OPINIóN › ANTIMONOPOLIO
› Por Raul Zylbersztein *
La concentración desmedida es una enfermedad del capitalismo, es decir, del mercado. Por eso existe en el mundo desarrollado una vacuna para ello: la Ley Antimonopolio. En este sentido, la importancia de la ley de medios no radica en haber derrotado a un monopolio sino en atacar la concentración.
Tal vez tengamos que esperar algunos años para ver los resultados de la ley de medios, pero es un acto para una transformación estructural. Ese es un mérito del Gobierno, pensar en un país a largo plazo, y no sólo estar en la reacción, en el mero contragolpe, que puede solucionar alguna coyuntura, pero que no aporta soluciones sostenibles. En línea con el tema, vamos a usar la célebre frase de Marshall McLuhan “El medio es el mensaje” para transmitir la esencia de esta ley.
Una ley contra un monopolio no elimina nada, crea el lugar para que otros proyectos crezcan.
Empezar por la ley de medios de comunicación es vital para obtener consensos que luego permitan ampliar este concepto sobre los demás monopolios y oligopolios que suelen cartelizarse en defensa propia, en especial con aquel que se comunica con la gente.
En Estados Unidos hacen que muchas empresas se dividan para combatir este problema. Las Bell se dividieron en las llamadas Babies Bell y luego AT&T. A su vez, luego debieron desprenderse de los Bell Labs porque en Estados Unidos no se puede tener el servicio y, al mismo tiempo, la producción tecnológica para brindar ese servicio. Microsoft también sufrió este antídoto que defendía a los usuarios de Windows.
Existen actividades que, por su costo de infraestructura, son naturalmente monopólicas. En nuestra economía, por ejemplo, no hay posibilidad de contar con dos estructuras diferentes para producir aluminio. Muchos creen que estas actividades deben ser estatales. Otros que deben ser privadas, pero con un fuerte control estatal, desde lo formal y desde la reglamentación, algo así como una concesión.
Argentina tiene una economía de monopolios, oligopolios y oligopsonios, es decir, un proveedor, unos pocos proveedores y unos pocos compradores. Muchos creen que esta estructura de “capangas” por sector no puede modificarse, y lo mejor que puede suceder es que la gestión del Estado tenga el poder suficiente como para controlarlos. Hasta existen algunos que creen que esa estructura es útil para ejercer el poder de control. Cosa difícil si la oferta está en muchas manos. Sin embargo, lo hacen sin advertir que es la concentración la que crea la necesidad del control. Una ley que garantice la libre competencia es el mejor control. El capitalismo es libre competencia, y en toda competencia hay reglas.
El poder político es pasajero, el económico no, y el monopolio no duda en avasallar teniendo como objetivo único su propio interés. Cuando esto pasa, los emprendimientos, las pequeñas empresas, las nuevas iniciativas e ideas superadoras, no tienen cabida. La luz se apaga y no quedan espacios.
Los gobiernos tienen gestión, que constituye el día a día de la agenda, pero en algunas pocas ocasiones realizan actos y cambios, donde hay un antes y un después. Festejemos este cambio, que es el principio de lo que se debe venir, para que se haga la luz y todos tengamos espacios para crecer
* Secretario general de la Confederación General Empresaria (Cgera).
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