OPINIóN
› Por Miguel Teubal *
En años recientes el debate sobre la inflación giró fundamentalmente en torno de cuánto asciende el aumento en el nivel general de precios: si al 10 por ciento anual, como implican las cifras oficiales, o entre el 20 y 30 por ciento, como indican otras fuentes. No es difícil percibir que en meses/años recientes nos enfrentamos con un brote inflacionario importante y que éste supera la suba del tipo de cambio. De allí el aumento de la demanda de dólares y la fuga de capitales en meses recientes debido a las expectativas de devaluación que se estimaba se produciría después de las elecciones. Más allá de estas consecuencias del proceso inflacionario quedan en el tintero muchas otras: su impacto sobre la distribución de los ingresos, el crecimiento y la inversión, el superávit de la balanza comercial y de pagos.
Es importante que nos preguntemos acerca de las causas del proceso inflacionario, y no sólo respecto de los factores que le dan origen en la actual coyuntura, sino también respecto de aquellas que inducen su ulterior propagación. Para empezar podemos descartar de plano las explicaciones más corrientes (y ortodoxas) como el déficit fiscal (en años recientes hubo superávit fiscal) o el aumento salarial (que no fue mayor que los aumentos de productividad en el período 2003/2010). Otra explicación que se nos plantea tiene que ver con el alto nivel de ocupación de la capacidad instalada en diferentes sectores de la economía. Y que, como consecuencia, todo aumento de la demanda podría presumiblemente incidir sobre el aumento de los precios. Este argumento tiene algún asidero sólo en la medida en que la economía se halla altamente monopolizada u oligopolizada, y las empresas clave de los distintos complejos industriales responden a esta situación aumentando sus precios en vez de sus inversiones y, eventualmente, la producción.
Existen, sin embargo, otras explicaciones quizá más abarcativas del proceso inflacionario entre las que se destaca la incidencia del aumento de los precios de los alimentos, que a su vez traccionan a los demás precios de la economía. En los años ‘60 la explicación estructuralista en boga adscribía el aumento de los precios de los alimentos al estancamiento del sector agropecuario. Era éste un factor clave que incidía sobre el déficit de la balanza comercial y las correspondientes devaluaciones que impulsaban el alza de los precios alimentarios internos. Asimismo, para los autores estructuralistas el estancamiento agrario se debía en lo esencial, al régimen de tenencia y distribución de la tierra, así como al hecho de que por esta razón los productores agropecuarios no invertían lo suficiente frente a los incentivos de precios que se manifestaban en la economía agropecuaria nacional.
Uno podría postular que la explicación estructuralista de la inflación de antaño no tiene asidero en la actualidad debido al auge que ha tenido en estos años la producción agropecuaria nacional. Y que si bien las exportaciones siguen siendo fundamentalmente de origen primario, hemos tenido en la última década aumentos sustanciales de los precios internacionales de los commodities que exportamos, fundamentalmente la soja y sus derivados, lo cual ha permitido lograr importantes superávit de la balanza comercial. No obstante, tal auge significó también menos alimentos orientados a la demanda interna, por una parte y, por la otra, que el alza de los precios internacionales compitan significativamente con los precios internos.
No cabe duda de que se produjo en el país un auge fenomenal del denominado agronegocio sojero que ocupa una parte importante del territorio granario del país, y que constituye más de la mitad de la producción total. Este factor tiene dos consecuencias: por una parte, existen menos disponibilidades alimentarias orientadas a la demanda interna; y, por la otra, que desaparece la agricultura familiar, que tradicionalmente era productora de alimentos orientados al mercado interno y también a la economía mundial. El otro factor a tomar en consideración lo constituye el alza de los precios de los commodities en el mercado mundial no sólo debido a la demanda de China y la India, sino fundamentalmente por razones especulativas: “Wall Street entró en el mercado de los commodities”. Como no existe una política efectiva que logre la separación de los precios internos de los externos (lo que probablemente hubiera ocurrido si se hubiera aprobado la resolución 125), estas alzas inciden de manera significativa sobre los precios internos. En definitiva: tanto el agronegocio sojero que limita la producción de alimentos orientado hacia el mercado interno siendo la soja casi exclusivamente un producto de exportación, como el alza de los precios de los commodities en el mercado internacional inciden directamente sobre el mercado interno. A esto se agrega la creciente oligopolización del procesamiento y distribución final de alimentos en el mercado interno (industria alimentaria y supermercadismo). Todos estos factores presionan sobre los precios alimentarios internos, y por ende, sobre el proceso inflacionario
* Economista, investigador superior del Conicet en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, y profesor de la UBA.
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