TEATRO › DIEGO COSIN Y LA OBRA EL REINO DE LAS IMáGENES NíTIDAS
El director propone retomar la figura del cineasta de Metrópolis en el contexto del régimen nazi, al que retrata bajo un sino trágico. “Logra huir, pero la sombra de su propio pasado y de sí mismo lo sigue persiguiendo.”
› Por Cecilia Hopkins
Famoso por su film Metrópolis, de 1927, el cineasta vienés Fritz Lang es el protagonista de El reino de las imágenes nítidas, obra de Lucía Laragione que acaba de reestrenarse en el teatro Payró (San Martín 766) bajo la conducción de Diego Cosin. La pieza, que transcurre en el vagón de un tren bajo un signo onírico y fragmentario, repasa momentos de la vida del realizador que desde 1916 escribió guiones para los estudios UFA y, ya en colaboración con su segunda mujer, Thea von Harbou, filmó la mencionada Metrópolis, El Dr. Mabuse y El testamento del Dr. Mabuse, en 1932. La acción comienza al año siguiente de ese estreno, horas después de recibir la propuesta del ministro de Educación y Propaganda nazi, Joseph Goebbels, de hacerse cargo de la dirección de los estudios Universum Film.
Contrario a sus ideas, Lang abandona a su mujer (quien, a diferencia suya, estaba muy a favor de los cambios que ocurrían en la sociedad alemana) y escapa en tren a Francia. Durante el viaje, entre apariciones y amenazas, la trama va asumiendo un aire a policial negro. Además de las personas de su entorno íntimo, aparece en sus sueños el doble de Peter Kütner, el asesino de M, el vampiro, película filmada por Lang en 1931. Cosin se considera un admirador del cine de Lang. En una entrevista con PáginaI12, el director y régisseur explica por qué concibe el texto de Laragione como “un viaje a la cabeza del protagonista”. A partir de un espacio escénico virtual, con proyecciones de las películas de Lang de su período expresionista, Cosin realiza una puesta que refleja “el pensamiento del director, invadido por distintos fantasmas: su mujer, Joseph Goebbels, un joven de la juventud hitleriana que oficia como guarda del tren, y PK, el doble del asesino serial Peter Kütner, conocido como el vampiro de Düsseldorf, en el que Lang se inspiró para su película M, el vampiro. El director afirma que “Lang también se revela como un personaje oscuro, que teme preguntarse sobre su relación con el nazismo. Concebida como un flashback con tintes de pesadilla, vemos que el protagonista logra huir de los nazis, pero la sombra de su propio pasado y de sí mismo lo sigue persiguiendo”. El elenco está integrado por Alejandro Gennuso, Antonia de Michelis, Alejandro Mazza, Alvaro López y Javier Maestro.
–¿A qué reino alude el título?
–Es una alusión directa al afán que tuvo el Tercer Reich de crear un nuevo orden, sin claroscuros, en el cual las acciones (o sea, las imágenes), tanto individuales como colectivas de la nueva Alemania que se pone de pie, fuesen concretas (es decir, nítidas), sin lugar para la duda o la transgresión.
–¿Se inspiró desde un principio en el cine de Lang?
–Sí, porque el título, además, me hizo imaginar literalmente un lugar como de cuento de hada llamado El reino de las imágenes nítidas, un lugar medio futurista, donde hay pantallas de cine en lugares abiertos que reflejan de manera clara y nítida los pensamientos de las personas.
–¿Qué implicancias tiene la frase de Peter Kütner: “No hay inocencia posible, todos somos culpables”?
–Es una frase que en la obra se menciona dos veces. Es un recurso que usan los victimarios para justificar sus crímenes; cambiar las causas de los acontecimientos que se han provocado. Sacarse el peso de la responsabilidad criminal y distribuir la culpa sobre los demás. En ese sentido, y a manera ilustrativa, uno de los posibles títulos de M el vampiro era “los asesinos están entre nosotros”. En el film, cuando el personaje de Peter Kütner –que interpreta Peter Lorre– rompe los códigos de convivencia entre los mafiosos y éstos lo enjuician, de alguna manera les dice que no es el único culpable de sus crímenes.
–Lang, en sus pesadillas, afirma que el cambio artístico debe ser símbolo del cambio político. ¿Cómo ve la relación arte y política?
–Históricamente, esa relación ha sido y continúa siendo un matrimonio con todas sus idas y venidas. Precisamente, en los regímenes totalitarios es cuando esta unión se ha hecho más estrecha y es también cuando el arte rescinde su capacidad para provocar una auténtica emoción artística y se transforma, en cambio, en una actividad ilustrativa y carente de cualquier contenido que no sirva a la propaganda política de turno.
–¿El artista debe servir a su comunidad?
–Ese es un dilema cuya solución depende del contexto histórico. De todos modos, diría que el arte no puede ser conminado por intereses no artísticos. La necesidad y el ímpetu creativo del artista son libres o deberían serlo al menos para que tenga lugar el hecho artístico y la obra de arte.
–¿Dónde cree que reside el atractivo del tema del nazismo?
–Creo que es una manera de tomar distancia con nuestro pasado reciente y, sobre eso, acceder a un género que siempre es atractivo. El hecho de espiar cómo funcionaba la cabeza de tremendos hijos de puta, el de imaginar los detalles de cómo era la vida cotidiana de estos personajes, creo que ocupan un lugar de marcado interés en el público nuestro y, de algún modo, a partir de ellos se pueden recuperar partes de nuestra historia. De todos modos, no me parece que el tomar al nazismo como tema sea privativo de la Argentina. Ahí está la versión de Ricardo III de Shakespeare, con Ian McKellen y Annette Bening, o La caída o Los falsificadores. Por otra parte, no olvidemos que muchos jerarcas nazis se han refugiado en nuestro país, lo cual genera indudablemente un interés en esta temática.
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