Mar 24.01.2006
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TEATRO › ENTREVISTA A GRACIELA DUFAU Y HUGO URQUIJO, QUE ESTRENAN “DIATRIBA CONTRA UN HOMBRE SENTADO”

Ideas sobre la desgracia de la felicidad burguesa

La actriz y el director se preparan para el preestreno de la obra que escribió especialmente para Graciela Dufau el Nobel Gabriel García Márquez en 1988. La obra reúne en la escena a una esposa y un marido; ella, hija de lavandera; él, descendiente de esclavistas. La obra se repone en el Teatro Payró.

› Por Hilda Cabrera

Dispuestos a foguearse con un público no especializado, la actriz Graciela Dufau y el director Hugo Urquijo realizarán el sábado y domingo funciones de preestreno de Diatriba contra un hombre sentado, espectáculo que ofrecieron en 1988 en el Teatro Cervantes y llevaron de gira por el país luego de mostrarlo en La Habana. Escrita para Dufau por Gabriel García Márquez, quien había aplaudido a la actriz cuando la pareja presentó La Maga en aquella ciudad, Diatriba... retrata la volcánica ruptura de un matrimonio caribeño. El escritor colombiano ubica la acción en una noche y un amanecer de la calurosa Cartagena de Indias y en circunstancias en que la mujer –perdidas aquellas cosas que endulzaron las amarguras de una convivencia de veinticinco años– hace balance e inicia una cantinela o “cantaleta” contra el hombre que calla. El tiempo transcurrido entre aquella puesta de 1988 y la que se verá en el Teatro Payró dejó huellas: “Tenemos más camino andado –observa Urquijo–. El subtexto de la escena en que ella le cuenta al marido que habló con el hijo de ambos era entonces mirá el hijo que tenés, igual a vos. Lo primero que se nos venía a la mente era la ironía. Eso mismo ahora nos parece brutal, porque entendemos que el sentimiento del hijo es que ellos, como padres, habían estado muertos desde siempre”. El dolor se impuso a la ironía. “Cuando la estrenamos, nuestros hijos eran adolescentes y podíamos explicarnos ese rechazo como un berrinche y no como una desdicha”, completa la actriz. Con la escenografía y el vestuario a punto, Dufau y Urquijo –pareja desde hace años– destacan hoy el carácter literario de un texto que produce vértigo y muestran complacidos algunos elementos, como el artesanal armario que ha ideado Tito Egurza para este montaje. El mueble luce un escudo heráldico diseñado ex profeso para marcar la condición social de ese marido, bisnieto de españoles que se enriquecieron en América y adquirieron en su país títulos de nobleza. El hombre quieto de esta historia proviene de una familia de esclavistas; la mujer, en cambio, es plebeya e hija de lavandera. Esa diferente condición queda expuesta en el reproche de la esposa: “Cada vez que en esta casa probaba un bocado, sabía que éste había sido pagado con la vida de alguien a quien tu bisabuelo había cazado a lazo en el Senegal con licencia de las muy católicas majestades para venderlo aquí diez veces más caro que en los mercados de Africa”. Imagen, por otra parte, muy presente en la historia de una Cartagena que hoy exhibe prisiones de otro tiempo, una casa inquisitorial y guarda leyendas de esclavos encadenados.

–¿Cómo se explica la virulencia del discurso de la mujer?

Graciela Dufau: –Antes de esta cantinela hubo un largo proceso en el cual tomó conciencia. Una imagina a este personaje tratando de que en ese ambiente de ricos no se le notaran los rasgos de la gente humilde. Siendo hija de una lavandera, creía que las alfombras eran un adorno y no algo que se podía pisar. Para no ser menos que su marido, estudió y obtuvo cuatro doctorados, y hasta un título de retórica y elocuencia para acabar con su tartamudez. Esto habla de su disciplina y rigor, de su deseo de querer cumplir el sueño de su madre. Por eso aceptó el engaño del marido y una convivencia sin amor que la condujo a la desdicha.

Hugo Urquijo: –García Márquez comentaba en las reuniones que mantuvimos con él entre 1987 y 1988 que si ésta no fuera una obra de teatro sería un ensayo sobre la desgracia de la felicidad. Aclaremos, de la felicidad burguesa, por eso de querer todo lo material.

