Sáb 24.04.2010
espectaculos

TEATRO › ENTREVISTA A SANDRA POSADINO Y CLAUDIA QUIROGA

“El humor es un auténtico salvavidas”

Desde hace diez años, las actrices, autoras y directoras forman Las Chicas de Blanco. En La edad de la ciruela, de Arístides Vargas, hacen gala de su afición a la ironía: “Buscamos estrategias que permitan digerir la desesperación, la soledad y el paso del tiempo”.

› Por Hilda Cabrera

Las Chicas de Blanco percibieron un cambio al internarse en el universo poético de un autor que admiran. Sandra Posadino y Claudia Quiroga descubrieron La edad de la ciruela, de Arístides Vargas, y decidieron que ésa era la obra que incluirían en el festejo de sus diez años como dúo. Vargas nació en Córdoba, fue llevado de niño a Mendoza y allí se formó hasta su exilio, a los 22 años, cuando el golpe militar de 1976. Partió a Perú y pasó luego a Ecuador, donde se radicó y escribió obras que giran en torno del exilio, la soledad y los afectos. Las Chicas... hallaron en La edad... un mundo de encuentros y desencuentros afines a la sensibilidad femenina. Los personajes son numerosos, pero ellas se ciñeron a los que tienen pares: abuelas, tías, niñas... Los otros son mencionados.

De Vargas –creador en Quito del Grupo Malayerba– se vieron varias puestas suyas en Mendoza y Buenos Aires; la última, La razón blindada, se inspira en los viajes que realizó su padre al penal de Rawson para ver a Chicho, hermano de Arístides detenido por su militancia política en 1975. Pluma y Nuestra Señora de las Nubes fueron ofrecidas antes en el Teatro Nacional Cervantes. Otros elencos se ocuparon de Donde el viento hace buñuelos (Carlos Ianni, en el Celcit); y La edad..., escenificada en Mendoza y Buenos Aires, aquí por Rubén Pires bajo el título El vino de ciruelas. Ahora les toca a Posadino y Quiroga, autoras e intérpretes de personajes que vestían de blanco, como las enfermeras de Almakinesis que “curaban los dolores del alma”, “monjas y otras tribus de mujeres”, como apunta Posadino. Comenzaron a actuar juntas en 1996 y tres años más tarde tomaron el nombre con el que se las conoce. Avanzaron con Las Chicas de Blanco, humor, sexo y miusijol, dirigidas por Eduardo Calvo, y recibieron premios e invitaciones para realizar giras por el país y Uruguay, Brasil, México y Andorra. Practican el humor irónico sobre situaciones cotidianas, “evitando –dicen– caer en lugares comunes”. No les interesa referirse a cuestiones tales como la depilación, la celulitis y otros inconvenientes femeninos. “Nuestras mujeres van por otro camino. Están al borde y lo pasan mal”, aclara Claudia Quiroga.

–¿Qué encuentran yendo por ese camino?

C. Q.: –La libertad de poner en práctica uno de nuestros lemas. Para esas mujeres al borde, “el humor es un auténtico salvavidas”.

S. P.: –Habíamos comenzado a trabajar en 1998 en El Subte Vive, un plan cultural de Metrovías, pero al confluir al año siguiente como Las Chicas..., pusimos foco en el humor. Nos gustaba la idea de que con humor se podían sobrellevar las dificultades de la vida cotidiana y los problemas que surgían de los vínculos. Buscamos entonces estrategias que permitieran digerir la desesperación, la soledad y el paso del tiempo.

–Cuestiones que trata de modo crítico y poético La edad...

C. Q.: –Las tristezas y frustraciones aparecen en la obra muy bien entretejidas con la comicidad, que en algunas escenas desarrollan las niñas en sus juegos.

–Una comicidad intencionada.

C. Q.: –Como el juicio a una rata, que es una forma de enjuiciar todo lo que anduvo mal en la casa familiar y encontrar un culpable.

–En la casa se encuentran mujeres de distinta generación. ¿Qué las relaciona?

C. Q.: –La historia que comparten; les guste o no. En esos grandes patios donde se alzaba un árbol, testigo de lo que sucedía, la historia atravesaba a todas las mujeres. Ellas buscaban la felicidad, como la buscamos nosotras, que también sentimos la presencia de nuestra madre y nuestras abuelas.

–¿Es necesario alejarse de un lugar o de la familia para descubrir esa relación?

S. P.: –No es necesario irse. En esta obra se producen partidas, pero está mucho menos presente el exilio que en otros trabajos de Arístides.

