TEATRO › ROBERTO COSSA Y JORGE GRACIOSI HABLAN DE ANGELITO (UN CABARET SOCIALISTA)
El autor de la obra y el responsable de la dirección en esta nueva puesta destacan las nuevas lecturas que admite este clásico, que 18 años atrás generó polémica en la izquierda. Pero ellos insisten: “Si el socialismo no sirve para ser buena persona, ¿para qué sirve?”.
› Por Cecilia Hopkins
“Ahora que el dogma del socialismo quedó hecho jirones –escribía Roberto “Tito” Cossa 18 años atrás– la verdadera utopía de un mundo de amor y solidaridad está expuesta en su hermosa sencillez.” Esto decía en ocasión del estreno de su obra Angelito (un cabaret socialista) en el Teatro La Campana, hoy Teatro del Pueblo, a cargo del grupo estable que la sala tenía en ese momento. Entre sus integrantes revistaba el actor Jorge Graciosi, por entonces encargado de tareas de producción de la puesta que Luis Macchi realizó de aquella pieza. Y aunque en alguna oportunidad debió hacerle frente a un reemplazo, Graciosi nunca imaginó que casi dos décadas después, ya en el rol de la dirección, concretaría esta segunda puesta de Angelito en el Teatro 25 de Mayo (Triunvirato 4444, en Villa Urquiza, sábados y domingos a las 21). El elenco está integrado por Gabriel Fernández, Patricia Durán, Jorge Lozada, Ana Ferrer, Carlos Lanari, Virginia Garófalo, Horacio Vay, Lorena Haffar, Nicolás Abeles y Rafael Walter. La música, de vital importancia porque define la propuesta de Cossa, fue compuesta por Jorge Valcarcel, con arreglos de Luis Reales y continúa hoy sin retoques.
“Las obras ya vienen con el estilo puesto” opina Cossa en la entrevista con Página/12, en su oficina de Argentores. Y lo dice para explicar por qué la obra fue estructurada íntegramente en diálogo rimado: “La fui escribiendo junto al trabajo de los actores y la rima salió en los ensayos naturalmente”, afirma el dramaturgo y señala, además, la intención de homenajear “al viejo sainete”. Galardonado recientemente con el Premio Max Hispanoamericano de las Artes Escénicas en razón de que sus obras fueron consideradas por el jurado como “uno de los testimonios más elocuentes y dramáticos de la Argentina de los últimos 30 años”, Cossa escribió esta pieza en 1986 y la revisó en 1990, un año después de la caída del Muro, para estrenarla el año siguiente. La acción transcurre en un teatro, donde integrantes de un partido de izquierda –a todas luces, el Partido Comunista– están ensayando un espectáculo de cabaret con la intención de cambiar la imagen del partido y atraer adeptos. Con coreografías y canciones al estilo de las obras de Brecht, la discusión en torno de cómo debe ser un cabaret edificante y comprometido se paraliza cuando comienza a contar su historia amorosa un simpatizante del partido, el Angelito de marras, que al trazar su derrotero amatorio va describiendo el itinerario del PC, amén de referirse a otros sectores de la izquierda argentina.
–¿Qué ideas lo impulsaron a escribir Angelito?
Roberto Cossa: –Nunca entendí por qué no se dio un vínculo entre la izquierda y la gente, el hombre común. Porque en definitiva el socialismo está pensado para los trabajadores que malviven de su salario, para el hombre de pueblo... Por otra parte, me dolió siempre ver que algunos socialistas y comunistas que eran hombres inteligentes, buenos militantes, cultos y rigurosos, traicionaran al amigo o maltratasen a la mujer o a sus empleados, si los tenían. Yo pensé siempre que si el socialismo no sirve para ser buena persona, ¿para qué sirve?
–¿Usted tuvo militancia política?
–Nunca estuve en una estructura partidaria pero las conocía bien por intermedio de conocidos y amigos y porque era la cultura de un momento. Lo que se dio con el peronismo fue instalar un lenguaje que estaba mucho más cerca de la gente. Y la izquierda no tiene eso. Pero tampoco entendí los sectarismos entre gente que, se supone, quiere mundos parecidos. Por eso nunca comprendí por qué el peor enemigo de un comunista es un trotskista.
–¿Piensa que el socialismo partidario ya está vencido?
