TEATRO › EMPIEZA HOY EL FESTIVAL DE TíTERES PARA ADULTOS
De la 7ª edición, que se desarrollará en cuatro sedes porteñas, participarán grupos que utilizan las más diversas técnicas y estéticas. También vienen compañías de Brasil y de Chile.
Cuando era niña, Carolina Erlich invitaba a amigos, primos y hermanos a presenciar espectáculos de títeres de su creación. “No hacía prácticamente nada, pero era el único juego que conseguía imponer”, recuerda la actriz y titiritera. El paso de los años sólo modificó el tipo de público al que se dirige, porque su intención de convocar y promover no se apaciguó. En efecto, ella dice que se siente “una militante” de su profesión. El Bavastel, la compañía que fundó en 1993, es el motor del Festival de Títeres para Adultos, cuya séptima edición comienza hoy e incluye la participación de grupos que utilizan técnicas del títere de guante, teatro de objetos, de sombras y la oriental Wayang Golek, entre otras. La fiesta de apertura será a partir de las 20 en el Centro Cultural Caras y Caretas, con escenas de diferentes trabajos y la actuación de El Club de Tobi, cuarteto uruguayo de cuerdas. En los días sucesivos, la titiritera y docente Ana Alvarado brindará un seminario y recibirá un reconocimiento por su trayectoria. Las grandes novedades de este año son la gratuidad de algunas funciones y el carácter internacional del festival, con la participación de las compañías Tato Criaçao Cenica y Chucho Teatro, de Brasil y de Chile, respectivamente.
Al revisar la programación del festival, llama la atención la variedad de formas que puede tomar un mismo hecho: dar vida a objetos inanimados. “La idea es que haya un surtido que no circunscriba la idea de los títeres”, subraya Erlich en la charla con Página/12, de la que también participan Julián Rodríguez Rona (de la compañía 4 Temporadas), Julia Nardozza y Verónica Guerin (ambas de La Cosa). “En el fondo, todo es teatro”, opina Rodríguez Rona. De hecho, las técnicas que manejan estos tres grupos son bien diferentes. Erlich presentará Matrizka al igual que el año pasado, por un “pedido especial” de la Universidad de San Martín (sede del festival), ya que los espectáculos no suelen repetirse. Se trata de un unipersonal hecho con treinta muñecas matrioshkas que aprovecha la forma de esos objetos para hablar del matriarcado y de la opresión en las familias. Por su parte, Rodríguez Rona explica que en la obra en la que participa, 4 temporadas –dirigida por Javier Swedzky–, actores y maniquíes de tamaño natural “están en relación de partenaires” para contar la decadencia de una tienda familiar. Finalmente, Nardozza y Guerin adelantan que ofrecerán Verdicomedia, rojitragedia, una versión libre de El retablillo de Don Cristóbal, de Federico García Lorca, con “la contundencia de lo desfachatado” típica de los títeres de guante, pero a través del empleo de la técnica Wayang Golek –que intercala marionetas e improvisación–, máscaras y sombras, además de una estética inspirada en cuadros de Joan Miró. “Son pocos los titiriteros que trabajan con una sola técnica. La elección tiene que ver con lo que uno quiera contar”, concluye Guerin.
Esta nueva edición del festival ofrece “el programa más acabado en cuanto a diversidad”, remarca Erlich. Pronto se evidencia que el panorama cambió respecto de los comienzos de este encuentro que ya es un clásico de la escena porteña, ansiado tanto por los titiriteros, que encuentran en él un espacio de legitimación de sus trabajos, como por un público más acostumbrado a la idea de que los muñecos no son únicamente para niños. “En un principio la pregunta era: ‘¿Títeres para adultos? ¿Cómo se les ocurrió?’ El primer festival no consideraba la responsabilidad que estábamos asumiendo. Fue alucinante porque todas las funciones se llenaron y quedó gente afuera cuando antes había que arrastrarla al teatro y por poco pagarle para que viniera”, analiza Erlich, que encontró en los títeres un medio de vida, no así en la actuación. “El festival contribuyó a que el público vaya más a ver títeres para adultos y ahora hay más ciclos. Antes muchas compañías laburaban afuera y acá se dedicaban a la docencia.”
–¿Creen que ese cambio se debe a que los adultos se permiten la fantasía más que antes?
Julia Nardozza: –Me da la sensación de que no había una resistencia, sino falta de conocimiento: no entraban a la sala. Porque no hay que hacer un esfuerzo especial para que se relajen y vean títeres. Un espectáculo te emociona o no, independientemente del estilo, género o disciplina artística.
