TEATRO › ROMáN PODOLSKY, MARIANO PéREZ DE VILLA Y ROXANA BERCO HABLAN DE AURELIANO
El título de la obra alude a un hombre a la vez presente y ausente. Pero Podolsky, como director, pone el foco en el punto de vista femenino para dar cuenta de los modos de relación entre varones y mujeres. “Hay otra forma de amar que no es la instituida”, dicen los actores.
› Por Cecilia Hopkins
Año a año, el director Román Podolsky sigue construyendo piezas de cámara junto a actrices que lo convocan para desarrollar historias con acentos femeninos. La primera en buscar su colaboración fue Carolina Tejeda, con quien realizó la puesta de la multipremiada Harina, unipersonal que relata las vivencias de una panadera que vive en un pueblo soslayado del mundo desde que dejó de pasar el ferrocarril. Luego de esa experiencia fue Marta Pacamicci quien llamó al director para armar en conjunto el unipersonal Por supuesto, basado en la historia de una vendedora de panchos con inquietudes sociales, que ve frustrados sus deseos de hacer realidad su proyecto cultural. Nuevamente convocado, en este caso, por Roxana Berco, Podolsky volvió a frecuentar el punto de vista femenino en Aureliano, obra que puede verse los sábados en Espacio Ecléctico (Humberto Primo 730).
Esta vez, luego de darse cuenta de que Berco buscaba desplegar un discurso acerca del amor, quiso ir más allá del formato unipersonal e incluir en el proyecto al actor y músico Mariano Pérez de Villa. A pesar de que en los ensayos ambos intérpretes produjeron textos, bailaron y cantaron, en el espectáculo resultante se escucha una sola voz, la de Berco, aunque los textos hayan surgido de ambos actores.
Aureliano es una obra hecha de pequeños relatos que encuentran su hilo conductor en el tema de un amor que se recuerda una y otra vez. El sujeto que sigue habitado por esa ausencia es una mujer en sus cuarenta y en trance de cambiar de domicilio. “En una situación de mudanza –opina el director en una entrevista con Página/12, junto a sus actores– se está abierto a revisar el pasado, a reencontrarse con fantasías y sueños.” Así, este personaje establece un diálogo que, sin dejar de ser una conversación íntima consigo misma, se despliega en simpático tono de complicidad hacia el espectador. El hombre, como dice el propio director, es “una presencia que es, a su vez, una ausencia”, porque ronda o evade a esta mujer que lo recuerda, desaparece inopinadamente de escena o, desde un piano, desgrana melodías destinadas a acompañar su soliloquio. Mientras que la música, la danza y esa presencia silenciosa habilitan en la obra dimensiones superpuestas, las microhistorias surgen del sereno discurso de la actriz, a partir de los pocos objetos que la rodean: una planta, unos vestidos, la cabeza de un maniquí.
Berco y Pérez de Villa coinciden con Podolsky en afirmar que es diferente el modo en que la palabra y la acción atraviesan a una mujer. “A diferencia del hombre –coincide el equipo–, la mujer tiene una relación abierta con la palabra, porque está abierta también a aquello que no puede decirse.” En este terreno de lo inefable, “el hombre solamente balbucea”, según señalan. Todo comenzó con la elección de algunas canciones que tendrían el sentido de abonar el clima de los primeros ensayos. Berco seleccionó unos temas de gran carga romántica, lo que fue definiendo el núcleo temático del espectáculo: “Apareció el tema del amor, pero no es ésta una historia que ilumina algo acerca del amor, sino que es el mismo sentimiento el que atraviesa a este personaje, iluminando su mundo”, detalla la actriz. Lo curioso es que muchos de los textos que dice su personaje se basan en experiencias vividas por el actor y que, sin embargo, parecen hablar acerca del universo femenino. Puestos en otra voz –dice Pérez de Villa–, la anécdota pasa a convertirse en relato y, al encarnarse en una mujer, se enriquece: al varón se le asigna la lógica causal, en cambio la mujer está más abierta a la contingencia”, concluye.
–¿De qué habla Aureliano?
Roxana Berco: –De que hay otra forma de amar que no es la instituida. Aquí se muestra un amor que insiste en aparecer en el pensamiento, sin tensiones. Un amor que no se vuelve posesivo, que va de aquí para allá.
–¿Creen que hay un cambio en el modo de relación entre hombres y mujeres?
R. B.: –Me parece que hay un cambio generacional. Unos años atrás estaba muy instalado en la mujer el discurso del enojo y la insatisfacción acerca del hombre. Me parece que hoy hay una mirada más amorosa hacia la figura masculina, que no pasa todo por el reproche.
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