TEATRO › MELINA PETRIELLA HABLA DE RAíCES
La actriz había quedado maravillada con la obra de Arnold Wesker cuando estudiaba y ahora la protagoniza junto a Marta Bianchi.
› Por Emanuel Respighi
El año pasado, tras trabajar en Don Juan y su bella dama, Melina Petriella decidió dedicar el 2009 a aquellos asuntos que por una u otra razón venía posponiendo y tenía ganas de hacer. Tenía la necesidad íntima de reencontrarse con sus orígenes, luego de la copiosa actividad de los últimos años en la TV y el cine. En esa búsqueda tardía, la actriz tomó dos decisiones que van de la mano: retomar la carrera de Artes Combinadas que había abandonado quince años atrás y hacer teatro. Así fue que se le ocurrió producir y protagonizar Raíces, la obra de Arnold Wesker que la había maravillado cuando era una adolescente que estudiaba actuación con Alejandra Boero. Sin embargo, la desilusión fue grande: en Argentores le dijeron que los derechos de la obra ya estaban dados. “En ese momento me quise matar, sentí que nada tenía sentido, me deprimí infinitamente –confiesa–. Hasta que un día me llamó Luciano Suardi para ofrecerme el protagónico de Raíces. ¡No lo podía creer!”, grita en el bar en el que se desarrolla la entrevista con Página/12. Creer o reventar, el deseo y el destino se unieron para que hoy protagonice la obra en el Teatro Regina (se repone este jueves, y va de jueves a domingo), junto a Marta Bianchi.
Enérgica y de una oratoria arrasadora, como la misma Beatie que interpreta sobre el escenario, Petriella parece estar disfrutando de este momento y específicamente del personaje que encarna en cada función. De alguna manera, se puede pensar sin caer en el equívoco que esta joven Beatie que regresa a la casa de sus padres muy cambiada luego de haber descubierto “el mundo” en Londres, con todas las ínfulas revolucionarias –reproches, en realidad– sobre la “educación” que había recibido en su hogar de la infancia, también despertó en la joven actriz la pasión por actuar. “Venía de hacer muchas telenovelas y películas, y en Raíces hallé una obra que me ayudó a reencontrarme a mí misma, como actriz y como persona”, reconoce quien luego de debutar en la TV en Inconquistable corazón trabajó en Gasoleros, Calientes, Rincón de luz, Padre coraje y Amor en custodia, entre otros ciclos.
Más de cuatro décadas después de que Boero y Héctor Alterio estrenaran una versión de la obra en Buenos Aires, en 1964, Raíces retoma el conflictivo regreso a la casa de campo de Beatie, una adolescente que tres años antes se había ido a trabajar y a estudiar a Londres y que retorna al hogar natal con una mirada muy diferente de la que tenía antes de partir y de la que mantienen sus familiares. No tiene intenciones de quedarse a vivir: vuelve para presentarles a su novio, un obrero de ideas socialistas en plenos ’60 , que llegará en dos semanas. Ese tiempo le alcanzará a la joven para intentar abrirles los ojos a sus familiares sobre que lo que pasa en el mundo en ese momento histórico. “Pero todo será en vano, ya que en ese reencuentro se vuelve evidente la incomunicación que existe entre la cultura letrada y la iletrada, entre la visión del hombre de campo y aquél imbuido en la gran urbe, entre los jóvenes y los mayores”, cuenta la actriz que en cine se lució en Esperando al mesías y El abrazo partido.
–La obra es un ensayo sobre el poder del conocimiento y cómo el saber puede llegar a cuestionar la identidad cultural. La relación que entabla Beatie con sus familiares en su regreso sintetiza la idea de Raíces.
–El descubrimiento y el conocimiento no son procesos fáciles de asimilar para el ser humano. Son maravillosos, pero conflictivos. Ella le cuestiona a la madre por qué no tuvo educación. Y la madre le responde: “Te vestí, te llevé a la playa, ¿qué más querías? Somos gente de campo”. Ella descubre la importancia de las palabras, del saber, del conocimiento, de las ideas... Es un personaje que evoluciona a lo largo de la obra, síntesis de que la educación da resultado. Ella dice en un momento: “Estuvimos afuera desde un principio: no tenemos raíces”. Hacia el final de la obra, esta chica que repetía consignas comienza a hablar por sí sola, y el reclamo a la sociedad en la que se crió toma mayor conciencia. En realidad, la obra apela a la importancia de la educación, del saber.
–La obra original transcurría en los ’60. ¿Cómo se adaptó a los tiempos actuales?
–Como quedaba antigua, en esta versión le pusimos el acento en la relación entre la cultura letrada e iletrada, en las contrastadas visiones del mundo que puede haber en el seno de una misma familia, en la incomunicación que se produce entre las personas y en cómo la diferencia generacional se hace evidente. La relación con la madre es medular al respecto: la madre no logra comprenderla, al punto de que continuamente dice que la dejen hablar, “que ya se va a cansar”.
–¿Qué resignificación se le da a la obra medio siglo después de haberse conocido la original?
–Aun en el siglo XXI, cualquier chica del interior que viene a estudiar a la UBA siente inevitablemente el contraste cultural. La vida urbana y la de las ciudades del interior o los pueblos, hasta en aquellos que quedan a 150 kilómetros de Capital, es muy diferente. Los valores son otros, la cotidianidad es distinta, pero también la relación con el conocimiento: mientras en el campo todavía está arraigada la idea de la cultura del trabajo desde muy chico, acá eso sólo sucede en los sectores más humildes. Pero en la clase media y alta estudiar sigue siendo muy importante, el mejor camino para poder progresar. La gente del campo se suele preguntar a menudo para qué les sirve a ellos la educación para trabajar la tierra.
–Que toda la población entienda la importancia de estudiar es potestad del Estado, que debe generar las condiciones para que todos los sectores sociales sientan que el conocimiento tiene sentido.
–El Estado debe garantizar la posibilidad de que todos los habitantes puedan acceder a la educación. Pero, a su vez, el acceso a la cultura tiene que ser como el de la educación: se debe garantizar la accesibilidad al teatro, el cine, la literatura y hasta la TV a todos. En vez de agrandar las veredas de Palermo, habría que mejorar las condiciones de las escuelas y pagarle los sueldos a los trabajadores del teatro oficial porteño. Algunos funcionarios deberían dejar de pensar la cultura como un gasto para verla como una inversión. Tal vez ahí podremos construir una mejor sociedad.
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