TEATRO › ENTREVISTA AL ACTOR Y “DOCENTE” COCO SILY
Está recorriendo la Costa Atlántica con su espectáculo La cátedra del macho, que se burla y se queja de los cambios de paradigma en las cuestiones de género. Pero aclara: “En realidad, el opuesto del ‘macho’ es el’moderno’, el que perdió los códigos”.
› Por Facundo García
Desde Mar del Plata
“‘Puto el que lee esto’. Nunca encontré una frase mejor para comenzar un relato. Nunca, lo juro por mi madre que se caiga muerta. Y no la escribió Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora. Lo leí en un baño público en una estación de servicio de la ruta. Eso es literatura.” Así arranca “Usted no me lo va a creer”, uno de los libros más memorables de Roberto Fontanarrosa. Seguramente el Coco Sily aprobaría esas líneas, y –salvando las distancias– hasta podría considerarlas como posible inspiración para La cátedra del macho, el espectáculo que está presentando los lunes a las 22 y a las 24 en el Teatro Güemes (Güemes 2955, Mar del Plata), con funciones por el resto de la costa –especialmente en Gesell, Pinamar y San Bernardo– durante la semana.
Sucede que el actor tira un gancho similar al del maestro rosarino cuando sale a escena solo, asistido únicamente por un par de luces y eventualmente un vaso de whisky. De entrada explica en qué consistirá la clase: “En el rato que sigue, vamos a pronunciar mucho las palabras ‘puto’ y ‘macho’. Ojo, que cuando digo ‘puto’ no estoy hablando de una elección sexual. Lo aclaro porque muchos homosexuales tienen más códigos que gran parte de los heterosexuales. En realidad, el opuesto del ‘macho’ es el ‘moderno’, el que perdió los códigos. Y yo vengo a ser una especie de testeador del nivel de modernidad, de esa putez interna que cada uno tiene”, adelanta. Entonces más de un progre frunce –entre otras cosas– el ceño.
Y sin embargo no es tan complicado ver hacia dónde apunta Sily. ¿Quién no fue a un restaurante de Palermo para encontrar que “el fino colchón de hojas verdes” que salía treinta pesos era simplemente una ensalada de lechuga? “¡Es lechuga, hermano! No me estafés. No me bolsillés”, se enoja el personaje, que al toque arremete con un conjunto de características que distinguirían al macho en el mundo hostil que lo acorrala: el pastel de papas en lugar del sushi, el jabón y la toalla en lugar de la crema antiage y, sobre todo, la prohibición estricta de soplarles la novia a los amigos.
“Es un juego para reírse. Si yo quisiera bajar línea sobre esto en tono solemne sería un pelotudo”, reconoce el artista ya en el camarín. La advertencia no disipa la tentación de reflexionar sobre el choque de estereotipos que aparece en el show, una tensión que nace de la desorientación de muchos hombres respecto del rol de su propio género. Sily lo resume a su manera: “Más que salvar una supuesta masculinidad perdida, se trata de recuperar los códigos de la hombría. No es ser machista ni mataputos. El enemigo, en todo caso, es ese personalismo que ha tomado todos los ámbitos, ese ‘me importa lo que yo siento y no me interesa nada más’. Lo que usualmente llamamos mariconadas”.
“El macho usa canas, no tintura; usa panza, no se hace una liposucción; usa gel y no productos para el pelo; usa bufanda y no pañuelos en el cuello. No usa tatuajes, excepto el que diga el nombre de la madre.” La cátedra plantea sus antinomias en un registro que puede resultar urticante para quienes estén más acostumbrados al pudor académico que a tomarse el colectivo sesenta. Y aunque asumirlo suene maraca, la verdad es que si uno se relaja empieza a disfrutar. De última, el humor alrededor de “machos” y “putos” tiene una larga historia, y ha dado frutos que van desde la curiosa derivación coloquial “macho-menos” hasta engendros como “Macho Man”, la canción de los Village People que enloquece a los tíos borrachos en los cumpleaños de quince. Es más: ya en el Siglo de Oro español, Francisco de Quevedo recitaba que “puto es el hombre que de putas fía/y puto el que sus gustos apetece/puto es el estipendio que se ofrece/en pago de su puta compañía./Puto es el gusto, y puta la alegría/que el rato putaril nos encarece/y yo diré que es puto a quien parece/que no sois puta vos, señora mía”. El entrevistado echa luz sobre ese linaje ancestral, e invita a perderle el miedo: “Lo que hay que entender es que trabajamos en los extremos, en la exageración, porque ahí es donde nace el humor”.
En La cátedra... el ser que monologa sufre. Quiere salvar su universo, y esa desesperación causa gracia. “Cuando estás por organizarle la fiesta de quince a tu hija, entra por la puerta una poronga con hélice y alitas de colibrí. Vos no la ves, e igual te va a empomar. Vas a terminar pagando miles de pesos por esa fiesta, papi”, se desespera el pobre. La sala le contesta con carcajadas, que para Coco responden a la identificación con el que se siente estafado cotidianamente.
–A esa crisis de valores, la época suma un auge de la agresión gratuita. En Internet, sin ir más lejos, los que no se la bancan cara a cara pueden dedicarse a insultar por deporte. Los “machos” son minoría.
