TEATRO › ENTREVISTA A LA ACTRIZ Y DIRECTORA ALICIA ZANCA
Entre hoy y mañana estrenará dos clásicos: Prueba de amor, de Roberto Arlt, y El jardín de los cerezos, de Anton Chéjov. Ambas obras retratan, con distintos temas y procedimientos, una caída. Y expresan, según Zanca, situaciones reflejadas en el presente.
El oficio ayuda a disciplinar la vida y afrontar varios trabajos a la vez: dos clásicos en una misma temporada y aun así alentar nuevos proyectos. La actriz Alicia Zanca, entusiasta de su profesión, opina de este modo ante el estreno de las dos obras que dirige: una versión de El jardín de los cerezos, pieza que Anton Chéjov escribió en 1903 a pedido de su mujer, la actriz Olga Knipper, mientras peleaba contra la tuberculosis que lo devastaba, y Prueba de amor, de Roberto Arlt, “boceto teatral irrepresentable ante personas honestas” que, a semejanza de la obra del escritor ruso, retrata una caída. Claro que el derrumbe no es aquí el de un grupo de aristócratas rusos cuya inacción contrasta con la arremetida de la incipiente burguesía, sino una debacle amorosa en medio de un clima de frustraciones y mentiras, en la Argentina de los años ’30. Zanca demuestra un empuje singular, aun cuando su rostro se nuble al confesar que en el período previo a un estreno su angustia es no poder estar más tiempo con sus hijos. “Una ausencia que después reparo –dice–, pero es verdad que me gusta tenerlos muy cerca, aunque libres.” Actriz en títulos relevantes, como Boda blanca, Desde la lona, Lo que va dictando el sueño, Rápido nocturno, aire de foxtrot y Penas sin importancia, entre muchas otras piezas teatrales, adquirió este oficio durante sus estudios en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático y con reconocidos maestros, como los directores Agustín Alezzo, Augusto Fernandes y Roberto Durán. Experiencias que ella vuelca en el escenario y la docencia. Su método es “desentrañar la acción del texto”, y aclara que “una vez descubierta la acción se puede trabajar de manera relajada, con plena conciencia de lo que se está haciendo y de para qué está uno sobre el escenario”.
Su trabajo en la dirección fue fortaleciéndose desde que en julio de 2001 la actriz Laura Novoa la convocó para que la condujera en El zoo de cristal, de Tennessee Williams, con dramaturgia del autor Mauricio Kartun. A esa puesta siguieron otras, como Romeo y Julieta, de William Shakespeare, también en versión de Kartun, a la que incorporó fragmentos musicales, canciones y acrobacia. Y hubo más: Sueño de una noche de verano, Pedir demasiado, Solas... Nieta de un italiano apasionado por la ópera, ilustra musicalmente sus montajes. Así, para El jardín... cuenta con intérpretes en vivo: César Tello (piano), Mariano Ferreira (cello) y Soledad Grijera (violín). “El jardín... es más costosa. Recibimos la colaboración generosa de muchos artistas y los dos elencos trabajan en cooperativa. Tomás Becú, compositor y arreglador, se ocupa de la música de El jardín..., que es parte de la escritura escénica; con él estrené el año pasado Princesa cenicienta, y en el 2007, Amanecí y tú no estabas. Nicolás Pérez Costa, actor, bailarín y coreógrafo, es asistente de dirección y se ocupa del diseño espacial. Gonzalo Cordova, de las luces, y la actriz y directora Virginia Lombardo coordina las dos obras. Graciela Galán, escenógrafa y vestuarista, me ha mandado para este Chéjov materiales desde Francia. Ella está trabajando ahora con Peter Brook.”
–¿Qué le atrae de estas obras?
