Las turbulencias experimentadas por el mundo en estas semanas han puesto en evidencia las limitaciones con las que cuenta la clase política de los países más desarrollados para abordar la dinámica inherente a los mercados financieros. Estas restricciones parten de una asimetría inicial mientras que los mercados están globalizados y el capital fluye velozmente, buscando diversificación y rendimiento, y las decisiones políticas suelen encapsularse dentro de cada nación.

Los esfuerzos realizados por los países centrales de coordinar políticas han resultado insuficientes para ordenar el funcionamiento de mercados que, bien regulados, resultan imprescindibles para garantizar crecimiento y prosperidad económica. La relación ciclotímica existente entre la política y “el mercado” ha estado signada en los últimos años por una mutua desconfianza e incomprensión. El concepto de “mercado” es utilizado por analistas en forma recurrente e imprecisa para explicar las bruscas oscilaciones que experimentan las cotizaciones de bonos, acciones, títulos públicos y demás activos financieros. Suele englobarse en el término mercado el comportamiento de distintos actores que tienen intereses y roles diferenciados.

Como regla general, la efectividad de las políticas públicas aumenta en la medida en que se desmitifica y se conoce en profundidad el fenómeno sobre el cual se busca intervenir. La mejor forma de desentrañar este misterio llamado “mercado” es entender su conformación. La arquitectura financiera internacional actual está integrada por distintos actores privados (calificadoras de riesgo, auditoras, analistas) que influencian el comportamiento de los verdaderos dueños del mercado: los inversores, tanto los mayoristas como los minoristas. Estos últimos, de menor, pero creciente relevancia, son individuos que manejan en forma personal montos relativamente pequeños y suelen tener una velocidad de reacción más lenta que los inversores mayoristas ante eventos que afectan los precios. Quienes en realidad encarnan y mueven el “mercado” son los llamados inversores institucionales, que administran grandes sumas de dinero.

Un artículo publicado la semana pasada por el diario El País de España brinda datos respecto de quiénes son y qué valores manejan estos actores principales. La primera posición entre los inversores globales de mayor tamaño es ocupada por los fondos comunes de inversión que administran activos por un valor cercano a los 18 billones (millones de millones) de euros. Para tener una idea de su dimensión, Blackrock, el fondo más grande del planeta, maneja una suma de dinero equivalente a dos veces el Producto Bruto de España. El segundo grupo de inversores, medidos por su tamaño, lo constituyen los fondos de jubilaciones, que invierten casi 14 billones de euros. Un tercer pelotón lo integran los denominados fondos soberanos, que se componen de recursos públicos de países que han conseguido generar excedentes fiscales. Los 15 mayores fondos soberanos manejan activos valorados en 2,5 billones de euros, entre los que se destacan Abu Dhabi, Noruega, Arabia Saudita, China, Kuwait, Singapur, Rusia y Qatar. Los hedge funds o fondos especulativos se ubican en el cuarto lugar, manejando activos por un billón y medio de euros. Si bien administran menos dinero que los anteriores, la menor regulación estatal, su inmediata velocidad de reacción, así como la posibilidad que tienen de endeudarse y de usar productos sofisticados, los transforman en uno de los jugadores más importantes del mercado.

Identificar quiénes son los inversores que compran y venden cada producto financiero, teniendo en claro cuáles son los volúmenes que administran, sus objetivos, instrumentos y el marco en el que se desenvuelven, constituye un paso imprescindible para entender y así poder regular debidamente el funcionamiento del tan temido y necesario mercado financiero

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