–Las ideas están claras más allá de los sectarismos. Pero no se traducen en una manera de vivir el amor por la gente. No digo que haya que amar a todos, porque eso no es posible. Es más: para amar a algunos hay que odiar a otros, ¿pero por qué el militante se endurece o se vuelve despreciativo como si el socialismo fuese una excusa para sacar resentimientos y no para estimular a la gente a que se dé cuenta de que hay instrumentos para que todos vivan mejor?
–¿Cree que la izquierda es la responsable de que no se haya producido una revolución en el país?
–Sin duda, la izquierda, el sectarismo y la soberbia. Basta con mirar la historia de los últimos años y darse cuenta de que el regreso de Perón fue un momento clave. No estoy hablando de un socialismo a la soviética o a la cubana, pero sí de la necesidad de vivir en una sociedad más humana y civilizada.
–Entonces no está hablando de un socialismo que se impone a través de una revolución sino a través de las urnas...
–Claro, desde ya. Después de la caída, del fracaso de la Unión Soviética, después de todos los intentos producidos en los años ’60 y ’70, después de lo ocurrido con el Che, es evidente que ese método no daba el mismo resultado que en Cuba. Uno puede pensar que hay hombres que vivieron 70 años de socialismo, porque la mayoría de la población de un país se educó bajo ese sistema. Pero, ¿dónde está el Hombre Nuevo? ¿Para qué todo el esfuerzo que significa hacer una revolución? ¿Para qué el sacrificio, el heroísmo y la generosidad? ¿Para dejar una sociedad como la que hoy tiene Rusia?
–Usted decía antes que las ideas estaban claras. Sin embargo, pareciera que hay algo de las ideas que hay que reformular.
–Bueno, para crear esa sociedad hay que cambiar las estructuras económicas, de eso no hay duda. Pero con ese cambio tampoco basta. En Rusia no desaparecieron las tendencias religiosas ni los nacionalismos. Sin embargo, hay que considerar que la humanidad avanzó, porque el mundo occidental ha mejorado en torno del humanismo. Se ve que hay un debilitamiento del racismo y la homofobia...
–¿En Europa cree que sucede eso?
–Bueno, hay, pero no como durante el nazismo. Yo creo que se avanzó mucho porque el racismo o la homofobia son ideas muy condenadas. También avanzó la mujer, como género. En la humanidad hay cambios, lentos, pero los hay. Y en este país, también. Hace 40 años yo no hubiese podido salir con esta barba a la calle sin que alguien me dijera algo agresivo. Son datos sociales...
–¿Y lo económico?
–Es muy importante, porque si no se distribuye la riqueza.... No estoy hablando de terminar con los patrones, pero hay que encontrar una forma civilizada de manejar la economía y distribuir la riqueza para terminar con estas diferencias brutales.
–¿Cree que hay un capitalismo salvaje y otro que no lo es?
–Yo creo que el capital es salvaje siempre pero me parece que determinadas sociedades pueden ir civilizándolo un poco. No es lo mismo el capitalismo de América latina que el europeo. Claro que si allá pudiesen, sería tan salvaje como el nuestro. Pero no pueden, y eso es un avance. Yo no creo en la lucha armada. Después de la Revolución Cubana todo parecía tan cerca... pero ya se acabó: las cosas deben ser de otra manera. Por supuesto que siempre habrá luchas, huelgas y todo lo que el pueblo encuentre para resistir y cambiar las cosas. Lo que pasa es que la dirigencia política es espantosa.
–¿Cree que el movimiento obrero tiene algo que ver con que el socialismo no haya tenido mayor presencia en el país?
–Me parece que a partir de la confusión que trajo el peronismo con sus cosas buenas y sus cosas terribles, se ha evitado que el obrero avance hacia un pensamiento más progresista. Todo fue derivando hacia una ideología individualista, de desmovilización. Creo que siempre hubo pocas oportunidades de educación para la clase obrera. Y el peronismo, con su mirada pragmática, aceptó la conciliación de clases. Y esto chocó siempre con la idea de lucha de clases...
