Dom 20.01.2013
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OPINIóN

Dialogar

› Por Carlos A. Andujar * y Carlos J. Andujar (h) **

En 1958, el dramaturgo suizo/alemán Friedrich Dürrenmatt (1921-1990), uno de los escritores contemporáneos más importantes de Europa, escribió Proceso por la sombra de un burro. Ambientada en la Grecia de hace 2500 años, narra el proceso judicial entablado por un dentista que alquila un burro a un asnero. El asnero lo sigue y verifica que, como hace mucho calor, el dentista se pone a descansar un rato a la sombra del burro, por lo que quiere cobrarle un “adicional” por ese motivo. A partir de ese momento todos los habitantes e instituciones de la ciudad, que se llama Abdera, van tomando partido por el asnero o por el dentista: sindicatos, iglesias, representantes del turismo, jueces, vecinos, partidos políticos y gobernantes. Hasta la asociación defensora de animales participa de la controversia optando, obviamente, por defender los intereses del burro. Al comienzo de la obra, el corregidor, una especie de juez, angustiado por el litigio que llega a su estrado, reflexiona frente al público:

“Si un rico viene con un ladrón, siempre escucho primero al rico, naturalmente siempre el rico tiene razón. ¡Lo que un hombre posee es de él, y de nadie más! ¡No hay que robar! Después escucho al ladrón, y bueno..., también él tiene razón. No se puede pasar hambre... El hombre necesita el pan. Existe pues un derecho del rico y un derecho del pobre.

¿Acaso debería yo tomar partido? Por eso debo proponer siempre la paz, para que todos puedan tener razón.”

Todos opinan, participan y pelean hasta que, finalmente, la paz pretendida por el corregidor no llega. La ciudad se incendia y desaparece. Es, en definitiva, una nueva historia de la “estupidez de la especie humana”.

Nos preguntamos, ¿qué significa en nuestros tiempos proponer la paz? ¿Pueden todos tener razón?

Desde los medios concentrados, sectores de la oposición sostienen un discurso, del que se hace eco parte de la población, sobre la supuesta falta de diálogo, de voluntad de acordar del gobierno nacional. Se ha escuchado decir desde que la Presidenta es autoritaria hasta que está muerta la república y que vivimos en una dictadura.

En una sociedad donde los sectores de poder estaban acostumbrados a “acordar” y “dialogar” con el poder político, es lógico que quienes hoy pierden sus negocios y privilegios alcen la voz y reclamen ser escuchados. Ningún proceso de transformación real y profunda de la sociedad puede ser realizado en armonía con todos los sectores, simplemente porque la sociedad capitalista no es armoniosa y equilibrada sino esencialmente conflictiva y contradictoria. Mejorar la situación de algunos implica necesariamente que otros cedan. Para darles la palabra a los que no tienen voz hace falta que otros se callen un poco.

¿Qué habría sucedido si el Gobierno y Marsans hubiesen dialogado, preservando la paz social, una salida acordada del grupo español de Aerolíneas? O si se hubiese priorizado la paz social en el proceso de estatización de la AFJP, la compra del paquete accionario de Repsol para controlar YPF, la implementación de la ley de medios, la fijación de retenciones a las exportaciones, las prohibiciones para ahorrar en moneda extranjera o en la pelea con los fondos buitre. Qué habría pasado si se hubiese acordado, no buscando confrontar, con los detractores de la Asignación Universal por Hijo o la incorporación de dos millones de nuevos jubilados al sistema previsional. Seguramente hoy nuestro país sería otro. Más pacífico, más armonioso, con menos controversias y confrontaciones, sin odios...

Un país en donde las estructuras de poder vigentes en la década del noventa sigan dirigiendo, con “armonía y diálogo”, los destinos de todos y todas los argentinos, produciendo pobreza y desigualdad, con un incendio por empezar a la vuelta de cada esquina.

Todavía quedan por realizar muchas reformas estructurales. Hacer progresivo el sistema tributario, aumentar la participación de los salarios regulando las ganancias y utilidades de los sectores con rentabilidad record, eliminar los privilegios de la activad minera y financiera, implementar un mecanismo de actualización de las asignaciones universales por hijo, son sólo algunas de ellas. Todas, sin excepción, implicarán necesariamente tocar intereses establecidos y enquistados, quienes no querrán ceder ni un ápice del espacio ganado.

Once años después del incendio de 2001, y con Abdera, la ciudad griega de la obra, desaparecida, queda claro que el camino es tomar decisiones políticas con la legitimidad que otorga el sistema democrático y la legalidad que brinda el respeto a las normas, aunque ellas, inevitablemente, generen, en los sectores afectados, quejas y enojos. Ladran, Sancho, señal de que estamos avanzando...

* Actor.

** Docente UNLZ FCS.

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