–Sí. Eso antes se llamaba copar la parada. Cuando vos bardeás a otro con mala leche o solamente porque se te canta, lo correcto es bancarte la que venga después. No te podés hacer el pelotudo como se usa actualmente. Si te cruzás con el chabón, vas a tener que darle las explicaciones o las trompadas que sean necesarias. Te pongo un ejemplo típico: termina la función y vienen dos a los que no les gustó. Uno es moderno y el otro tiene códigos. El que tiene códigos te va a comentar “bien, loco, ahí va, dale para adelante”. El otro te suelta un “mirá, es todo una cagada. Sorry, lo que pasa que yo expreso lo que siento”. A ése yo le contestaría que se meta la sinceridad en el ojete, a menos que sea un amigo o un hermano. Esas actitudes van contra la caballerosidad. Muchas veces uno sacrifica esas observaciones en pos de hacer sentir mejor al otro. Lamentablemente eso se está terminando.
–¿Cómo volcar esas sensaciones al humor?
–El barrio es el que te da humor, y yo vengo de allá. Por otra parte, la respuesta del público –ya desde la columna de la radio (ver recuadro)– ha sido contundente. Creo que es porque en el fondo todos tenemos un lugarcito en el que seguimos teniendo códigos, por más que los hayamos ido relegando por ese deseo bobo de querer “ser parte de”.
Es morocho, puteador y peronista. Encima, con simpatías hacia el kirchnerismo: Sily las tiene todas para que los “biempensantes” vernáculos le apunten sus cañones. El sostiene que boquear, boquea cualquiera. “Ser violento es una cagada –responde él–. Sin embargo, la agresión verbal se ha puesto de moda porque nos acostumbramos a no reaccionar en serio. Le faltaron el respeto a tu mujer, o un amigo está en quilombos y sí, vas a ir a cagarte a trompadas. Obvio que no vas a matar a nadie. Vas a reaccionar, que es distinto. Lo mismo que en los boliches. Estás con una mina, viene otro y le empieza a hablar. ‘Ahora se acostumbra así’, repite la gilada. Se acostumbra así las pelotas, viejo. Vos palpitás cuándo el otro viene a saludar a la flaca con onda de amigos y cuándo no. Eso no se hace. Es obvio que no se hace, no te hagás el moderno y rajá.”
–¿De dónde vienen esos códigos?
–En mi tiempo te lo daban los amigos, los hermanos mayores o tu viejo. No tiene que ver necesariamente con la guita. Podés encontrar a uno al que le haya ido bárbaro y mantenga sus valores. El gran inconveniente ahora es que la violencia sin sentido ha ganado los barrios, y no permite que los pibes se críen como nos criábamos nosotros. Yo me acuerdo de que salía a las ocho de la mañana y volvía a las nueve de la noche. En el día, la barra se juntaba con chicos de otros niveles sociales, para arriba y para abajo. Ibamos a jugar a la casa del rico y por ahí en el mismo día a la casa del pobre, lo que nos daba una especie de respeto por el otro más allá de lo que tuviera. O en todo caso nos servía para aprender a tirar buenas piñas.
El humorista no oculta cierta nostalgia. “Más allá de lo que cada uno opine acerca de lo que significa ser macho, tenemos que darnos cuenta de que estamos perdiendo. Ya nos quitaron la calle, y resulta que ahora para ser canchero tenés que hacerte el sofisticado. En mi profesión, más todavía. Los humoristas no quieren seguir a Olmedo. Todos quieren consagrarse en un supuesto ‘under’ alejado de la gente, correteando por el Konex mientras se pegan con un peceto en la espalda y gritan ‘¡arte! ¡arte!’”. Sily insiste en que detrás de esas pretensiones hay un rechazo a los pilares del humor argentino, que para él han sido el varieté, la revista y el humor directo. “Ojalá me equivoque y el día de mañana haya muchos más Francellas y Olmedos”, agrega.
Curiosamente, La cátedra... por momentos se remonta más allá del nivel chabacano que suele ser santo y seña en las piezas destinadas al público masivo. “Es una cuestión de equilibrio –define el “docente”–. Hay dos que para mí representan opciones intermedias que vale la pena seguir. Uno es Enrique Pinti, un pensador que putea como nadie. El otro es Alejandro Dolina. Enfrente tenés a estos intelectuales ‘modernos’ que los medios muestran como si siempre sentenciaran la posta, aunque suelten una sarta de giladas.”
–Pasemos a las mujeres. ¿Qué le dicen las que vienen a ver la obra?
–Ha sido una sorpresa. Yo intuía que iban a venir sólo grupos de amigos hombres. Me equivoqué. Hay muchas parejas y muchas minas que llegan de a cinco o seis. En parte se quieren divertir y en parte me imagino que sienten curiosidad por averiguar cómo son los hombres. Yo siempre digo que histeriquean con el metrosexual, pero a la hora de dormir cucharita prefieren a un macho que tenga ciertos puntos claros.
–¿Y los gays cómo reaccionan?
–Yo actué de trolo un año en 099 Central, un programa con Facundo Arana, Paola Krum y Nancy Dupláa que se veía muchísimo en 2002. Hacía de un enfermero completamente afeminado. A partir de ese papel, la comunidad homosexual me tomó mucho afecto. De hecho, voy a las marchas del orgullo para apoyar a los compañeros. Eso no quita que yo esté en contra de lo gay como moda. Porque hay círculos en los que hoy ser gay es una especie de condecoración académica. Y no. Hay maricas brillantes y los hay giles.
–Casi puedo escuchar los gritos de los que lo tildan de retrógrado y machista.
–A esta altura, ser machista sería una estupidez. ¿Retrógrado? Tampoco: yo creo que hay muchos chicos muy jóvenes que tienen códigos, y no son conservadores ni nada por el estilo. El resto me importa poco. Afortunadamente, hay boludeces de los críticos a las que la gente no les da pelota. El público cala una “esencia” del que está actuando. Si le cree, va atrás de eso y se caga en los rótulos.
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