“La desigualdad podría ser una de las causas fundamentales de la crisis mundial. El crecimiento mundial sostenido está vinculado con una distribución más equitativa del ingreso.”

“Necesitamos una nueva forma de globalización, una globalización más justa, una globalización con un rostro más humano.”

“La mezcla letal de desempleo elevado y persistente y altos niveles de desigualdad puede socavar la cohesión social y la estabilidad política, lo cual a su vez puede afectar la estabilidad macroeconómica.”

“La recuperación mundial es desigual entre los países y también a escala interna. Las perspectivas mundiales aún están rodeadas de incertidumbre.”

“El Medio Oriente está experimentando una transformación histórica porque los ciudadanos están buscando más libertad y una distribución más justa de las oportunidades económicas y de los recursos.”

“Las ventajas del crecimiento tienen que distribuirse de manera amplia, y no quedarse en las manos de unos pocos grupos privilegiados. El mercado tiene que seguir desempeñando un papel protagónico, pero la mano invisible de la economía no debe convertirse en un puño invisible.”

“Al formular un marco macroeconómico nuevo para un mundo nuevo, el péndulo se desplazará –por lo menos un poco– del mercado hacia el Estado, y de un entorno relativamente simple hacia uno relativamente más complejo.”

“Todos los grandes desafíos de hoy en día exigen una solución colectiva.”

Estas ideas –muchas de las cuales eran consideradas heréticas en el Fondo Monetario Internacional hace unos años– fueron expuestas a principios de mes por el director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn. El economista y político francés elabora cuidadosamente sus discursos, tratando de satisfacer dos auditorios con preocupaciones muy distintas. Mientras que por un lado tiene el mandato de los países más poderosos que integran el G-20 (el grupo formado por las grandes potencias económicas y por países emergentes) para replantear moderadamente el rol del FMI post-crisis en el marco de un mundo más intervencionista, por el otro no pierde de vista su candidatura presidencial, enarbolando las banderas del Partido Socialista francés, por la que seguramente deberá enfrentar el año que viene al actual mandatario Nicolas Sarkozy y a la líder ultraderechista Marine Le Pen.

En su presentación del 4 de abril en la Universidad George Washington, el director del FMI enfatizó también en la necesidad de avanzar en la reforma del sector financiero, promoviendo la aplicación de impuestos sobre las actividades financieras. Sobre este último punto, el FMI ha propuesto gravar con una tasa fija a los activos bancarios, sobre todo los de mayor riesgo, y establecer una tasa sobre los beneficios de las instituciones financieras.

Si bien la Unión Europea aprobó en su cumbre de junio del año pasado la implantación de una tasa sobre las transacciones financieras, la reunión llevada a cabo en Toronto ese mismo mes por el G-20 le puso paños fríos a esta iniciativa. Hace un par de semanas, casi mil economistas (entre los que figuran Jeffrey Sachs, de la Universidad de Columbia, y Dani Rodrik, de Harvard) enviaron una carta al G-20 para reclamar la implantación de un impuesto (al que han bautizado “Robin Hood”) a las transacciones financieras no minoristas cuyos ingresos deberían destinarse a combatir la pobreza, el cambio climático y la población castigada por la crisis. En muchos países, no bien alguien empieza a tratar de pensar en fijar algún tipo de impuestos sobre el mundo financiero, se agitan fantasmas de corridas, pánicos, terremotos y otros cataclismos innombrables. Llamativamente, en el mismo país en el que florecían los bosques de Sherwood desde donde Robin Hood combatía al malvado Príncipe Juan, se grava con un 0,5 por ciento a las transacciones de acciones, pese a lo cual Londres sigue siendo una de las mayores plazas financieras del mundo

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