TEATRO › KIVE STAIFF Y SU RENUNCIA AL COMPLEJO TEATRAL DE BUENOS AIRES
El director general y artístico del complejo dice que sus razones son personales y que nada tienen que ver las dificultades presupuestarias. Confirma que se quedará hasta junio y que consensuará el posible sucesor con Hernán Lombardi, pero no da nombres.
› Por Hilda Cabrera
En 2007 fue confirmado en el cargo de director general y artístico del Complejo Teatral de Buenos Aires por el electo jefe de Gobierno Mauricio Macri. Entonces se refirió a una permanencia de dos años. Superado ese lapso, Kive Staiff manifestó que presentaría su renuncia este año. Así lo hizo después de haber reiterado meses atrás esa intención. Con el propósito de precisar trascendidos y recoger opiniones, Página/12 dialogó con el ahora renunciante.
–¿Cuándo decidió su renuncia?
–Hace muy pocos días, pero con el ministro Hernán Lombardi venimos conversando mi salida desde hace casi un año.
–¿Estaba así tan definida o influyeron las dificultades de carácter financiero que aquejan a los teatros del complejo?
–No fue por cuestiones de presupuesto. En primer lugar sentí, y siento ahora confirmado, que éste era un buen momento para retirarme. Tengo la imagen de un círculo que se había completado.
–¿Como algo personal?
–Sí, me dije que ya era bastante. Hace cincuenta años que estoy vinculado al Teatro San Martín: me recuerdo como crítico de las propuestas del teatro, porque en mi actividad de periodista era crítico teatral. La oferta de hacerme cargo como director general llegó a fines de 1971. Era un desafío. Mi primera temporada fue en 1972. Cuando me ofrecieron la dirección estaba en el diario La Opinión y hubo amigos que me empujaron, como Juan Gelman, Paco Urondo y el cineasta Jorge Cedrón, yerno del intendente Saturnino Montero Ruiz. Me produce un cierto temblor pensar en esa época. Estuve hasta mediados del ’73. Después hubo un cambio en la política y asumió Héctor Cámpora. En esa época volví a La Opinión hasta que me volvieron a llamar. Y ahí empezó una vinculación más prolongada. Ahora me dije: hasta aquí llegamos. No voy a repetir la tontería que se suele decir, “llegó el momento de dejarles lugar a los jóvenes”, porque mi idea es que hay que dejarle lugar a gente talentosa, tenga la edad que tenga. No me fui cumpliendo un mandato moral, sino después de un diálogo conmigo mismo. Fue muy importante todo lo que me pasó en este teatro, y pagué un alto precio.
–¿En qué sentido?
–En el de disponer de poco tiempo para mí. Sentarme a leer una buena novela cuando quiero y no esperar a las vacaciones, por ejemplo.
–¿Es cierto que ofreció convertirse en funcionario de una transición?
–El ministro Lombardi me lo propuso.
–¿Cuándo se desvincularía totalmente?
–Voy a coincidir en esta misma organización del teatro hasta ju-lio/agosto. Ya se habrá incorporado el director artístico, y entonces haremos la transición hasta el 31 de diciembre juntos. Ahí, me desapego.
–¿A quién le corresponde hoy hacerse cargo de la dirección general?
–Carlos Elía, actualmente director general adjunto, va a ocupar a partir del 1º de enero el cargo de director general.
–¿De dónde parte la elección del director artístico?
–La designación es del ministro, por supuesto, pero hemos hablado ya de algunos candidatos.
–¿Entre ellos están los nombres que circulan, Darío Lopérfido (ex secretario de Cultura del ex presidente Fernando de la Rúa), y Alejandro Tantanian, actual director artístico del Teatro Sarmiento?
–Son los que circulan, pero yo diría que hay que esperar. No hay decisión tomada. Trascendieron esos nombres, como también que Lopérfido estrenaría en julio un Hamlet.
–¿Y no es así?
–Lopérfido vino con el proyecto al Teatro; le dije que me lo dejara para estudiar la propuesta y que en todo caso lo pensaríamos para el 2011. Lo trajo como productor.
–¿Cuándo acaba el compromiso con la gente contratada, el 30 de junio?
–No, el 31 de diciembre. Tal vez haya alguno hasta esa fecha debido a la falta de partidas sobre las cuales afectar los pagos. Por eso hacemos los contratos hasta el 30 de junio, pero en general se renuevan por seis meses más. Esto ocurre desde hace cuatro o cinco años.
–¿Cómo inciden los sindicatos en la parte laboral?
–El sindicato que representa a los empleados es exclusivamente Sutecba, de Amadeo Genta, y no hemos tenido conflicto.
–Se habla de la próxima sanción de una ley de autarquía para los teatros del complejo, ¿cuáles serían las ventajas y desventajas de esta ley?
–Ese es un proyecto del ministro Lombardi; el Teatro Colón está en esa línea. Habrá que ver si funciona. Me preocupa el sostén presupuestario para una institución de cultura como la del complejo que se diferencia del Colón respecto de los segmentos de la sociedad que manejamos cada uno. El Colón puede cobrar 600 pesos por una platea de concierto; el San Martín cobra 45 pesos la entrada. Este es un público de clase media para abajo, no para arriba, o escasamente para arriba. De manera tal que la recaudación no es trascendente respecto del presupuesto global que necesita el teatro para seguir funcionando. Estamos recaudando a lo sumo un 10 o 12 por ciento de nuestro presupuesto. Obviamente, necesitamos el aporte del Estado.
–¿Qué opina de la tercerización y la incorporación de producciones privadas en ámbitos oficiales?
–Tengo mis dudas, en el sentido de que la preocupación de una institución como ésta se manifiesta a través de su propio repertorio. Y no sólo del repertorio, sino también de la imagen que forja la institución a partir y a raíz del repertorio que presenta y de los artistas que trabajan en él, así no tengan fama televisiva. Es probable que Elena Tasisto o Alicia Berdaxagar no sean conocidas por el espectador de TV, sin embargo están en el Complejo, tienen papeles centrales en nuestro repertorio. Es diferente la propuesta del productor privado que, aún a bajo precio, como puede cobrar acá, espera siempre un resultado económico. El productor privado no tiene vocación artística, ideológica o estilística. Un director de teatro público la debe tener siempre: debe preguntarse a qué quiere llegar, qué quiere decir y, en lo posible, ayudar al espectador a mirar la sociedad en la que vive. Y en esto vuelvo al pasado: el primer espectáculo que hicimos en el ’72 fue Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen. Fue un acto político a sala llena. Si no fuera así esta institución no tendría sentido. Es un servicio público y hay que ofrecer obras que tengan en vilo al espectador, que predispongan a debatir.
–En cuanto a los sucesores, ¿estarían en esa línea?
–En una semana lo diré.
–¿El designado será en acuerdo suyo con el ministro Lombardi?
–Obvio, Lombardi y yo venimos conversando sobre el asunto.
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