MITOS ECONóMICOS › ACUMULACIóN INFLACIONARIA DE RESERVAS
› Por Andrés Asiain
El pago a los fondos buitre reabrió el acceso a los mercados financieros internacionales. La emisión de deuda externa nacional y provincial por casi 27 mil millones de dólares –más allá del debate sobre su sustentabilidad de largo plazo–, permitió estabilizar el mercado de cambios y alejar el fantasma de una corrida desestabilizadora. Por el contrario, la llovizna de dólares producida por el endeudamiento en coincidencia con la liquidación de la cosecha gruesa de soja, generó presiones al abaratamiento de la moneda norteamericana.
La estabilidad del dólar en simultáneo con una brusca aceleración de la inflación –que acumula un 30 por ciento desde noviembre a junio–, puso en alerta a algunos sectores de la economía productiva que ven licuarse la competitividad provocada con la última devaluación. Si bien la preocupación parece exagerada, especialmente por el aire que brindó la recuperación parcial del valor de la moneda brasileña (real), la excesiva ambición de exportadores y el temor al impacto de la apertura importadora en los industriales impulsó el reclamo por darle un nuevo impulso a la competitividad. Léase, volver a devaluar.
Atendiendo parcialmente esas presiones, el titular del BCRA, Federico Sturzenegger, comenzó a disminuir las tasas de interés que paga por su deuda de corto plazo (Lebac). Una política que disminuye la rentabilidad de invertir en el mercado financiero local y, por ende, estimula a pasarse a dólares. Aun así, la tendencia del dólar a abaratarse no cedió y el Central probó de estimular la salida de dólares desregulando su compra para pagar deuda con importadores y realizar inversiones no financieras en el exterior.
La pregunta clave es: ¿por qué la autoridad monetaria no aprovecha el ingreso de dólares para incrementar las reservas? De esa manera, ubicaría el dólar donde desee y, además, construiría un paragolpes para enfrentar futuros vaivenes en el frente externo. Vale destacar que la táctica de aprovechar las buenas coyunturas externas para juntar reservas para enfrentar eventuales malas rachas, fue una estrategia utilizada por gobiernos de variado signo que van de la dupla Menem-Cavallo a la de Kirchner-Lavagna. Es que más allá de la diferente orientación de su política económica, compartían la idea de que siempre es mejor tener la billetera llena.
El rechazo de Sturzenegger a engordar las reservas del Central (la billetera de la economía nacional) se debe a su malformación monetarista. Bajo esa mirada, la compra de dólares por el Banco Central generaría emisión de pesos y, luego, una aceleración de la inflación. La evidencia de su breve mandato, donde la inflación se duplicó mientras el dinero en circulación se redujo, no parece haber mellado su fe en la ortodoxia monetaria.
La consecuencia de esa errónea interpretación de las causas de la inflación, no sólo se sienten en el acelerado ritmo de aumento de los precios que hacen caso omiso a las proclamas monetaristas del Central. También en el absurdo de que, por un lado, se endeude al Estado para atraer dólares. Y, por el otro, otra área estatal estimule al sector privado a que se lleve esos dólares porque no quiere acumularlos. Si no querían juntar dólares, una vez alejado el fantasma de la corrida, hubieran financiado con deuda en moneda local una mayor proporción del déficit presupuestario disminuyendo la acumulación de deudas externas. Pero, ya dado el endeudamiento, sería más pragmático dejar los dogmatismos de lado y acumular reservas (en todo caso, esterilizando la expansión monetaria).
La inestabilidad de las finanzas internacionales vuelve poco aconsejable confiar excesivamente en el acceso al crédito internacional como único medio de sostenibilidad externa.
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