Según apunta Graciosi, el director de la puesta, se realizaron algunos cambios en relación con el montaje original, si bien el texto se mantuvo. Este es su cuarto montaje de una obra de Cossa: en sólo 3 años realizó la puesta de La Nona, Tute Cabrero y una adaptación de El Tartufo, de Molière. “Desde arriba del escenario se puede ayudar a reflexionar, a abrir la cabeza –opina el director–. Lo importante es comprobar que 18 años después, aun cuando el mundo cambió mucho, esta obra está viva, porque el público reacciona ante un teatro popular, con ideología”, concluye Graciosi. El elenco de la puesta original estaba conformado por Carlos Trigo (ya fallecido, en el papel de Angelito), Paula Bladimirsky, Ruby Gattari, Stella Matute, Diana Kisler, Isaac Haumovici, Diego Peretti, Juan José Carreró, Héctor Albarellos, Roly Serrano, Mónica Scanizzo y Hernán Chiozza.
–¿Qué recuerdos tiene de aquella primera puesta de Angelito?
Jorge Graciosi: –Yo fui parte del grupo estable del teatro La Campana y, aunque estaba en la producción ejecutiva reemplacé a Héctor Albarellos, en el papel de Responsable. Todo el grupo era parte de Angelito, entre todos había un gran afecto, formábamos una familia. Los hijos de los actores sabían las canciones de memoria. Tanto fue así que el día del estreno de mi puesta se reencontraron más de la mitad de los integrantes del grupo de entonces.
–¿Cómo fue la recepción de Angelito en su primer estreno?
–Fue estruendosa por su tema político. Tuvo, incluso, devoluciones políticas. Hubo en los diarios quienes escribieron opiniones a favor y en contra. Desde hoy se puede decir que se armó una especie de “Gran Cuñado”. Durante casi 2 años se hicieron funciones de jueves a domingo.
–¿Por qué cree que en tantos años nadie realizó otra puesta?
–Fue algo que me pregunté siempre. Porque incluso en el interior uno encuentra siempre una obra de Tito pero nunca ésta. Tal vez es difícil porque hay que armar un elenco de muchos actores que además sepan cantar y bailar.
–¿No cree que la dificultad pasa por otro lado?
–Sí, claro... Cuando surgió la idea a fines del año pasado nos preguntábamos si había que retocarla. Estrenamos con esas dudas. Pero ahora veo que el espectáculo cuenta otra cosa, porque la historia de decadencia también le cabe a otras estructuras políticas. Se puede dar en una unidad básica o en un comité radical. Creo que no sólo se habla de la izquierda. Y en cuanto a la necesidad de un cambio de imagen, si consideramos que hasta el mismo vicepresidente de la Nación forma parte de la oposición al gobierno, creo que el peronismo también necesita cambiar su imagen.
–De todas formas, la obra habla explícitamente de la historia del PC y la izquierda...
–Claro, se ve eso, pero la obra puede hacer pensar que hay crisis en otros sectores de la política. Estamos hablando del problema de la unidad de la izquierda que nunca se logró y de la crisis del socialismo teórico. Porque el socialismo en sí mismo no puede estar en crisis. Lo partidario está en crisis pero no la idea de que el socialismo significa, como dice Angelito, el repartir la economía entre “los buenos muchachos”.
–El problema es que esos “buenos muchachos” pueden ser unos para ustedes y otros, para otros.
R. C.: –Yo creo en “los buenos”. Por eso, hay que crear condiciones para que los buenos sean mayoría. Creo que hay que buscar una sociedad donde aparezca lo mejor del hombre. Algunos tuvimos desde nuestra casa esa estimulación que nos permitió sacar lo mejor que había en nosotros. Angelito es un personaje muy simple y, para él, el socialismo es eso. El final de la obra habla de una manifestación donde están todos, obreros y empleados. Habla del sueño del cambio, de la utopía del socialismo que siempre anheló un mundo de amor y belleza que Angelito simboliza en una mujer.
–¿Pero qué diferencias habría entre un socialismo que lucha por la bondad y las ideas del movimiento hippie, por ejemplo?
J. G.: –Para el socialismo tenemos que trabajar. Hay que rescatar y estructurar desde la unidad. Entre los buenos...
R. C.: –Entre los buenos y los solidarios. Los hippies fueron una respuesta en un mundo sin respuesta. Pero les faltó un instrumento político. Para el socialismo hay que buscar una estrategia... menuda tarea ésa. A esta altura de la vida, me parece que es un imposible...
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