Dom 18.09.2011
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MUNDO FINANCIERO › EL MAGNATE WILLIAM MILLARD

El gran evasor

› Por Carlos Weitz

Las islas Marianas del Norte son un grupo de islas volcánicas localizadas en el océano Pacífico. El primer europeo que avizoró ese archipiélago fue Fernando de Magallanes en 1521, quien al desembarcar reclamó el territorio para el rey de España. Después de un tiempo, los nativos, cansados de proporcionarles suministros y hospitalidad a los españoles sin recibir nada a cambio, decidieron abordar las naves ibéricas y apropiarse –sin pedir permiso– de las novedosas y llamativas herramientas de hierro que traían consigo los conquistadores. En represalia por estas actitudes poco civilizadas de los salvajes, Magallanes incendió poblados y mató a algunos de los isleños, antes de seguir su periplo alrededor del mundo. Presumiblemente por estos sucesos es que el archipiélago fue bautizado como la Isla de los Ladrones, no quedando nunca del todo claro si el calificativo se refería al comportamiento de los isleños o al de los españoles.

Siglos más tarde, al finalizar la Segunda Guerra Mundial y luego de sangrientos combates entre tropas estadounidenses y japonesas, el archipiélago se transformó en un Estado libre asociado de los Estados Unidos. Al parecer no muchos norteamericanos estaban dispuestos a instalarse en esas lejanas y hermosas islas, por lo que resultó necesario establecer algún tipo de incentivo lo suficientemente atractivo como para convencer a ciudadanos estadounidenses de mudarse a las voluptuosas islas. En el caso de las Marianas del Norte el incentivo elegido fue el tributario, facultándose a las autoridades de las islas a reducir las tasas fiscales establecidas por la ley de Estados Unidos, otorgándoseles a los residentes de las mismas, reembolsos que alcanzaban en la década de 1980 un porcentaje equivalente a nada menos que el 95 por ciento de los impuestos que normalmente hubieran tenido que pagar bajo la ley estadounidense. Semejante incentivo, dirigido a las vísceras más sensibles del ser humano, resultó ser un poderoso imán para atraer inmigrantes.

William Millard fue uno de los magnates –y evasores fiscales– más escurridizos del mundo que se vio atraído por las bellezas naturales e impositivas del archipiélago. Millard había amasado una enorme fortuna en la industria tecnológica de California durante las décadas de 1970 y 1980 convirtiendo a su empresa ComputerLand en la mayor cadena minorista de computación de la época, siendo valorada la misma en cerca de 1000 millones de dólares. En su carrera nunca descuidó los temas impositivos, dedicándose personalmente a diseñar una compleja estructura tributaria para su empresa, constituyendo fideicomisos en la paradisíaca (fiscalmente hablando) isla de Jersey y un holding en Panamá con el objetivo de “eficientizar” sus pagos de impuesto a la renta.

El magnate, propietario en ese entonces de mansiones, flotas de aviones y de otros lujos menores, vendió su empresa luego de perder una batalla judicial, y se mudó a las generosas islas Marianas. Para desgracia del empresario, justo en esa época las autoridades del archipiélago endurecieron el liberal régimen fiscal bajo el cual Millard intentaba beneficiarse para minimizar sus obligaciones tributarias. La nueva legislación ya no reducía los impuestos de ingresos locales de los residentes en 95 por ciento, sino en 25, generándole con esta modificación una importante deuda fiscal al atribulado magnate.

En agosto de 1990, cuando las autoridades impositivas de las islas lo buscaban insistentemente para saldar sus obligaciones tributarias, Millard desapareció de la faz de la Tierra. Durante más de 20 años fue buscado infructuosamente por las autoridades siguiendo las huellas financieras que iba dejando en Singapur, Irlanda y otros centros financieros mientras acumulaba una factura de impuestos sin pagar de más de 100 millones de dólares. Según revela esta semana el periódico norteamericano The Wall Street Journal, Millard fue encontrado recientemente por un investigador privado contratado por las autoridades de las islas, descubriendo que actualmente reside en una mansión de color amarillo localizada en la isla Gran Caimán. Al ser requerido telefónicamente por el periódico para que explicara su desaparición, junto con la de su esposa, de la faz de la Tierra durante más de 20 años, Millard se excusó de responder señalando: “Somos gente muy reservada”

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