Mar 18.08.2009
espectaculos

TEATRO › ELENA ROGER Y SU CONSAGRATORIA INTERPRETACIóN EN PIAF

“Esta obra me ayuda a estar mucho más presente en escena”

Aunque su preparación para encarnar al “Gorrión de París” implicó largas horas de estudio, la actriz y cantante evitó la fotocopia y supo darle un aire canyengue que le otorga a la puesta un necesario color local. “Todo esto es un aprendizaje para mí”, dice.

› Por Carolina Prieto

“Tenés que ser más técnica. No podés tener un orgasmo cada vez que salís al escenario.” Así de claro es el consejo que Marlene Dietrich, rubia y estilizada, le da a su amiga Edith Piaf, morocha y pequeñita, en el musical sobre la vida de la cantante francesa que desembarcó en el Teatro Liceo con el mismo suceso que generó en Londres. Entradas agotadas, público de pie ovacionando durante minutos, y una protagonista de cuerpo menudo, voz prodigiosa y gran fuerza dramática. Es Elena Roger, 34 años, la cantante y actriz argentina que con Piaf ganó el premio Laurence Olivier a la mejor actriz de comedia musical, y antes fue Evita en la obra homónima de Andrew Lloyd-Webber. Las palabras de Dietrich no pueden ser más exactas para describir el estilo de La mome (como la llamaban, “La chica” en francés): pura pasión, sensibilidad y entrega sin adornos ni artilugios, apenas un vestido negro y un escenario pelado. Toda la magia surgía de una voz potente y desgarrada curtida en los barrios bajos de París, totalmente proyectada y sin retener ningún sonido. Así lo entendió Roger, y así lo ofrece cada noche ante una platea conmovida.

En la intimidad de un camarín poblado de fotos propias y del “Gorrión de París”, la actriz y cantante de ojazos azules y piel blanquísima recibe a Página/12 con cordialidad. “Piaf decía que hay que cantar siempre con la verdad, y es exactamente lo que ella hacía. Muy conectada con las letras de las canciones, sentía cada minuto que estaba sobre un escenario. Además no cantaba cualquier cosa, elegía temas que hablaban de su vida, que le pegaban de verdad, con una poesía simple y verdadera. Todo esto es un aprendizaje para mí”, cuenta la chica de Barracas convertida en figura de la escena londinense. Y agrega: “Luchás tanto para estar arriba de un escenario, pero muchas veces el estrés y los miedos hacen que te tires para atrás. Esta obra me ayuda a estar mucho más presente en escena, a vivir ese momento y gozarlo. Y ahí es cuando el público también disfruta”.

Con producción local de Adrián Suar y Fernando Blanco, la obra que la trajo de vuelta al país tras el estreno de Evita en 2006 (fue la primera argentina en encarnar ese rol en la ópera-rock) fue escrita por la inglesa Pam Gems y tiene como director a Jamie Lloyd. Conocido por su talento y exigencia, este director de sólo 28 años se instaló en Buenos Aires para preparar el debut porteño y, según el mismo afirma, “permitir que los actores se apropien de la obra, la hagan suya”. Nada de fotocopiar la versión original. Tal vez por eso, la Piaf de Roger en Buenos Aires suena canyengue al hablar. Y no molesta. Todo lo contrario, si Edith Giovanna Gassion (tal era su verdadero nombre), hija de una cantante alcohólica y un artista callejero, se crió en un burdel y comenzó cantando por monedas en las esquinas, de qué otro modo hablaría en castellano. “Como vivía en los bajos fondos, lo más natural me pareció que hablara medio arrabalero”, comenta la actriz.

Durante una hora cuarenta sin intervalos, la vida intensa y turbulenta del icono de la canción popular francesa, que murió a los 47 años en 1963 consumida por el alcohol, la morfina y sosteniendo un cuerpo que ya había soportado demasiado (incluyendo dos accidentes de auto), transcurre con muchísimo ritmo entre escenas habladas y cantadas con cambios de ropa en escena. El cuerpo de Roger se transforma permanentemente, expresa la energía de la juventud de la artista y despliega matices para reflejar su progresivo deterioro, mientras su voz estalla en potencia y emoción. Todo su cuerpo se involucra y asume distintas formas según la edad del personaje. Desde su parada personal y firme frente al micrófono, poco alineada y antidiva, hasta su andar débil y frágil al final, caminando con las piernas separadas.

