TEATRO › LUISA SE ESTRELLA CONTRA SU CASA
El director Ariel Farace atribuye a su personaje el diálogo con un muerto y con un polvo limpiador. “El desamparo te hace fuerte”, dice.
› Por Carolina Prieto
Una mujer repite frases que escucha en la radio, las comenta, las completa; va al supermercado, cocina, habla con su marido muerto. Su vida se limita a estas acciones y, sin embargo, no parece triste. Al contrario, transmite ternura y energía en un mundo de góndolas, pollos y diálogos con su amado y con un polvo limpiador devenido en raro acompañante de cara siempre cubierta. Esta anécdota encierra Luisa se estrella contra su casa, pequeña y cautivante creación de la compañía Vilma Diamante, formada por los actores Matías Vértiz, Juan Manuel Wolcoff y Luciana Mastromauro, el músico Guido Ronconi, y el director y dramaturgo Ariel Farace. El germen del proyecto nació en el pasado Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA), donde se pudieron ver quince minutos en calidad de work in progress. Finalmente y tras los preestrenos en la Casa de la Cultura porteña y en un teatro de Chascomús, el espectáculo acaba de desembarcar los sábados a las 21 en el Teatro del Abasto (Humahuaca 3759), donde cada semana llena la sala y sigue acumulando elogios de un público variado. Nenes fascinados en Chascomús; una señora que se acercó para decirles: “Yo soy Luisa. ¡No lo puedo creer!”, al terminar la función en el subsuelo del edificio histórico de Avenida de Mayo; y ahora, en pleno Abasto, una mezcla de espectadores acostumbrados a experimentos escénicos y otros sin tanta cancha.
Durante una hora, el público entra en la cabeza de la protagonista y lo que ve en escena es su mundo interno. Su marido muerto, el Odex (suerte de compañía con una careta rectangular cual producto de limpieza), un vecino que no se desprende de su guitarra y de una melancólica melodía (acaso el único personaje del mundo real), un pollo vivo. Todo en un ambiente entre cotidiano y extrañado que desconcierta, sostenido por una protagonista contundente y vital. Es que Luisa se ciñe a su universo con uñas y dientes, acaso como único medio de contrarrestar el dolor y la pérdida. Su mirada y su voz son firmes, de a ratos sus ojos se extravían, pero ella no pierde el entusiasmo. Casi un derroche de empuje y autoconvencimiento en un micromundo de soledad. La escenografía es en apariencia simple y con aires de cuento infantil: un gran árbol de cartón y una imponente silueta de una casa también construida con cajas marrones engarzadas, que se desarticulan y se convierten en pasillos de un súper, paredes o interiores.
“Es una sorpresa lo que está pasando. El boca a boca está funcionando muy bien. En 2007, el FIBA convocó a ocho directores jóvenes para trabajar en el ciclo Hay algo que me golpea, a partir de un breve texto de Peter Brook, donde él hablaba sobre qué lo llevaba a producir, a crear algo. Nos pusimos a trabajar en una parte del Centro de Exposiciones, en un galpón contiguo al que usaba el Théatre du Soleil, la compañía de Ariane Mnouchkine. Veíamos pasar su enorme escenografía y nosotros metidos en un espacio pelado y sin nada. Algo de eso estuvo bueno: en ese desamparo te hacés más fuerte”, explica Farace, de 27 años. Tanto que los quince minutos que mostraron sedujo al jurado de la programación nacional, al punto de que resultaron los únicos elegidos para ser coproducidos. “Algo de ese espacio desolado quedó finalmente en la obra, ese gigantismo escenográfico. Empezamos a trabajar a partir de personajes claros, de un corpus de textos y de improvisaciones pautadas. Probamos intensidades, tonos y construimos una dramaturgia más colectiva que individual. Si algunos textos no les servían a los actores, los dejábamos”, agrega.
Luciana Mastromauro encarna a Luisa. Si bien el personaje se mueve en una zona enérgica, de a ratos sus ojos transmiten fragilidad y desconsuelo. “No se afloja nunca. Está muy arriba”, dice sobre su criatura. Y asegura que años de trabajo con Ariel –se conocieron hace diez cuando estudiaban con Pompeyo Audivert, después hicieron Piara, Sin título y Reptilis ballare, las tres de Farace– fueron claves para este desafío. “Una Luisa más natural sería imposible, en un planteo escénico con esta casa, con un polvo limpiador como compañero. Focalizamos desde dónde sostener ese estado intenso de Luisa. Hicimos un trabajo detallado sobre el texto, tratando de encontrar la verdad del personaje en cada momento”, explica. Farace refuerza: “Si no está ese trabajo interno y emocional, el resultado es una maqueta que no sirve. Lo importante es que esa exacerbación del gesto de Luisa surja de un resorte interno, emotivo. Que ella esté realmente viviendo eso y de esa manera. Y creo que lo que enternece es justamente esa esperanza, esa energía con que enfrenta el mundo”. La protagonista piensa en voz alta, relata un sueño, hace las compras, prepara un pollo, habla con seres reales e imaginarios. Fantasía y realidad fundidas en un relato poético que fluye como sus pensamientos. “Quise incorporar elementos de la realidad, pero dentro de una ficción, como el pollito, la guitarra en vivo y ciertos nombres reconocibles. Elementos cercanos que, enmarcados en una ficción, se enrarecen”, comenta el director sobre el intento de expresar en términos escénicos la mezcla de imaginación y realidad que habitan en Luisa.
¿El resultado? Es el público quien se estrella, con dolor y cierto placer, contra los fantasmas y la realidad objetiva de Luisa; y los primeros resultan tan o más contundentes que su casa de cartón. “A veces lo que imaginamos termina siendo lo que realmente nos pasa. Y además, si la imaginación es un modo de evasión, también puede ser lo que nos sostiene vivos”, desliza. Ellos están de los más entusiasmados con el proyecto y aspiran a seguir produciendo en forma colectiva y democrática. “Nos juntamos a partir de las ganas de producir en forma distinta a como suele hacerse. Una forma más acorde con lo que para mí significa hacer teatro, que por suerte todavía es un arte colectivo en el que se pueden unir deseos e inquietudes de muchos”, concluye el director.
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