajo. Y más allá de que logren encauzarlo, esto será sólo momentáneo; reaparecerá una y otra vez. Los procesos de acumulación y reproducción de capitales suelen encontrar barreras que traban su desarrollo. En esta línea se inscribe la política de la sintonía fina, a la que pueden sumarse una nueva Ley de Entidades Financieras, la reforma de la Carta Orgánica del BCRA y hasta la Ley de Inversiones Extranjeras. Pueden superase las barreras pero no los límites, que, en todo país con un desarrollo dependiente y deformado de sus fuerzas productivas, condicionan la acumulación del capital y el desarrollo. Estos límites se expresan en la presión imperialista y sus intereses confluentes con la gran burguesía local, mientras que la globalización hace imposible una vuelta atrás del sistema, a los dorados años del período 1945-1975, que dieron origen al desarrollismo y sus variantes.
El neodesarrollismo actual nació de las entrañas del neoliberalismo y encuentra allí sus propios límites. Superarlos implica avanzar en trazos gruesos, afectar en distinto grado los intereses del bloque de clases dominante. Esto requiere de decisiones en el marco de la economía política. Se trata de la intervención del Estado impulsada y condicionada por un fuerte protagonismo social, sea en el comercio exterior; en el sistema bancario; en la recuperación de la renta petrolera y del sistema ferroviario; en la reorganización de la producción agraria; en el control de la estructura de costos de las formadoras de precios; en la reducción de la jornada laboral; en la reforma tributaria.
Nada de esto puede esperarse del bloque de clases dominantes. Sus intereses no pasan por el desarrollo nacional con inclusión social, sino por la maximización de las ganancias. El fuerte crecimiento económico de los últimos ocho años ha repuesto la centralidad del trabajo y es desde allí que los trabajadores y los sectores populares pueden darle forma programática e impulsar medidas como las señaladas. Hay antecedentes en nuestra historia, claro que no se trata de replicarlos como letra muerta, sino de recuperarlos en clave actual. La crisis mundial y los propios límites del modelo obligarán en algún momento a poner en discusión esos trazos gruesos
* Integrante del colectivo EDI-Economistas de Izquierda.
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