TEATRO › MARIANA CHAUD Y LEANDRO HALPERIN, AUTORES DE LOS SUEñOS DE COHANACO
Ambientaron la obra en la Patagonia de mediados del siglo XIX, en una toldería indígena. Si bien no se trata de un ensayo teatral, la pieza intenta reflexionar sobre la violencia ejercida para anexar territorios en detrimento de los pueblos originarios.
› Por Cecilia Hopkins
“Puede parecer una temática adecuada para el Bicentenario, pero eso fue una casualidad”, afirman Mariana Chaud y Leandro Halperin, autores de Los sueños de Cohanaco, obra que puede verse de miércoles a domingos en la sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530), bajo la dirección de la misma Chaud. Escrita hace tres años, la pieza está ambientada en la Patagonia a mediados del siglo XIX, en una toldería tehuelche. Y si bien se refiere a la extinción de esa comunidad aborigen, también habla de un futuro idiotizante que espera ahí nomás, a la vuelta del siglo. Liderados por su cacique Cohanaco, los aborígenes intentan sobrevivir guerreando con otros pueblos, cercados por bandidos y aventureros. Embrutecidos por el alcohol que los hombres blancos les proveen, estos hombres y mujeres viven acosados por promesas mentirosas. Junto al cacique y los suyos están Mr. Sheffer, un marino inglés al que tienen cautivo, y Antonio Lista, un chileno escapado del presidio de Punta Arenas, los principales promotores de los conflictos de la obra. El elenco está integrado por Luciano Acuña, Elisa Carricajo, Daniel Cúparo, Santiago Gobernori, Claudia McAuliffe, William Prociuk y Agustín Rittano.
A pesar de su juventud, Chaud tiene una larga trayectoria en el teatro alternativo, como actriz, autora y directora. No es ésta la primera obra que escribe a cuatro manos: con Moro Anghileri ya había creado los textos de los espectáculos Puentes y Alicia murió de un susto. Por su parte, para Halperin, ésta es su tercera obra, después de Tundra y Cané. Para ambos, es la primera pieza que escriben en pareja: fue después de un viaje de vacaciones que hicieron a la Patagonia que ambos quedaron asombrados por la inmensidad del paisaje santacruceño. La idea de escribir juntos esta obra surgió de imaginar a las tribus tehuelches viviendo en esas soledades: “El choque cultural fue muy fuerte –resume Chaud en una entrevista con Página/12, junto a Halperin–; no-sotros veníamos de una ciudad y nos encontramos con un paisaje desolado, con ñandúes y guanacos. Incluso encontramos puntas de flecha”. Durante el proceso de gestación del texto, la motivación de cada uno fue distinta: “A mí me interesa mucho la historia argentina”, afirma Halperin, “y a ella la entusiasmó la posibilidad de probar un lenguaje teatral diferente y ver qué pasaba con otras convenciones”, completa.
Si bien Los sueños... no es un ensayo teatral sobre los pueblos originarios, la obra intenta reflexionar sobre la violencia ejercida en el siglo XIX en pos de la anexión de territorio: “¿Cuántas hectáreas creían que se necesitaban para erigir la nueva República Argentina? –se preguntan los autores en el programa de mano–. Con un dudoso criterio se logró la unión nacional, pero lo único que se unió fue un gran pedazo de territorio”, opinan haciendo foco sobre la extinción de los pueblos originarios del desierto patagónico. En cuanto a los personajes de la obra, todos son elaboración ficcional de figuras que aparecen en las crónicas de viajeros consultadas.
–Por las características de la obra, que no deja de lado el humor, fue un acierto no hablar de pueblos originarios que hoy subsisten...
Leandro Halperin: –Sí, la opinión más extendida es que los tehuelches se extinguieron completamente.
Mariana Chaud: –Y fue ese hecho el que nos permitió dejar libre la curiosidad y ponernos a imaginar. ¿Qué hacían en medio de la nada, con ese viento, ese frío? También nos informamos leyendo relatos de cautivos.
–¿Qué le pasa al público con el humor que plantea la obra?
L. H.: –La gente se afloja cuando entra en lo que está pasando. Nos han dicho –y nosotros lo sabemos– que éste es un tema arriesgado.
M. Ch.: –El universo del teatro de hoy parece haberse cerrado en pocos temas. Aunque es cierto que hay obras muy buenas, todos parecen seducidos por la realidad y lo documental. Ponerse a imaginar algo que no está en la realidad propone un ejercicio interesante. Uno debe crear, armar un mundo diferente.
–Tal vez, el teatro de hoy no encuentra un valor especial en lo diferente...
M. Ch.: –Me parece que nos perdemos de hacer lo que se hace en cine. Ya sé que esto es una rareza. Pero quise hacer un western, una obra con nuestros indios y gauchos. Para mí es una de aventuras.
L. H.: –También es una obra de ficción que dialoga con la historia. La obra transcurre a mediados del siglo XIX, no trata sobre los pueblos originarios, pero sí habla de su desaparición. Se les da voz, pero desde un lugar muy ficcional.
–La escenografía de Alicia Leloutre se asemeja a un gran diorama de museo que muestra usos y costumbres de los tehuelches...
M. Ch.: –Sí, yo quería que la escenografía pareciera un viejo decorado de filmación. Y que a través de los objetos estuviera presente el contacto que hubo entre indios y blancos.
–¿Cómo es el futuro que se le aparece en sueños al cacique Cohanaco?
M. Ch.: –Es un futuro medio mamarracho, plagado de cosas intrascendentes. Y esto es lo que gana su atención. Cohanaco sueña con el futuro, escucha cosas importantes para él y su gente, pero no puede entenderlas. Otras cosas captan su atención, como si fueran espejos de colores.
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