OPINIóN › ECONOMíA POLíTICA DE LA TERRITORIALIDAD
› Por Manuel Calderon *
Cuando los Estados Unidos invadieron Irak en marzo de 2003, en nombre de la democracia y la libertad de Occidente, revelaron en realidad que el territorio comenzaría a ser un espacio de conflicto. El petróleo no es de quien vive sobre él sino de quien lo necesita, y quien lo necesita es el mercado. Todo aquel que interfiera con el mercado puede ser demandado y desposeído. Todo aquel que interfiera con la democracia occidental, puede ser encarcelado o invadido.
Esta democracia occidental (el “Imperio” según Hardt y Negri) es la expresión de algunas pocas naciones poderosas, articuladas sobre un ideario y un interés comunes, sobre muchas otras que no lo son (que no lo supieron ser, que no lo pudieron ser a tiempo), y que han sido y deben seguir siendo desarticuladas. Para el Imperio, los Estados-nación que no son el Imperio, son peligrosos. Conviene que no haya Estados, ni naciones. Conviene que haya una democracia, una nación, un mercado, un mundo. Cuando la libertad y la democracia imperen en todo el Mundo, no habrá más guerras entre Estados caprichosos y naciones bárbaras, se promoverá el bienestar general, la prosperidad y la felicidad de la población. No habrá más conflictos por los territorios, porque ya no habrá territorios sino un territorio común a todos los ciudadanos del mundo; que habrá sido apropiado, legalizado y normado por los principios y valores de la democracia, y que todas las corporaciones del mundo podrán comercializar en el mercado; pudiéndose incluso demostrar que esto es lo mejor y más eficiente para el medio ambiente y toda la naturaleza.
Paradójicamente o no, justo cuando parecía más verdadero, más obvio, más indiscutible que nunca, el clímax del largo ciclo histórico englobador que comenzó con la modernidad europea y su expansión colonial está siendo contenido por la oposición, desde fuera de las fronteras, de otros territorios, otras poblaciones, y otras voluntades.
El resurgimiento de los Estados-nación exteriores al Imperio está implicando ahora mismo una resignificación de la idea de territorio. Los territorios recobran, para los Estados-nación, su valor estratégico y simbólico. Se pone en juego una nueva economía política de la territorialidad a nivel global, caracterizada por un despertar de la nacionalidad territorial y de la búsqueda del control y la regulación económica por parte de los Estados-nación de sus espacios físicos de soberanía.
Las conflictividades postimperiales que nos esperan parecen bien inciertas, pero la irreversibilidad del proceso que se inició, no.
* Profesor de Historia del Pensamiento Económico. [email protected]
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