TEATRO › ENTREVISTA A FAVIO POSCA, UN TIFON EN LA TEMPORADA
Entre Alita de Posca, el programa radial He perdido mi malla en la ciudad y la conducción de un campeonato de surf, Posca despliega esa hiperactividad que ya es una marca de fábrica.
–¿Me bancás un toque? Ahora charlamos...
Las palabras salen de una boca que no se ve. En la oscuridad del escenario sólo se distingue el contorno de la cabeza motosa de Favio Posca. Cuando las luces se encienden ya es tarde para responder, porque detrás de su figura eléctrica aparece un empapelado tridimensional de cuerpos semidesnudos que gritan y saltan. Son poco más de las nueve de la noche y en la Playa Tamarindo hay miles de personas. A pocos kilómetros de su Mar del Plata natal, Posca conduce –junto a los MDQ Eugenio y Sebastián Weinbaum– una de las series del campeonato argentino de surf, que coincidió con la sexta edición del festival Sol de Noche. Chicas en bikini, daikiris, tablas, música, más chicas en bikini, y algunas que ya se lo empiezan a sacar.
Como un mandril loco vestido con sobretodo cool, el actor hace una breve interrupción para subir y bajar por las diferentes partes del escenario, mientras saluda a amigos con su voz de atorrante. Recibe discos, estrecha manos y presenta a su esposa, María Luisa. Después se encarga del público como si presidiera un recital de rock. En pocos minutos, en una pausa del show, hablará con Página/12 y tratará de desentrañar el origen de tanta energía.
“Siempre fui muy inquieto, desde que nací”, destaca cuando tiene un respiro. “Por suerte me las arreglé para canalizar esa fuerza por el lado creativo. Cuando era chiquilín, más que un espectador televisivo era un ávido lector, y creo que eso me ayudó mucho”. Posca nació en Mar del Plata pero creció en La Falda, en un lugar en el que no había televisión: “Fui niño en medio de una montaña que daba a dos calles, y pasé mi infancia yendo a ríos con un grupo muy grande de amigos. Por otra parte –recuerda–, era un lugar muy turístico, lo que hacía que en verano llegara mucha gente nueva. Eso me permitió conocer a personas diferentes, mientras me criaba absorbiendo la presencia de pinos de veinte o treinta metros”.
–Comparándose con las generaciones nacidas después del surgimiento de Internet y la Playstation, ¿qué cree que ganó y qué perdió teniendo una infancia como la suya?
–No creo que haya ganado ni perdido nada. Me tocó vivir esa circunstancia y la disfruté como mejor pude. Los inviernos en un lugar de montaña son largos y me hubiera venido bien tener una Play, pero igual encontré lindas emociones. La Playstation no existía en ese momento, eso es todo. Los pibes de hoy encontrarán sus cosas.
–¿Qué diferencia hay entre el Posca que se fue de Mar del Plata por primera vez y el que vuelve periódicamente desde hace siete años?
–Desde lo artístico, siento que vivo creciendo todo el tiempo. Mi obsesión es la sorpresa del espectador y la calidad. Una gran diferencia es que a los veinte años tenía mucho menos capacidad física que ahora. Me tomaba un trago y no me bancaba un show intenso... tenía menos estado que una nube (risas). Creo que ahora que ando por los cuarenta he logrado un equilibrio importante entre el entrenamiento y la joda. Sé que me puedo tomar un buen vino, siempre y cuando tenga en cuenta que tengo que llegar bien a las dos horas sin parar que tengo sobre el escenario. Disculpame un segundito...
Posca sale corriendo hacia algún lugar del laberinto humano. Sobre el mar iluminado por reflectores, los surfers se deslizan entre la música y las olas. Favio retoma el micrófono y relata las últimas instancias del campeonato. Después dice: “¿Y ustedes qué prefieren, seguirnos escuchando a nosotros o ver un buen par de pechos?”. Previsible respuesta del público. “¡¡Entonces ya viene el campeonato de la remera mojada!!”. El hombre –menos menudo de lo que aparenta por TV– se tira al público, dejándose llevar de un lado a otro por los brazos que lo levantan. En el siguiente break hay tiempo para volver sobre el tema del crecimiento. “Pero lo que me hace sentir mejor, más allá del aspecto físico o de la experiencia adquirida, es haber logrado dominar mi cabeza. Esa es la clave. Hoy no me enrosco tanto en boludeces, puedo explotar y direccionar mi cuerpo hacia donde yo quiero. Antes tenía tanta energía que era como un torbellino, y me perdía.”
