ESCENARIO › AMBIENTALISMO Y CRECIMIENTO
› Por Diego Rubinzal
El crecimiento es condición necesaria pero no suficiente del desarrollo económico. Sobran ejemplos de países con crecimiento del PIB, contracción del empleo, empeoramiento en la distribución del ingreso y degradación de los indicadores sociales. Bernardo Kliksberg sostiene que el fetichismo del PIB “ha llevado a frustraciones graves como idealizar los logros macroeconómicos de la dictadura militar de Pinochet, cuando al mismo tiempo estaba duplicando los índices de pobreza y degradando múltiples condiciones del bienestar colectivo, y muchos otros episodios similares, en donde tras el espejismo del avance del Producto Bruto se ocultaban aumentos de gran significación en los índices de desigualdad”.
La identificación del PIB como indicador cuasi mágico del progreso es tan errónea como desmerecer su importancia. El crecimiento nulo no es alternativa viable para las naciones periféricas. La mejora del bienestar social está ligada al incremento del PIB. El desarrollo de las fuerzas productivas es necesario para la cobertura de necesidades básicas poblacionales. La explotación racional de los recursos naturales constituye uno de los términos de esa ecuación. La sociedad actual requiere petróleo, gas y minerales. Esa obviedad es el punto de partida para el abordaje de la compleja e imprescindible cuestión ambiental.
En 1972, el célebre informe Meadows alertó acerca de los “límites del crecimiento”. El análisis del Club de Roma se apoyaba en la premisa de la próxima extinción de materias primas y fuentes de energía. La conclusión era que debía marcharse hacia una economía de crecimiento nulo organizada sobre la base de las energías renovables.
En la actualidad, ese tipo de discurso es reivindicado por ciertos grupos “ambientalistas”. El economista Eduardo Crespo sostiene en Neomaltusianismo que “se oponen a las hidroeléctricas y al funcionamiento de las centrales nucleares, aunque no suelen cuestionar el uso doméstico de luz eléctrica, al tiempo que utilizan celulares y envían mensajes de texto por correo electrónico. Se trata de una nueva izquierda cada vez más apartada de toda raíz marxista y materialista. Imaginan que elevados niveles de civilización ciudadana y sofisticación cultural serían alcanzables sin desarrollar las fuerzas productivas. El problema económico central en nuestros países, para ellos, ya no es el desarrollo. Se trataría de repartir mejor un volumen de riqueza dado”.
A su vez, las naciones centrales suscriben declaraciones a favor de una “economía verde”. El documento de la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro, en 1992, es un ejemplo. Lo cierto es que el loable objetivo de reducir las emisiones de carbono opera como “excusa” para limitar las pretensiones desarrollistas de las naciones periféricas. La contracara de esas “recomendaciones” es invisibilizar que los principales causantes del daño ecológico global son los países desarrollados.
Los ecuatorianos Rafael Correa Delgado y Fander Falconí Benítez explican en Después de “Río+20”: bienes ambientales y relaciones de poder que “la economía verde” esconde los inmediatos efectos que se darán en nuestros países en el comercio internacional, con la prohibición de que exportemos productos que no cumplan con los parámetros establecidos por ellos, y luego, para que todo sea perfecto, vendiéndonos la tecnología adecuada a esos parámetros, quizás a manera de deuda” (Revista de Economía Crítica Nº14, segundo semestre de 2012).
Por otro lado, el vicepresidente boliviano Alvaro García Linera calificó como “trampa imperial” la propuesta de “cuidar el bosque para el mundo entero” mientras “el norte siguen depredando todos los bosques”. “Los críticos del extractivismo confunden sistema técnico con modo de producción, y a partir de esta confusión asocian extractivismo con capitalismo, olvidando que existen sociedades no-extractivistas, las sociedades industriales ¡plenamente capitalistas...! varias ONG no son realmente Organizaciones NO Gubernamentales, sino Organizaciones de Otros Gobiernos en nuestro territorio, y el vehículo de la introducción de un tipo de ambientalismo colonial que relega a los pueblos indígenas al papel de cuidadores del bosque amazónico”, concluye García Linera en Geopolítica de la Amazonia.
@diegorubinzal
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