–Prueba de amor no era un texto que yo manejaba cotidianamente, pero me interesó relacionar esa historia de los años ’30 con el presente. El jardín... es una de mis obras favoritas. En realidad, Chéjov es mi autor predilecto: yo tenía trece años cuando golpearon a la puerta de mi casa ofreciendo las obras completas de Shakespeare y Chéjov. Dejaron los libros esperando que los compráramos. El encuadernado era tan lindo que decidí esconderlos debajo de mi cama. No sé si pasaron a buscarlos, tampoco sé si mi mamá, que nada sabía, despidió al muchacho creyendo que éste se había equivocado. Fue así que aquellas obras quedaron para siempre en mi vida.
–¿Cuál es su clave de acceso a El jardín...?
–Chéjov es un autor difícil de apresar. Se necesita profundizar en la propia interioridad para componer cualquiera de sus personajes. Cuando Omar Grasso dirigió esta obra en la Sala Casacuberta del San Martín (en 1978), con un elenco que compartí, un gran actor, Miguel Ligero, nos decía que necesitaba pelear mucho para encontrar a su personaje. Esta obra me gustó siempre. Mi idea había sido ofrecerla este año en el Botánico, pero el ministro de Cultura, Hernán Lombardi, me respondió que tenían el cupo completo para la temporada. De todas formas, tanto Lombardi como Marisé Monteiro, que trabaja con él, me ayudaron mucho con el vestuario.
–¿Descubrió también conexiones con el presente?
–La historia es esencialmente la misma. Lo actual está en el texto original: cuando el estudiante se refiere a la moral social, a la brutalidad en las relaciones, a los que discursean y nada hacen parece estar hablando de hoy. Aquel jardín de cerezos de la Rusia de la segunda mitad del siglo XIX, amenazado por la tala, puede ser símbolo de un jardín de nuestra época. Un jardín sobre el que existe una amenaza de destrucción, que es también la destrucción de algunas clases sociales. Ahora no es aquella aristocracia rusa derrotada por la burguesía, sino las clases media y baja que van quedando sin capacidad de reacción.
–En cuanto a la obra de Arlt, ¿por qué pedir una prueba?
–Es que nos aterroriza que nos dejen de amar, pero es cierto que cuando las exigencias son desmesuradas el amor se quiebra. En Pedir demasiado, una obra de Griselda Gambaro que dirigí, se habla de esto. No se puede volver atrás cuando se pierde el amor. En Prueba..., uno de los personajes pide sinceridad, pero el otro miente, y ahí ya no hay perdón.
–¿Piensa retomar la actuación?
–Sí, y con La gaviota, de Chéjov, que nunca dejé de estudiar. Imagino la puesta con música, como El jardín..., con intérpretes del Teatro Colón. Estos artistas me renuevan el amor por lo clásico, por la ópera, que reúne todas las artes. Me gusta incorporar música a mis espectáculos: pienso que es una hermosa manera de sensibilizar al público y despertar emociones. Yo quise ser actriz porque escuchaba los grandes textos de boca de grandes artistas. Por eso el desinterés me duele, y no solamente por la cultura: se da en el terreno de la salud, la educación y la justicia. Me indigna el desprecio por la vida. Debo protestar mucho, porque un amigo me envió hace poco una postal desde Francia diciéndome que yo debía vivir allá.
–¿Y se iría? Son muchos los que creen vivir en el país equivocado.
–Me gusta mi país, y eso que me escribió este amigo me produjo un gran dolor. Mi abuelo me puso el nombre de Alicia por Alicia en el País de las Maravillas, y yo imaginaba que la Argentina era ese país. Mi abuelo creía en las utopías; también yo. ¿Esa gente que se transforma cuando llega al poder y quiere más poder y más dinero no piensa que va a morir y va a ser lo que seremos todos? Estoy hastiada de esa gente. Pero lo peor no es eso; lo peor es que bajemos los brazos ante la injusticia.
El jardín de los cerezos se ofrece los sábados a las 21, en El Vitral, de Rodríguez Peña 344, y Prueba de amor, los viernes a las 0.15, en la Sala Beckett, Guardia Vieja 3556.
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