–¿Cómo le llega un personaje?
–Yo tengo un aparato creativo muy potente, que nunca se detiene. Nunca dejo de observar situaciones que tienen que ver con experiencias de los otros, y también invento cosas en función de lo que voy viviendo. Me gusta trabajar con la deformidad de las personas o con el comportamiento humano mechado con la noche, siempre de la mano del rock y concentrándome en las emociones. A veces los personajes llegan cuando estoy distraído o descansando.
–Esa exacerbación de las emociones ¿deja un lugar para el amor?
–Absolutamente. Todo lo que yo hago desde mis shows tiene que ver de una u otra manera con el amor, con la desolación o con las fallas. Me interesa hablar de los seres más fallados y darles cierto carisma, cierta potencia, cierto power, cierto ángel que la sociedad no siempre les reconoce. Eso es un acto de afecto.
–A nivel político, ¿cuál es el sentido de su trabajo alrededor de esos seres fallados?
–Creo que ninguno. Los míos son seres inventados. Nunca me interesó la política en el sentido en el que se la entiende comúnmente. Me parece más copado ponerse a observar detenidamente el comportamiento humano. Yo me aboco a un trabajo muy profundo de rastreo, que por momentos roza lo periodístico, lo documental. No tiene que ver con la política.
–¿De dónde viene esa atracción por lo marginal?
–En parte, de siempre. Sin embargo, he tenido experiencias muy importantes viajando. Me encanta moverme de lugar, y cuando llego a una ciudad mi prioridad es salir a caminar las calles. No conozco el mundo desde hoteles. Obviamente me encanta estar en lugares de cinco estrellas, pero por ahí voy a un buen hotel y en vez de salir al shopping me pierdo en la calle, el callejón y chinatown. Y todo el tiempo voy mirando lo distinto, lo que comparto y lo que no. Eso te hace crecer mucho y te abre la cabeza.
–¿Y cómo cree que son los argentinos en las calles?
–Hay mucha riqueza, mucha noche y mucha locura. En el Primer Mundo la sensación es que está todo hecho, y la anulación del factor sorpresa propicia el embole. Nosotros no tenemos ese problema, no paramos de sorprender a los demás ni de sorprendernos a nosotros mismos. Por eso neoyorquinos y parisinos miran a Sudamérica. En nuestro caso, pasa lo mismo que cuando descubrís un grupo que te encanta y alguien te dice que esa banda tiene muchos discos más de los que creías. Somos ricos, no solamente en tierras sino también en esencia de humanidad.
–Usted tuvo varias temporadas exitosas en la tele, el teatro y la radio. Uno de los riesgos de un suceso así de sostenido es perderse en las vidrieras de la celebridad...
–Aunque yo manejo mi carrera desde un lugar muy pensado, creo que lo principal es ser auténtico en tu contacto con la gente. Si no me gusta un proyecto de tele, prefiero no hacerlo antes de hacer algo malo solamente para figurar. Desde el punto de vista artístico, priorizo siempre mi relación con el público; pienso en algo que esté bueno, en trabajar como artista y no como famoso.
Llega el momento del campeonato de la remera mojada. Varias mujeres bailan bajo una lluvia de espuma en medio del fervor que posee a la playa. Finalmente el “aplausómetro” designa ganadora a una chica que se contonea dándose palamaditas en los muslos. Cuando empieza a tocar Arbol, Favio pide un trago y se acerca para hacer las últimas fotos. Dos minutos después, enfundado en su sobretodo con cuello de piel, saluda y se pierde en la marea de gente.
Informe: Facundo García.
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