Dom 27.01.2013
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OPINIóN

Regresar al crecimiento

› Por Claudio Scaletta

El actual debate económico, al menos el de superficie, continúa signado por dos cuestiones reiteradas: la inflación y el tipo de cambio. Plantear el debate en estos términos resulta útil para los llamados “economistas profesionales”, ortodoxos conservadores generalmente, al servicio de los intereses corporativos. Dicha utilidad reside en que el hacer foco en estas variables permite reducir problemáticas sociales de alguna complejidad a una dimensión presuntamente sólo “técnica” y, en consecuencia, ofrecer soluciones asépticas. En ello reside, precisamente, la presunta apoliticidad de la economía como ciencia.

Hoy el consenso entre estos “economistas profesionales” es que el tipo de cambio está retrasado y la inflación es demasiado alta. Sin duda, la puja distributiva prolongada y el derrame de los precios internacionales provocaron aumentos de precios que fueron más rápidos que la evolución del precio del dólar. Sin duda, ambos factores fueron distorsionados por la interferencia en las estadísticas oficiales y por las restricciones sobre el mercado cambiario. La paz social, en el caso de la inflación alta, y la competitividad externa, en el caso del nivel del tipo de cambio, reclaman que se les preste especial atención. Sin embargo, la evolución de estos dos indicadores no es causa en sí de los problemas actuales, sino consecuencia; productos de procesos sociales más profundos que deben ser considerados en su dimensión histórica y resueltos por la política, no por la “técnica”. Dicho de otra manera: la cuestión económica central no debe reducirse a cómo bajar la inflación o regresar a un dólar sin restricciones, sino, luego de un año signado por el freno de la actividad, concentrarse en cómo retomar el crecimiento del producto a tasas altas. La meta debe ser la continuidad del desarrollo, que presupone crecimiento, y es la herramienta que asegura la mejora de las condiciones de vida de las mayorías.

Para responder a la pregunta central –cómo regresar al crecimiento– lo primero es comprender que los fenómenos económicos del presente no son nuevos, sino parte de ciclos que, como tales, se repiten en el tiempo y, en consecuencia, que son producto de la estructura económica y social local. A grandes rasgos, dicho ciclo puede resumirse en que los períodos de expansión provocan dos cosas. Primero, agudizan la puja distributiva y, con ella, la inflación. Y segundo; el aumento de las importaciones de insumos y bienes de capital provoca una tendencia hacia la escasez de divisas que, cuando se desborda, genera la llamada restricción externa. Históricamente, la salida de los ciclos expansivos fueron la devaluación y los ajustes recesivos. Este proceso, ampliamente conocido, fue descripto como de “parar y arrancar” (stop & go) o como “el péndulo argentino” entre expansión y ajuste ortodoxo. Si vuelve a recorrerse la literatura sobre estos ciclos (por ejemplo, los escritos de Marcelo Diamand), tarea grata en tiempos de vacaciones, se encuentra que en los últimos años se presentan en la economía muchas de las señales que, en el pasado, preanunciaban el fin del ciclo de crecimiento, en particular: inflación, revaluación cambiaria y escasez relativa de divisas. En consecuencia, también reaparecen las demandas clásicas de la ortodoxia, en especial la devaluación, que ajusta salarios a la baja y mejora los ingresos por exportaciones.

El resultado del ciclo es que los mismos sectores que se benefician primero con el crecimiento, empresarios que pagan salarios y exportadores, se benefician luego cuando llega el ajuste. Por ello lo reclaman con el argumento de reencauzar “los desequilibrios” macroeconómicos y los “excesos” reivindicativos de los sindicatos. El ajuste no sólo los beneficia, sino que los reposiciona para la nueva etapa de expansión.

Pensado bajo la forma de “modelo”, el ciclo parece funcionar como un reloj. El problema es que existen patos de la boda. La recomposición de la ganancia se hace a costa del salario y el crecimiento, aunque con la promesa de un pronto advenimiento de un mundo mejor. Lo que parece haber comprendido la actual administración, y este es su logro, es que el momento crítico del ciclo, la crisis devaluatoria-recesiva, no es inevitable. Las variables críticas comenzaron a estar presentes, pero hasta ahora no se atacaron como en el pasado. Por el contrario, se tomaron medidas para sostener el ciclo expansivo, aunque quizá no las suficientes.

El freno de 2012 tiene múltiples causas, pero no demanda como solución un golpe devaluatorio. No hay crisis de Balanza de Pagos, no hay drenaje de Reservas Internacionales y el desendeudamiento como política de Estado amplió los grados de libertad de la política económica. En particular, se independizó el equilibrio de las cuentas externas del ingreso de capitales, sea por inversiones o préstamos. La clave a futuro fue planteada en este mismo espacio a fines del año pasado: ¿hasta cuándo será posible mantener el equilibrio externo si se recupera el crecimiento, pero sin una transformación industrial que sustituya importaciones y potencie exportaciones? El desafío que enfrentan los hacedores de política económica es mayúsculo y supone, en términos de la historia local, hallar nuevos caminos

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