¿El origen del éxito? Fue en una cena de la capital inglesa. Roger le propuso a Michael Grandage, el director de Evita, hacer Piaf. Y él no dudó: al día siguiente llamó al representante de la intérprete para comenzar a trabajar en el nuevo proyecto. Esta vez la dirigiría su co-equipier Jamie Lloyd en el Teatro Donmar Warehouse. Sobrevino el desafío: ¿Cómo recrear semejante leyenda? Elena se empapó de Piaf. Viajó a París, compró películas, fotos, vio los tres documentales que existen sobre su vida, leyó biografías. “Era muy pícara y algo exagerada, como cuando decía que nació sobre la capa de un policía en plena calle, cuando en realidad fue en un hospital. Y muy generosa con los demás artistas”, opina. Miró horas y horas de grabaciones. “Los videos me ayudaron a captar su cuerpo, su fisicalidad. A Edith intentaron marcarle movimientos pero ella no se dejó. Cuando actuó en Estados Unidos y no le fue bien, dijo: ‘Ellos esperaban ver una mosquita muerta con plumas en el culo’. Y era verdad, esperaban una chica del Moulin Rouge”, asegura la intérprete. Con todo este bagaje de información, Roger se volcó hacia una recreación personal antes que una imitación milimétrica. “Me enteré de que ella misma se inspiró en una gran cantante de la época que también se vestía de negro. No busqué copiarla sino interpretar sus sentimientos, sus actitudes, entender sus movimientos y acercarme a su modo de cantar. Durante cinco semanas me pasé el día entero ensayando, tomando clases de francés para la pronunciación y para entender el significado de las letras. Porque yo no sabía el idioma”, aclara. ¿Los resultados? Optimos. Su voz suena muy intensa, con una “r” marcada pero no muy exagerada, y llena toda la sala. Cuando canta sus ojos brillan más; su rostro y figura transmiten diferentes estados en temas como “Dans la ville inconnue”, “Milord”, “L’Hymne à l’amour”, “L’accordéoniste” y “Rien de rien”. Como Piaf, ella también deja todo en escena.

–¿Cómo se siente después de las funciones?

–Feliz y muy cansada. Me alegra mucho que me reconozcan en mi país. Uno siempre espera ese reconocimiento, que va más allá de un premio. Y acá tenemos la sala llena desde el día del estreno, a mediados de julio. Hubo algo muy importante cuando encaramos la obra. El director se juntó con la autora porque es un texto que tiene treinta años, y revieron muchas cosas. De dos actos pasamos a uno y, sobre el final, yo siento que el nivel de concentración en la sala es muy alto. Todo está construido para que no haya cortes y para que la gente no aplauda.

–¿Se imaginaba que iba a ganar el Laurence Olivier?

–Estuvo bueno no ganarlo con Evita porque impulsó otras búsquedas. Evita y Piaf son dos trabajos totalmente distintos. Uno es una ópera-rock y en este está mucho más en juego la actuación, la interpretación de los textos, además del canto. Piaf es casi una obra de texto, con trece canciones de las cuales sólo dos canto en castellano, para que el público no se pierda la letra. Y como en la vida cotidiana no hablamos cantando, pienso que esta obra me permitió un acercamiento distinto. Sí, la verdad es que me lo esperaba. Está bueno, pero un premio es un acuerdo entre un grupo de personas sobre algo que hacés en un momento. No más.

Confiesa que tuvo que superar muchos miedos. Triunfar en Londres no estaba en sus planes. “Fue mi amiga Ana Moll, productora ejecutiva de Piaf, la que me convenció. Ella trabajaba en la productora de Webber y les llenó la cabeza para que me conocieran”, señala. No fue sencillo: tuvo que viajar cuatros veces y audicionar seis hasta obtener el papel. ¿Cómo surgió su interés por el canto? Con Amadeus. “Me copé con esa película, la alquilaba siempre y me ponía a cantar como loca. Hasta que un tío le dijo a mi mamá que tenía condiciones, que me mandara a estudiar”, recuerda. Así fue como entró a un conservatorio en Barracas, ganó el viaje de egresados del programa Feliz Domingo con un aria que interpretó a capella; fue rechazada en el Colón pero entró en el Conservatorio Manuel de Falla, donde estudió hasta empezar a trabajar con Pepito Cibrián Campoy. Y desde que se sumó al elenco de El jorobado de París, la artista de mirada gatuna no paró. Hizo Yo que tú me enamoraba, Nine, La Bella y la Bestia, Los Miserables, Jazz Swing Tap y Mina, che cosa sei –que escribió junto a Valeria Ambrosio–, entre muchos otros.

Ahora prefiere concentrarse en el presente (hará Piaf hasta diciembre) y disfrutarlo a pleno. Y para sostener siete funciones semanales toma clases de vocalización, practica yoga y se relaja con unos buenos masajes. Si aparece algún resquicio, quiere presentar en vivo su último disco, Vientos del sur, grabado el año pasado con dirección musical de Juan Esteban Cuacci. Allí interpreta temas de autores rioplatenses y de origen anglosajón. Desde Jorge Drexler, Horacio Ferrer, Discépolo, Eladia Blázquez y Manuel Castilla hasta John Lennon, Mick Jagger y Sting, animándose a versionar con libertad.

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