TEATRO › CARLA LLOPIS Y SU OBRA ME ACOSTE CON LA CABEZA MOJADA
Bailarina y coreógrafa, actriz y directora, presenta en el Espacio Cultural Nuestros Hijos una puesta que reflexiona sobre la incomunicación: “Una forma de mantenernos alertas es producir desde y a través de ese vaciamiento que se nos impuso”.
› Por Hilda Cabrera
Se formó en una escuela de monjas alemanas y tuvo la “mala idea” de ingresar a la Facultad de Filosofía de la UBA sin el visto bueno de sus padres. Ese fue el primer gran vuelco que la “convirtió en otra persona”, dice Carla Llopis, bailarina y coreógrafa, actriz y directora de Me acosté con la cabeza mojada, que no es una acción errónea que provoca malos sueños sino una obra que va los viernes a las 20.30 en la Sala Federico García Lorca del Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHi), con entrada gratuita. Llopis comenzó a mirar el mundo y su entorno afectivo y cultural desde la filosofía, relacionándola casi naturalmente con la danza, disciplina que estudió desde niña, con sólo cuatro años, que luego dejó para retomar tiempo después experimentando con otras técnicas en Argentina y Estados Unidos. Experiencias todas que marcan el trabajo que viene presentando en el ECuNHi: en síntesis, una pieza de danza teatro que explora el vacío interior y cotidiano. La obra –cuenta– se gestó a partir del asombro que le produjo la forma en que se vincula la gente de su generación e incluso más joven: “En las charlas se habla de tomar pastillas, de juegos para computadora, mostrando a veces el hartazgo o la incomodidad en que se encuentra cada uno pero sin querer ir más allá”. Acaso apabullados por una acumulación de información “quedan solos, sin contención y sin saber qué hacer con lo propio”, resume.
–¿Y a qué se debe?
–Pienso que no es casual, como tampoco que estemos trabajando en el ECuNHi. Nuestra cultura fue vaciada por complicidad o por silencio. Conozco gente de mi generación que no registra nuestra historia y por lo tanto carece del impulso de trabajar sobre ese vacío. Los sustitutos son los “espejitos” o pastillas de colores y la tele, mucha, como la droga, y la banalización del uso del cuerpo. No estoy juzgando, pero eso no contiene. Claro que también se puede pasar por la vida como una valija en la cinta sinfín de un aeropuerto.
–Haciéndola más llevadera...
–Sí, porque hay que sobrevivir. Cuesta reflexionar mientras se espera un colectivo o el subte. Nos obligamos a entrar en ciertos códigos, cumplir horarios de trabajo...
–¿Qué quiso significar con el título?
–Lo tomé de una frase que se escucha seguido en las reuniones de mujeres. No es más que una banalidad dicha para esconder el vacío. Tomar conciencia de esto es reconocer que no hay un lugar en el mundo que uno pueda ocupar legítimamente o que el afuera no es un espacio de crítica y ruptura sino un ámbito de de-saparición inmediata.
–¿Desaparecer, de dónde?
–Hay niveles de marginalidad; está el delictivo y el de la gente que ha quedado afuera del sistema productivo o decide crearse una vida propia. En realidad, pienso que el riesgo de desaparecer no está entre los que se marginan. Si una le pregunta a alguien qué lo hace feliz, probablemente sepa dónde está el riesgo. Necesitamos pensar; no hay demasiadas opciones que nos liberen del absurdo o de la nada.
–¿Cómo distinguir en esa disyuntiva entre lo que debe y no debe ser?
–Respecto de lo moral nos encontramos en una época de transición. Esto nos obliga a replantear culturalmente qué cosa puede ser mala o buena. La ambigüedad está presente en todo. La economía mundial lo muestra día a día; necesita de la venta de droga y armas para sostenerse. Sucede también en el plano subjetivo: una no sabe cuál de sus acciones puede ser catalogada de buena o mala. Algo que para mí es positivo, porque nos fuerza a crear una moral adaptada a nuestro presente y compartirla a nivel familiar y ciudadano.
–¿Cómo actúa el olvido en tiempo de transición?
–Ese es otro desafío. Una tiende a pensar que persistir y repetir todo el tiempo una historia que pasó es una obligación para no perder la memoria social. Sin embargo hay muchas otras maneras de activar la memoria, y el ECuNHi se relaciona con esto que digo. Cuando enseño a una persona que nunca fue al teatro pero llega al ECuNHi, estoy trayendo al presente hechos de la historia sin decirle que en ese lugar mataron a cuatro mil personas. Una puede generar estrategias persuasivas para que sobre todo la generación que no vivió la dictadura registre qué pasó. Por eso, creo, una forma de mantenernos alertas es producir desde y a través de ese vaciamiento que se nos impuso, y no encerrarnos y llorar o insultar, sino activar la memoria también desde la cultura.
–¿Qué significa la danza en su formación?
–Descubrí que la danza podía ser un lenguaje apto e interesante para pensar la vida desde un enfoque antropológico. Nos movemos porque el movimiento actualiza la conciencia de que estamos vivos. Los bebés se mueven sin un sentido aparente, pero esas acciones les “recuerdan” que están vivos. Analizar el movimiento y relacionar la filosofía con la danza como estética aplicada me tiene entretenida desde hace diez años. El doctorado que estoy preparando se basa en esa unión. La danza es propiedad de los humanos, y en todas sus vertientes, culturas y ámbitos. No la separo del teatro. Por eso incorporé a esta obra tres monólogos dichos por nosotras. Marianela Navarro es actriz y Rocío Barcia es performer, estudia actuación e investiga desde las tecnologías interactivas. Somos totalmente distintas en cuanto a estudios, pero quisimos unirnos en este proyecto como bailarinas y actrices. El título es una banalidad, pero da cuenta de cómo vivimos; fragmentados y hablando de cosas que no dicen nada pero nos permiten escapar de nuestros espacios vacíos.
–¿Los imaginó metafísicos?
–No, ontológicos. No sé si existe un orden en el universo. Mi planteo es filosófico y antropológico. El ente humano tiene la particularidad de llenarse a sí mismo haciéndose. Esto ya lo decía Pico della Mirandola en el Renacimiento. No sé si el vacío se relaciona con la existencia o inexistencia de un Dios. Mi planteo es pequeño. Sé que mi libertad parte de un vacío y no puedo hacer oídos sordos a ese vacío ni al silencio, que es único y propio.
–¿Cómo es eso?
–Los interrogantes sobre qué estamos haciendo surgen en el silencio y viven en nuestro cuerpo. En el silencio se escucha “cómo rebota el alma en el cuartito vacío”. Cuando uno tiene que decir algo muy fuerte –o que lo involucra totalmente– es normal que se quede sin aire y sin voz. Que se quede en silencio.
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