C. Q.: –Eso no quiere decir que no se hable de un país que te quiere pero también te expulsa. Es probable que Arístides se esté refiriendo a su exilio, aunque haya tomado personajes femeninos. Para nosotras fue importante conocerlo personalmente. Nos contó que hizo muchos viajes a Mendoza, donde vive su familia, y que al llegar a Buenos Aires tenía siempre la misma impresión de no poder arraigar. Lo había pasado mal y no olvidaba. Cuando trajo La razón blindada al Celcit, lo vimos emocionado. Confesó que se había reconciliado con la ciudad. Fue algo poderoso para él haber podido estrenar aquí esa obra, en la que actuó y donde su hermano Chicho –preso durante años en el penal de Rawson– se ocupó de la técnica del montaje.

–¿Continúan con sus espectáculos en los subtes?

S. P.: –Estoy trabajando en una nueva obra que funciona dentro de la red. Mi recorrido es de Primera Junta a Plaza de Mayo (Línea A). El espectáculo se llama Tres deseos y se conecta con el Bicentenario. Pregunto qué deseamos en esta celebración y si somos realmente capaces de generar un deseo colectivo; una fuerza que se traduzca en algo productivo para todos. En base a estos interrogantes armo una dramaturgia. Mi personaje es Argentina y propongo a los pasajeros que generemos esos deseos. La situación que planteo es la de un ensayo para el festejo del Bicentenario. Cuando llega el momento de soplar las velitas pregunto qué deseamos pedir como país.

–¿Encuentra participación?

S. P.: –Alguna gente se prende; otros sólo miran.

C. Q.: –Nosotras tenemos como consigna no forzar al pasajero. La reacción depende mucho de cómo nos instalamos. Con Empapadas de Sandro, una obra de 2002, tuvimos mucha aceptación. Eramos Rosa Rosa y Sandra Elisa y rendíamos tributo a Sandro. Queríamos investigar cómo funciona el fanatismo. Los pasajeros no sabían que éramos personajes. A fin de año, terminamos formando un club de fans que hacían las funciones con nosotras. Cuando la ficción responde a una necesidad de las personas es fácil mezclarla con la realidad.

S. P.: –Esta proximidad con el pasajero nos impone un juego muy distinto al del escenario. Algunos no quieren perderse las escenas y nos siguen.

–¿Hubo enojos?

C. Q.: –Sí, una vez, una señora se molestó, pero nos dimos cuenta de que estaba algo perdida de la cabeza. Tenemos lindas anécdotas. Recuerdo un espectáculo con tres novias. Sandra hacía de una joven de 25 años que esperaba casarse; otro personaje era el de una chica que esperaba al novio ese día, y el mío, una señora que lo esperó durante cincuenta años y pedía a la gente que la ayudara a encontrarlo. Estaba disfrazada de viejita. Un día, un policía me dijo “abuela, venga con nosotros” y me apartó. Nuestra consigna es no salirnos del personaje, y yo entonces me mantuve hasta que los de seguridad se dieron cuenta. Me decían: ¿Por qué no nos avisaste?

S. P.: –Me pasó que, bajando unas escaleras con mi cola de tul, una señora sostuvo la tela para que no arrastrara. Así, hasta bajar totalmente. Parecía una novia entrando a la iglesia.

C. Q.: –Estoy armando un espectáculo de 2009, Changas conurbanas, historias de mujeres con trabajos precarios. Comienzo diciendo mi nombre, que soy actriz y que mi changa es ésa. Voy sacando los zapatos de todos los personajes y me calzo según lo que pida la gente. La idea es poder hablar después con los pasajeros y preguntarles en qué se ocupan. Con esta propuesta estuve en el Encuentro Nacional de Mujeres del año pasado en Tucumán. La llevé también a una cárcel de mujeres y escenarios no convencionales. Todos estos trabajos completan nuestros diez años.

S. P.: –Que empezamos a celebrar en noviembre pasado con el ciclo de semimontado Contando y cantando historias, en la Universidad de La Matanza, donde participaron diez autores y autoras prestigiosos. La entrada era un alimento no perecedero. Nosotras somos de Ramos Mejía, del partido de La Matanza, y queríamos celebrarlo en nuestro lugar.

–¿Pensaron trabajar en los trenes?

S. P.: –Sí, pero el tren está muy heavy. Viajamos en el Sarmiento.

C. Q.: –Después de nuestra experiencia en México, donde fuimos invitadas al Encuentro Internacional de Cabaret que se hizo en el teatrobar El Vicio, organizado por Las Reinas Chulas, creamos otro espectáculo sobre la trata de mujeres. Pasamos del humor a la tragedia. Fue también un cambio respecto de lo que veníamos haciendo: una transición para llegar a esta obra de Arístides que, para nosotras, es una revelación.

* La edad de la ciruela, de Arístides Vargas. Versión, dirección y actuación de Las Chicas de Blanco: Sandra Posadino y Claudia Quiroga. Supervisión y luces: Carlos Ianni. Música: Paula Liffschitz. En Celcit, Moreno 431, los domingos a las 18. Entrada: 40 pesos. Estudiantes y jubilados: 25 pesos. Reservas: 4342-1026.

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