Dom 03.04.2016
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ESCENARIO

Pobreza Cero

› Por Diego Rubinzal

“Pobreza cero” fue promesa central de campaña de Mauricio Macri. Disminuir la cantidad de pobres es un deseo compartido, en el plano discursivo, por todo el espectro ideológico. Las coincidencias se terminan cuando se debate cuál es el rumbo correcto para lograrlo. En otras palabras, las diferencias afloran cuando se comienza a hablar de política y no de meras intenciones.

La política económica macrista marcha a contramano del objetivo enunciado. Las medidas implementadas en los primeros dos meses de gobierno (fuerte devaluación, eliminación de derechos a las exportaciones, liberalización comercial, aumentos tarifarios) perjudican a los sectores más vulnerables. Por otro lado, la consigna electoral no deja de ser engañosa ya que la “pobreza cero” es inexistente (medida por ingreso -absoluto/relativo- o por necesidades básicas insatisfechas) incluso en los países más desarrollados del mundo.

Esto no implica avalar expresiones tales como “pobres hubo siempre” o que se trata de un fenómeno “natural e inevitable”. Por el contrario, los niveles (y profundidad) de la pobreza son variables y dependientes de la direccionalidad de las políticas públicas. A su vez, el debate es incompleto si se invisibiliza la desigualdad social. En ese sentido, la riqueza es la contrapartida de la pobreza.

La economía regida por la “mano invisible del mercado” genera desigualdad. El último informe de la ONG Oxfam señala que el 1 por ciento de la población mundial posee el 50 por ciento de la riqueza. La tendencia ha ido en ascenso desde la consolidación global del paradigma neoliberal. La contracara de ese proceso es la caída de la participación de los trabajadores en el ingreso. El catedrático español Vicenç Navarro sostiene en Las desigualdades y las insuficientes propuestas para reducirlas que “las rentas del trabajo pasaron a representar del 70 por ciento del PIB en Estados Unidos, el 70,4 en Alemania, el 74,3 en Francia, el 72,2 en Italia, el 74,3 en Gran Bretaña, y el 72,4 en España en los años setenta, a solo el 63,6 por ciento en Estados Unidos, el 65,2 en Alemania, el 68,2 en Francia, el 64,4 en Italia, el 72,7 en Gran Bretaña, y el 58,4 en España en el año 2012”.

Las apelaciones al emprendurismo y la “igualdad de oportunidades” como la (casi) única alternativa omite esa cuestión. El esfuerzo individual se transforma en quimera cuando el proyecto político-económico no acompaña. El sociólogo José Nun explica en Acerca de la desigualdad y los impuestos que “la igualdad de oportunidades, por sí misma, no ha conducido en ninguna parte a una mayor igualdad del conjunto de la sociedad. Sucede que son tan disímiles los puntos de partida en materia de crianza, educación, relaciones sociales, y tantos los obstáculos que deben superar los sectores de menores recursos que, en ausencia de otras intervenciones compensatorias de tales desventajas, por este camino se desemboca en un formalismo abstracto y sólo se logra finalmente mantener y reproducir con buena conciencia la estructura de desigualdad vigente en la sociedad”.

En esa línea, Nun explica que “no se trata de abolir únicamente los privilegios heredados sino también la falta de privilegios heredada”.

El macrismo ignora esas sutilezas. El partido gobernante entiende que los logros personales dependen “pura y exclusivamente del esfuerzo y del mérito individual, como si no existiesen condiciones sociales, económicas, políticas y también culturales que condicionan el desarrollo de las personas y coartan sus posibilidades. Para esa mirada basada en el individualismo da lo mismo nacer en cuna de oro que en una familia pobre”, sostiene Washington Uranga en “Cultura y lucha política”

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@diegorubinzal

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