TEATRO › HUGO URQUIJO Y TEATRO ABIERTO X2, SU HOMENAJE A AQUELLA RESISTENCIA DE 1981
El director habla de su puesta de Gris de ausencia, de Roberto “Tito” Cossa, y El acompañamiento, de Carlos Gorostiza, que se verán a partir de mañana en La Boca: “Traté de que cada actor abriera su propio camino, porque no es cuestión de reproducir”.
› Por Hilda Cabrera
En el prólogo a la edición de la totalidad de las obras de Teatro Abierto 1981 se aclara que este movimiento nació, en principio, para mostrar la vitalidad y vigencia del teatro argentino contemporáneo, y recuperar y ejercitar de modo solidario el derecho a la libertad de expresión. Esa pionera afirmación de 21 autores que se unieron para organizar un ciclo de 21 obras breves, dirigidas por otros tantos directores (a excepción de Antes de entrar dejen salir, de Oscar Viale, que no se vio por razones técnicas), encontró rápido apoyo en artistas y técnicos y –tras el atentado con bombas incendiarias del 6 de agosto al Teatro del Picadero– en varios empresarios teatrales. Con el propósito de hacer presente aquella labor comunitaria, mañana se estrenará el espectáculo Teatro Abierto X2, que reúne dos destacadas obras de aquel ciclo inicial: Gris de ausencia, de Roberto “Tito” Cossa, y El acompañamiento, de Carlos Gorostiza. Estas piezas se verán en el Teatro de la Ribera, una a continuación de la otra y sin intervalo, dirigidas por Hugo Urquijo. Para el montaje se dispuso un único espacio escénico, que es tanto la trastienda de una trattoria argentina en Roma (Gris...) como el cuarto de la casa familiar en la que se abroquela Tuco, obrero con berretín de cantor. Para instalar a los espectadores en aquel tiempo se introdujo a una relatora, papel que cumple la actriz Monina Bonelli, nacida, como Teatro Abierto, en 1981. “Su función –apunta Urquijo en diálogo con PáginaI12– es ubicar a los más jóvenes y a los que saben poco o nada de aquella resistencia cultural y cívica.”
–¿Cívica por la adhesión del ciudadano común?
–El público apoyó de entrada. Pensemos que entonces no era fácil. Estábamos bajo la dictadura, y el que se atrevía a levantar la cabeza corría el riesgo de que se la cortaran. Todo era nuevo en aquel ciclo: las obras, el formato... Cuando se produjo el incendio intencional, la gente reaccionó de manera increíble, con gran solidaridad, y Teatro Abierto se trasladó del Pasaje Rauch (hoy Enrique Santos Discépolo), donde estaba el Picadero, a la calle Corrientes, nada menos que al Tabarís, cedido por Carlos Rottemberg.
–¿La indignación le ganó al miedo?
–Era evidente que sí, porque todavía era peligroso permanecer durante dos horas en una cola para retirar las entradas. Tito dice que las cosas no siempre salen como las planean los poderosos, y que el fenómeno Teatro Abierto lo demuestra, porque a los militares argentinos, tan expertos en armas, ahí sí que el tiro les salió por la culata.
–Ese fue además un movimiento que surgió de un sector al que se le negaba valor artístico...
–Lo gestaron los autores ante la prohibición de la cátedra de Teatro Argentino Contemporáneo en la Escuela Nacional de Arte Dramático y, claro, fue la gota que rebasó el vaso. Los autores empezaron a reunirse espontáneamente en distintas casas, rotando y tomando fuerzas.
–¿Cómo fue su participación? Porque entonces dirigió Desconcierto, de Diana Raznovich, con Patricia Gilmour.
–Estaba participando de una mesa redonda en el Teatro del Picadero, donde se encontraba Osvaldo “Chacho” Dragún y, al finalizar, Chacho me contó que preparaba un movimiento. Me preguntó si estaba dispuesto a colaborar, y no dudé. Chacho dejó escritos sobre esa forma suya de buscar secretamente socios para la aventura. Enterados, muchos terminaron autoconvocándose. Por esa época se habían iniciado ya las reuniones en Argentores: era cuestión de animarse. Alguna gente tuvo miedo y era lógico. Para los que se atrevieron, eso que se gestaba era aire puro.
–¿Por qué se tomaron estas dos piezas?
–El director Kive Staiff (del Complejo Teatral Buenos Aires) las propuso por ser emblemáticas de 1981. Estas obras siguieron en cartel después del ciclo, que se extendió por más tiempo de lo previsto (se prolongó por tres meses, desde agosto hasta octubre), y fueron invitadas a festivales internacionales, como los de Caracas y Madrid. A mi juicio, son dos joyas.
–¿Tuvo miedo cuando participó?
–No recuerdo haber sentido miedo. Había estado en Madrid entre 1976 y 1978. Me fui no exiliado forzadamente, sino porque aquí no podía respirar. El medio psicoanalítico fue muy reprimido, y bien encima de producido el golpe militar. Viviendo en España, supe directamente –por los exiliados políticos y los que habían podido escapar de la tortura– de todo lo que estaba pasando. Los informes elaborados en Ginebra circulaban fotocopiados.
–¿Regresó, a pesar de eso?
–Varias veces en esos años, y por cuestiones personales: mi hijo se había quedado en Buenos Aires y la situación me producía un desgarramiento permanente. Como en Gris de ausencia, las despedidas desencadenan asuntos potentes y hacen estallar todas las ansiedades. Conocí el desarraigo y sentí muy intensamente el corte de un vínculo tan fuerte como el que se tiene con un hijo.
–¿Tal vez porque las despedidas forzadas se viven como si fueran las últimas? Sucede en la obra de Cossa...
–Que toca el desarraigo y esa compleja materia de la que está hecha la identidad del argentino. En El acompañamiento, en cambio, se potencian la solidaridad y la rebeldía. Tuco es un rebelde: un obrero que un día decide dejar la rutina de la fábrica, encerrarse en su cuarto y ejercitarse en el canto para realizar su sueño, que es cantar como Carlos Gardel. De nada sirve que la familia le envíe a su mejor amigo, Sebastián, para que lo convenza, salga del cuarto y haga una vida “normal”. Creo que las dos obras, tan distintas, se unen en un punto: el de los sueños por realizar.
–¿O escaparle al fracaso desde una resistencia que parece loca?
–Que parece, nada más, porque no es loca. Tuco y Sebastián tienen algo de chicos jugando. En realidad, uno es siempre un chico cuando sueña.
–¿Cómo encaró el tema de las actuaciones, teniendo en cuenta que varios de los trabajos de 1981 se consideran antológicos?
–En los reestrenos surge siempre aquello de la idealización del recuerdo. Jorge Luis Borges decía que el recuerdo anula o modifica la memoria, y es cierto que uno, al recordar, modifica la memoria que conserva de aquellas interpretaciones, pero los actores y actrices de estas dos puestas –en muchos casos, y por suerte para ellos– no tienen un recuerdo tan presente. Lo que hice fue tratar de que cada uno abriera su propio camino, porque no es cuestión de reproducir. Además, en las dos obras el público verá trabajos que se pueden calificar de antológicos.
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