–Esta historia transcurre en 1978, en una década de cambios. ¿Importan en este caso la época y el lugar?

H. U.: –Los cambios que se suceden en otras sociedades no aparecen en ese ambiente. Allí el hombre desvaloriza a la mujer y se muestra muy macho. Esta señora caribeña toma conciencia de su situación de una manera lenta y en soledad. No es una argentina que ha pasado por el psicoanálisis.

G. D.: –En esa sociedad, el casado puede tener las amantes que quiera, pero si pide el divorcio lo dejan pelado. A ella no le importó tanto que tuviera mujeres; sufre, en cambio, por una amante fija.

–¿Eso significa que les otorga importancia al amor y a la fidelidad?

G. D.: –Yo diría que a la propiedad, a la necesidad de conservar al otro para sí.

H. U.: –Esta es una pareja peculiar. Ese hombre sentado, en apariencia pasivo, ejerció su dominio a distancia. Es cierto que es infiel, y como todo infiel, celoso, pero eso no impidió que le permitiera a ella tomar decisiones. De todos modos, la mujer se descubre como muy audaz y dueña de un gran coraje.

–¿La creen obstinada y valiente, como otros personajes femeninos creados por García Márquez?

G. D.: –Osvaldo Soriano escribió un artículo muy hermoso: decía que tenía la impresión de que la obra había sido escrita con la sangre todavía caliente de Fermina Daza, la enamorada de Florentino Ariza en la novela El amor en los tiempos del cólera.

H. U.: –Diatriba... es posterior a El amor... y los dos personajes femeninos revelan gran fortaleza. También los dos son imprevisibles.

G. D.: –García Márquez la describe como poseedora de ese “dominio fácil” característico de quien está más allá de la desesperación. Y es que esa madrugada ella va a llevar a cabo una acción que parece extraída del realismo mágico. Eso de “meter candela” a alguien resulta inverosímil, pero no en la situación en que se encuentra la mujer. Conocí de cerca la historia de una muchacha que, abandonada por el hombre que amaba, se incendió a la manera de un bonzo.

–¿Cuánto pesa en un matrimonio de años la relación dominador-dominado?

G. D.: –Nosotros pasamos por esas etapas en anteriores matrimonios, pero no en éste, aunque, para ser sincera, tengo una leve tendencia a los celos. Pienso que Hugo debiera dirigir sólo aquello en lo que yo tuviera un lugar. El es más generoso: lo ha sido siempre.

H. U.: –La dominación es un riesgo en cualquier vínculo humano, y en la pareja, mucho más. Pretender que el otro sea prolongación de uno es un deseo enfermizo. Lo contrario de esto es el amor. El amor otorga libertad; la dominación ata de pies y manos.

–Eso suena bien, pero no se acepta fácilmente.

H. U.: –La mayoría de las parejas están ligadas antes por el rencor o el deseo de dominar que por el amor, un poco a la manera de la película (y la novela) La guerra de los Roses. El matrimonio de Diatriba... no ha llegado a ese punto. El hombre permanece indiferente y ella muestra un apasionamiento libertario.

–Pero esos distintos temperamentos no convierten este espectáculo en una obra psicologista.

H. U.: –No, y no lo es, aunque se puedan perfilar caracteres. Esa falta de “psicologismo” es una dificultad al momento de dirigir. Diatriba... es ante todo una propuesta narrativa que devela aspectos de una realidad nunca dicha y que ofrece la posibilidad de trabajarla de modo brechtiano. Cuando la mujer se dirige al público reflexionando, derrumba la cuarta pared.

–¿Se trata de dar un respiro al personaje?

G. D.: –Al salir de su cantinela ella se siente menos sola: intenta hallar comprensión en el público. Esto me recuerda un episodio de mi propia vida, cuando siendo muy joven trataba de huir de la soledad yendo a las tertulias de poetas y escritores. Así conocí a Fernández Moreno, Paco Urondo, Ulises Petit de Murat, Mario Trejo... Yo permanecía callada: aprendía de las discusiones de los otros. Se debatía sobre literatura con gran apasionamiento y eran comunes las peleas verbales sobre si era o noético trabajar para una agencia de publicidad. Una noche voló una fuente de arroz por un cambio de opiniones sobre un soneto.

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