Carolina Erlich: –Todavía hay que aclarar que son títeres para adultos en la misma medida que hay que decir “teatro infantil”. No obstante, el público porteño es instruido, muy culto en general, ávido. Por eso, tenemos que ampliar esto del público de los títeres al teatro independiente en los últimos años. Está mucho más difundida la expresión de las salas alternativas y la gente empezó a ir al teatro. Es un público que una vez que empezó a ver quiere ver más. Quiere flashear. En el caso del títere, está más facilitada la recepción del espectador por el mismo prejuicio, porque con el teatro de actores ves al otro parado ahí y ya estás negociando para que te convenza de algo. Existen actuaciones sublimes que te vuelan la cabeza y no sabés cuándo hiciste la transacción. Pero con el títere el humano está un poquito más lejos y no se dirige directamente a vos. Hay un momento en el que te distraés de la manipulación, por eso puede apelar a la emoción más directamente.
Julián Rodríguez Rona: –Al mismo tiempo, el títere devela el mecanismo teatral de buenas a primeras. Uno sabe que es un muñeco y que no tiene vida. Si está bien manipulado el espectador se sorprende: se abre un mundo, cosa que se puede aplicar a cualquier tipo de situación. Porque cuando hablamos de títere tiene que ver con dar ilusión de vida a una materia. Puede ser un muñeco, una taza, una tela. Esta fascinación por el juego “pavote” que instala el títere es una puerta para contar cosas.
Si la asociación títeres-infancia todavía existe, es porque “en el imaginario colectivo remite al de guante: el que la mayoría de la gente vio en su infancia”, explica Erlich. Y eso, pese a que los primeros títeres “vinieron de Francia e Inglaterra y no surgieron como algo para niños, porque en la Edad Media no había ni registro de la existencia de la infancia”. Si bien el teatro de objetos es más reciente, para los entrevistados conserva las reglas del de títeres. Según explica Rodríguez Rona, en 4 temporadas “lo animado y lo inanimado están siempre presentes como opinión y relato sobre la existencia”. “Los maniquíes están animados pero por momentos son maniquíes de la tienda. El espectáculo es una propuesta que plantea el montaje en el sentido del cine ruso: las imágenes proponen y el espectador las une”, detalla. “El títere pide del espectador. Es un acto de fe. Si en ese momento no creés que esa cosa está contando algo vivo, no se produce el fenómeno. También pide al espectador que complete el resto con sus emociones”, coincide Erlich.
–¿Hay una conexión del adulto con su infancia cuando asiste a un espectáculo de títeres?
C. E.: –Seguramente haya gente que llegue a la sala tratando de recuperar una emoción de su niñez y haya en nosotros una voluntad de jugar.
J. R. R.: –En nuestro caso, nos basamos en La calle de los cocodrilos y Las tiendas color canela, de Bruno Schultz, que están escritos desde la mirada de un niño sobre su padre y sus tiendas. De eso se desprende toda la narración, y en base a las emociones que carga el niño al ver se desarrollan la imagen y los eventos. Elegimos abordar eso: cómo uno se pone niño y juega con los elementos. Pero no somos actores haciendo de niños, sino adultos que utilizan el mecanismo del niño al jugar. Se despliega la ingenuidad al acercarse a las cosas.
J. N.: –En la infancia, la animación de objetos es una forma de expresión como tantas otras: los chicos se ponen los zapatos de la mamá, la corbata del papá y son actores. Todavía es muy novedoso el título “títeres para adultos”, pero todas las disciplinas artísticas parten de lo mismo: una necesidad de expresión. Todos los chicos cantan, dibujan, bailan. Cuando son adultos la típica es “no sé cantar ni te dibujo una línea”. Y en realidad son durezas que nos fuimos poniendo.
C. E.: –También hay un juego perverso del niño con su juguete o muñeco. Uno quiere cargar esa mirada ingenua en el niño pero él no tiene filtro. Rompe o mata y al día siguiente juega con lo mismo. Los niños son infantilmente adultos. Prenden fuego a su soldadito, destrozan, juegan a la guerra y matan. Es un juego que puede verse con ingenuidad o con alarma, depende de quién esté mirando.
J. R. R.: –Y nosotros llevamos a escena eso, vinculándonos con un espectador y no con un padre que está espiando. El voyeur está nombrado: es alguien que paga para ver este juego, sea más infantil, más adulto, de títeres, de teatro o de sombras.
C. E.: –Claro. Los adultos somos adultamente niños.
Entrevista: María Daniela Yaccar.
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