TEATRO › TRACK: MALDITO ROCK Y SEGUNDO SET
Las dos puestas, recientemente estrenadas, tienen un fuerte anclaje en la ética, la estética y la temática del rock. Pero mientras el musical Track... abunda en clisés, la pícara y disparatada Segundo set huele a espíritu adolescente.
Una peca de inocente, la otra es virtuosa en la picardía. Una reincide en el clisé, la otra resuelve con ocurrencia. Una de las dos pretende, deliberadamente, ser rockera. En el caso de Track: maldito rock y Segundo set, la obviedad no es garante de acierto, y la que termina con la viola colgada es la que no se autoproclamó el musical del rock nacional. En rigor, se trata de dos puestas con fuerte anclaje en la ética, la estética y la temática del rock, recientemente estrenadas, y que seguirán en cartel durante las vacaciones de invierno, recordando que el receso invernal no sólo es esperado por niños, sino también por jóvenes y adolescentes.
En esos términos, no se ven muy diferentes. Tampoco en que son dos opciones teatrales construidas sobre una fuerte interdisciplinariedad con la danza, la música y el videoarte, protagonizadas por jóvenes y con libros que se refieren a problemáticas juveniles. Las diferencias son de tipo discursivo y de puesta en escena del hecho teatral.
Quizás eso se deba, sólo en parte, a que Track: maldito rock ocurre de miércoles a domingo en el horario nocturno del Teatro Broadway, en plena calle Corrientes, y que Segundo set es parte del off e inaugura la trasnoche del Teatro El Cubo. Pero, al final de cuentas, las diferencias son más sutiles que en la clásica oposición independiente-comercial en el teatro para niños (Andantes rodantes contra Barney) o para adultos (teatro clásico, experimental y avant-garde contra, básicamente, teatro de revistas). Aquí la sutileza es tal que el guiño rockero puede aparecer dirigido al hijo en una o como una mueca para calmar al padre en otra.
La línea argumental de Track: maldito rock (idea de José Luis Cives García, libro de Claudio de Gásperi) es un intento de guiño, mal logrado, al que sus sobreentendidos teóricos la hacen ver inocente. El asunto es el de siempre, desde Romeo y Julieta: rockero rebelde conoce una musa burguesa, le ofrece su amor, la familia se lleva a la chica (su padre, que “está con los milicos”), la chica enloquece (según parece, al hacerse montonera) y, sobre el final de su vida, vuelve a su amor rebelde.
Juan (Daniel Galarza) es un ex trovador romántico, que fue una suerte de Bombita Rodríguez de los no-Montoneros y que ahora vive recluido, a la espera de la idea para la canción que le falta a su álbum de regreso. Patricio Arellano, con buenos dotes musicales, hace de Juan joven y de Nicolás, un cantautor vagabundo al que el Juan adulto coopta. Y Mariana Jaccazio es, a la vez, Julia (enamorada de Juan joven, chica bien devenida montonera) y Laura (secretaria de Juan adulto). Tanto Jaccazio como Arellano cumplen muy bien sus interpretaciones actorales y musicales; Marina Cachan y Matías Gallitelli hacen sólidas intervenciones de teatro-danza; todo el elenco baila y canta dignamente para una comedia musical. El tema es cómo fue planteada la obra. Y dónde está la comedia.
En principio, Track es un “musical sobre el rock nacional” desde 1973 a esta parte. Las referencias a la dictadura son tan obligadas como tibias: un diálogo en el que Juan recuerda algo así como que “en el país pasaban cosas muy difíciles” o la seguidilla sirena-luces que se apagan-corrida. Se debe decir, la obra incluye un “fusilamiento” en directo, se anima en eso. Pero la propia historia de Juan es un clisé: en la primera parte, tiene éxito con el tema que compone para Julia, la pierde, se pelea con su banda, se hace solista y Julia se mete con Tiago (que más que montonero parece un panadero anarquista); luego, el protagonista se amiga con las botellas y las sustancias, lo hacen firmar borracho un dudoso contrato, alucina, reencuentra a Julia, la vuelve a perder. En fin, vive angustiado.
El rock jamás se ha visto a sí mismo en forma tan inocente o lastimera y es por eso, entre otras cosas, que Track no cumple con el homenaje. No hay novedad, no hay innovación siquiera paródica: es una repetición del discurso que la hegemonía construyó para hablar sobre el rock, para quitarle el sentido a su rebeldía (“Igual, se están llevando a todos”, le cuenta Julia montonera a Juan superstar) y adjudicarle un destino de destrucción por los excesos. Por suerte, donde no era candidata, es que avanza Segundo set, la historia de un gimnasio que, en esta noche en particular, se convierte en un casino clandestino.
A priori, no parece haber mucho de rock en la obra, salvo por la referencia en su subtítulo: Sexo, timba y paddle. Pero estéticamente es contemporánea a su público y musicalmente es tan clásica como Track (“Marcha de la bronca”, “Ayer nomás”), pero más hormonal (“Personal Jesus”, “Welcome to the jungle”), además de incorporar en una cruzada indie a los chicos de Michael Mike como compositores de la música de la obra y a Joaquín Cambre (Cerati, Attaque 77, Miranda!) como realizador de video-arte.
Técnicamente, Segundo set tiene vértigo y la posibilidad liberada de errar o improvisar. Como en un recital, el hecho artístico ocurre en toda la extensión del escenario y detenerse en un acontecimiento equivale a colgarse con el solo del bajista y perderse el del tecladista. El libro y la puesta son de Ezequiel Tronconi, que continúa una saga iniciada con Pelota paleta. Los personajes son disparatados: la tilinga que va al gimnasio con calzas de leopardo, el camionero atorrante pero humilde y cariñoso (maravillosa interpretación de Ezequiel Cipols), la bebota, el ganador, el chanta, una suerte de Otto (The Simpsons), el tacaño, el boxeador conflictuado, la atorranta y... ¡el mismísimo Alf!
Segundo set no admite un conflicto dramático, único, que se desarrolle en toda la obra, sino una continuidad de conflictos que la termina de alejar del drama para ceñirla a la comedia, lo que no ocurre con Track. En la obra de Tronconi se organiza una noche de timba en el gym, viene la bebota (menor), cae la policía, forcejeos, se llevan al dueño del gimnasio, aparece un magnate que pagará la fianza si las chicas le hacen un favor. Entre medio, intervenciones de comedia musical inesperadas, una asesina que llega de Shile (la talentosa Laura Cymer) y las confesiones del camionero. Segundo set es un gran guiño a esa nueva cultura rock, que incorpora a la Bond Street, a Peter Capusotto y a Quentin Tarantino. Y a la que adhiere un elenco formado, al igual que Track, por doce jóvenes actores de teatro y tv. Otra diferencia es que, aunque de un modo bastante más näive, muchos de los chicos de Segundo set vienen entrenados en estas problemáticas por haber participado de Costumbres Argentinas, Magazine For-Fai, Conflictos en Red, Criminal o Hermanos & Detectives.
En Segundo set no hay miedo al chiste fácil, sino humor de ocurrencias, que de tan histriónico hace lucir parcas a las bromas obvias de Track. Esto no obliga a decir que Segundo set es mejor obra desde lo técnico. De hecho, las danzas y las intervenciones vocales flaquean en la obra de Tronconi, un poco como parodia, frente a la falta de grandes aptitudes. Sí puede decirse que es una obra más original, ocurrente y pícara que Track. Y que es la única de las dos que realmente huele a espíritu adolescente.
Informe: Luis Paz.
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