Por Carlos Andujar *
La devaluación no es una política neutral. Tiene efectos sobre la economía real, la financiera, las expectativas y la vida de las personas. Una devaluación del 20 por ciento en dos días con un acumulado de aproximadamente un 35 por ciento desde comienzos de 2013 tendrá a la vuelta de la esquina ganadores y necesariamente perdedores, que perderán justamente aquello que otros ganarán.
Los economistas Esteban Bertuccio, Juan Manuel Telechea y Pablo Wahren han analizado en un reciente trabajo (2012) desde una perspectiva histórica, las crisis de divisas y las devaluaciones más significativas de los últimos sesenta años en la Argentina. En referencia a las causas existen diferencias que permiten delimitar dos períodos.
El primero abarca los años 1955-1975, donde las devaluaciones estuvieron asociadas, en el marco de un proceso de industrialización por sustitución de importaciones, a la insuficiencia de divisas por el aumento creciente de la demanda de importaciones de bienes intermedios y de capital, con un nivel de exportaciones primarias más o menos estable a lo largo del tiempo.
El segundo período comprende los años 1976-2002, durante el cual, afirman, las devaluaciones estuvieron asociadas a las recurrentes crisis financieras, donde la apertura total de la cuenta capital (préstamos e inversiones), en el marco de un proceso de desindustrialización y apertura neoliberal, volvía insostenible la acumulación de deuda, siendo el episodio de 2002 el más representativo.
Sin embargo, a la hora de las consecuencias no hubo diferencias. El alza de precios, mencionan, fue determinante para explicar la caída de los salarios reales registrada en cinco de los seis episodios analizados (en 1962 el salario real se expandió aunque su crecimiento se desaceleró). Concluyen que las devaluaciones aplicadas en nuestro país tuvieron consecuencias recesivas en materia de actividad económica y regresivas en términos de distribución del ingreso.
La escasez de divisas actual une ambos períodos señalados por los autores, dado que se origina en un contexto de incipiente sustitución de importaciones, pero a partir de una matriz económica extranjerizada y endeudada con un alto peso de las remesas por utilidades, energía y pago de deuda.
El Gobierno tiene razón cuando afirma que la mayoría de los bienes y servicios no tienen directa relación con el tipo de cambio, que muchos ya han realizado las coberturas o que los aumentos salariales sólo son una porción del costo total y que, por lo tanto, a raíz de la devaluación la mayoría de los empresarios no deberían aumentar sus precios de modo significativo. Pero lo harán. Porque cada sector tirará de la soga todo lo que pueda o le permita su posición dominante. Porque lo que le importa únicamente es su propio beneficio y no el interés general, a pesar de que se desvivan por financiar cuanta organización no gubernamental exista (al mismo tiempo que intentan pagar la menor cantidad de impuestos posibles) y se emocionen con las palabras del papa Francisco. Porque tendrán el apoyo discursivo del poder mediático concentrado (y de la clase media que vive, piensa y sueña bajo su manto), del poder financiero y de gran parte del arco opositor que desea (y actúa en consecuencia) que el Gobierno fracase a pesar de que ello implique el sufrimiento y dolor de las clases populares. En definitiva, porque el capitalismo es así.
Si no quiere repetirse la historia, la lucha tras la devaluación deberá darse en dos frentes. Por un lado no debe permitirse que los sectores exportadores que la incitaron, reteniendo 4000 millones de dólares de soja por ejemplo, aunque no son los únicos, obtengan un solo peso de beneficio de ella. Para ello el Gobierno deberá utilizar las herramientas fiscales y de administración del comercio exterior existentes y otras que deberá crear ad hoc. Por el otro, a las clases populares no les importa si el precio de los autos de alta gama, los viajes a Miami o el whisky importado aumentan de precio, sí que lo hagan los bienes que consumen. El programa Precios Cuidados y el análisis de las cadenas de valor son un buen comienzo, pero hará falta todo el peso del Estado y su poder no sólo de negociación, sino de sanción e intervención para encauzar las rentabilidades empresarias dentro de los objetivos de inclusión, trabajo, crecimiento y distribución del proyecto nacional y popular.
La lucha es difícil pero posible; por eso es lucha
* Docente UNLZ, Facultad de Ciencias Sociales.
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