OPINIóN › PROYECTOS POLíTICOS Y ELECCIONES
› Por Esteban Guida *
La idea de que en Argentina hace falta una transformación se escucha con más frecuencia en épocas electorales, aunque está presente en buena parte del debate político y económico como un slogan que, aunque bastante trillado, merece mayor consideración. “Transformar la realidad” queda vacío de contenido si no viene acompañado de ideas y conceptos que permitan aclarar con precisión cuál es el cambio y cuáles sus instrumentos para realizarlo, a fin de poder evaluar la iniciativa no sólo por sus beneficios, sino también por sus costos. Por experiencia sabemos que los cambios no son inocuos, y que el solo hecho de transformar no implica un estado de mayor justicia y bienestar para el conjunto de los argentinos.
Son pocos los candidatos que se animan a especificar públicamente los costos esperados de sus propuestas, y menos aún los que advierten quiénes terminarán realizando el mayor sacrificio como consecuencia de su implementación. Transformar significa afectar intereses.
Un ejemplo de esta cuestión es si efectivamente los que hablan de cambios van a “transformar” una situación en la que determinados grupos económicos con poder de mercado se aprovechan de su posición dominante para sacar ventajas económicas y comerciales a costa de sus clientes o competidores. Casos identificados y estudiados en Argentina, hay varios: telecomunicaciones, servicios financieros, siderurgia, alimentos, bebidas y determinados eslabones productivos con fuerte presencia en las economías regionales, son sólo algunos ejemplos conocidos de situaciones que esperan una verdadera transformación para que el interés del conjunto esté por encima del deseo de ganancias extraordinarias de algunos pocos.
Sin embargo, algunos que también hablan de transformación ponen mayor énfasis en cuestiones tales como la eficiencia del Estado, la reducción del gasto público, la confianza a los mercados, la estabilidad jurídica para los inversores, entre otras propuestas que se escuchan con frecuencia en boca de ciertos especialistas. Si bien son conceptos aceptados en la jerga economicista, no siempre queda claro cuál es el beneficio concreto para la Patria y cuáles intereses se terminarán afectando. Algunas de estas propuestas a menudo confunden medios con objetivos, y subestiman los costos de su implementación, cuando no ocultan o disfrazan sus consecuencias y verdaderos propósitos.
Más allá de cualquier posición ideológica, la sociedad reclama que se presenten con claridad los objetivos de las políticas y el interés que se afecta. No por simple deja de ser crucial que los argentinos identifiquemos con claridad el norte que nos identifica y los cursos de acción posibles para alcanzarlo. Es por lo tanto necesario propiciar un diálogo verdadero (institucionalizado) que signifique un espacio de coincidencias en torno de las bases de nuestra sociedad y de nuestra economía, donde se pueda definir si se priorizará la satisfacción de los deseos individuales (sin considerar los límites o su incidencia sobre el resto), o si responderá a un modelo de sociedad en el que las personas están integradas en una comunidad que garantiza un estándar de bienestar acorde con sus posibilidades, y con relación a la función social que cada uno realice.
Esperar que estas soluciones provengan exclusivamente de los gobernantes (como se suele escuchar, “para eso les pagamos”) es un error que no deberíamos cometer, ya que se trata del compromiso de toda la comunidad, en todos los espacios de expresión política. La actual coyuntura electoral es una nueva chance de avanzar sobre las asignaturas pendientes con claridad de objetivos y sinceridad de intereses.
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