EL CLUB DE PARIS Y EL FMI
Tras la reciente visita del director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, quedó claro que la nueva administración se sentiría más cómoda si regularizara su deuda con el Club de París. Pero no hay urgencia, a nadie le quita el sueño y así lo hizo saber, sin ambigüedades, el nuevo ministro de Economía, Martín Lousteau. No obstante la voluntad política de terminar con esta deuda existe, aunque lejos de los términos reclamados por los acreedores.
Frente al recambio en el Poder Ejecutivo, los representantes del poder financiero creyeron leer que ésta era una buena oportunidad de colar al Fondo por la ventana. El argumento para el regreso del organismo es que los estatutos del Club impiden que se apruebe el refinanciamiento al deudor si éste no cuenta con el visto bueno de un programa con el FMI.
En la lógica de la vetusta arquitectura financiera internacional se supone que un acuerdo con el Fondo garantiza calidad asegurando la capacidad de repago de la economía intervenida. La sumatoria de defaults inducidos en todas las latitudes sobre economías que siguieron a pie juntillas las recomendaciones del FMI es el mejor ejemplo contrafáctico para rechazar el argumento. Pero la rigurosidad histórica es un dato menor en un debate atribulado por otros intereses.
Algunos países del Club insisten y presionan por una solución dicotómica: pagar en efectivo y con reservas internacionales los alrededor de 6300 millones de dólares adeudados o refinanciar sometidos a la revisión del FMI. Strauss-Kahn reforzó esta idea. En Buenos Aires se declaró dispuesto a “ayudar a la Argentina”, pero con cuidado de agregar que su intervención es cosa de los estatutos del Club y no del organismo a su cargo.
La realidad, como suele suceder, no es lo que parece. El Club de París, más allá de las expresiones de algunos de sus integrantes, no es una institución tan formal como la de los organismos de Bretton Woods. Los estatutos invocados carecen de la rigidez invocada. Y de la misma manera que se cita la necesidad de intervención del FMI, podría no invocársela con la simple decisión de sus miembros. Los antecedentes son numerosos. En 1981, por ejemplo, el Club le refinanció la deuda a la por entonces Polonia comunista. Obviamente sin la injerencia del Fondo.
Pero en el Fondo no pierden las esperanzas. Deslucido por sus fracasos (visto desde los deudores), corrido del centro de la agenda por el desendeudamiento de sus principales acreedores, como Brasil y Argentina, su staff sueña con la posibilidad de relegitimarse y volver a escena. Sólo así podría posponer su propio ajuste estructural y evitar el desempleo entre sus filas.
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