TEATRO › PERFORMANCES. REVOLUCIóN. ROJAS, UNA PROPUESTA NO CONVENCIONAL
La última apuesta del área de teatro del Centro Cultural Rojas apunta a la interacción con el público. Se trata de performances diseñadas por cuatro artistas, con diferentes lógicas de producción y una conexión con las artes visuales.
Cruzar la puerta de una sala y tener una idea mínima de lo que va a pasar –por lo que se leyó, por el anticipo de los volantes que se reciben en recepción–, pero más vaga del cómo. Cruzar tres puertas más y, en todos los casos, la misma sensación: arrojarse a la sorpresa. La última apuesta del área de Teatro del Centro Cultural Rojas, Performances. Revolución. Rojas, dista de una visita corriente al teatro. Nada de acomodarse en una butaca. En este caso habrá que caminar y ejercitar la mente para presenciar performances diseñadas por cuatro artistas, que tienen lugar los sábados a partir de las 20.
La recorrida por cuatro salas (Biblioteca, Cancha, Batato Barea y Auditorio Abuelas de Plaza de Mayo) del centro cultural (Corrientes 2038) hace del encuentro una auténtica jornada. También le otorgan ese carácter la presencia de un anfitrión guía (el actor Mariano Bicaín) y la invitación a sumergirse durante dos horas y media en cuatro lógicas de producción diferentes. Son las de la escenógrafa y vestuarista Oria Puppo; el actor con experiencia en videoarte, cine y fotografía Martín Guzmán; y las dramaturgas y directoras Mariana Obersztern y Agustina Muñoz.
Transitar por los pasillos de la mano de un guía y folleto en mano –habitual en un museo o zoológico, pero no en un teatro– es signo de otro tipo de encuentro. Es más: los hipersociables aprovechan para cruzar algunas palabras con sus compañeros de travesía. “Quisimos acercar al público a un lugar en el que el eje, la matriz que tiene para moverse, esté roto desde un principio”, explica el curador del ciclo y coordinador de Teatro del Rojas, Matías Umpiérrez, que trabajó con el grupo de investigación DIM. Por otro lado, la naturaleza de la performance, su permeabilidad respecto del público, coloca al espectador en un lugar menos cómodo. Ahora, ¿por qué el nombre del ciclo, si las performances no son una novedad? “Todo el mundo está interesado en ellas”, asegura Umpiérrez. Se refiere al mercado, pero sobre todo al hecho de que los artistas visuales se valgan de la performance como una extensión de su práctica artística (sobran ejemplos: videoarte, instalaciones multimedia, teatro). En este sentido, el ciclo se propone como ejemplo de una movida más grande: quienes lo integran dieron sus primeros pasos en las artes visuales y se volcaron luego a formatos más teatrales, basando su obra en la bifurcación de lenguajes. Es lo que conecta a los cuatro trabajos.
No hay, sin embargo, una línea temática clara, lo cual puede volver un tanto engorrosa la propuesta, o sin otra intención compartida que la de trazar directrices en cuanto a la producción de performances. Y es que el objetivo es “pensar al teatro desde otro lugar”. Oria Puppo es quien más parece haber respetado el tema que inspiró este ciclo: el Bicentenario. Lo suyo es un censo fotográfico: en una sala ambientada con retratos de diferentes épocas, se invita a los presentes a posar para una instantánea y a completar una ficha con sus datos. “Es para representar que todos formamos parte de estos 200 años, aunque desde un hoy”, sintetiza la escenógrafa. “Y que todo es un poco más plural de lo que lo vemos.”
En la piel de un personaje que cuenta que quien arrancó ese censo es su tatarabuelo, llevando una biblioteca itinerante por pueblos y ciudades, participa el fotógrafo Ernesto Donegana. Este dato sirve para decir que Registro, un censo bicentenario es un hecho teatral. Sin embargo, más parecido a lo que pueda encontrarse en una sala cercana es Espina no peito, que también aborda una cuestión sudamericana: el “celo” que los argentinos sienten respecto de Brasil, según Mariana Obersztern. Ella es el ejemplo más claro de aquello que decía Umpiérrez: si bien hoy goza de reconocimiento como dramaturga y directora, sus inicios fueron en las artes visuales, y lo visual nunca es periférico en sus obras. Sobre lo que quiso contar en esta ocasión, Obersztern amplía: “La rivalidad con Brasil es cosa de siempre. Pero lo que aparece en Espina... es algo que empezó con el mandato de Lula, una mirada colateral nuestra, de reojo. De celo. Nuestros políticos quisieran ser como él, animarse a jugarse con cosas contundentes. Y nosotros envidiamos lo que está pasando ahí: el movimiento, la vitalidad”. Para aproximarse a un pensamiento que postula como no indagado, este “psicodrama de la necedad” se vale de diálogos, coreografías y playbacks, y está tejido por personajes que hablan un mentiroso portuñol. “Es una suma de esfuerzos: pronunciar una lengua, pasar por emociones que uno imagina que derivan de ella, producir pensamientos acordes con esas palabras. Hay que mantener vivo un dispositivo en el que todos esos esfuerzos puedan tener sentido”, dice la directora.
Puré de tomate, del rosarino Mauro Guzmán, combina video y teatro para dibujar el imaginario del backstage de una pieza teatral que no existe, dando lugar al momento bizarro de la jornada, que incluye una lucha con tomates como armamento (el jugo sale despedido y puede mojar a cualquiera). Por último, Agustina Muñoz propone Toda esta gente, una video-conferencia que incluye fotografías tomadas a algunos de los cuarenta espectadores de la noche. La joven monologa a partir de la combinación de esas imágenes con otras y mecha con reflexiones cargadas de poesía. Así avisa subrepticiamente que todo lo que se es termina siendo difuso, porque se construye en un momento, y que los desconocidos son potencialmente seres importantísimos para la vida de cualquiera.
“¡A fines de los ’80, Urdapilleta y Tortonese sentaban su trasero arriba de tu cabeza!”, rememora Puppo. La anécdota viene a cuento de lo que, como se dijo, hace a una performance tal cosa: la participación del público, además de un aquí y ahora llevados a su máxima expresión. “Hay que hacer más hincapié en eso: sorprender e intrigar”, recalca la escenógrafa. “Hoy vivimos más abrumados: la tecnología, los medios, el trabajo... cuando alguien quiere ver algo, quiere elegir. Por eso hay que darle al espectador el poder del espacio.” Entonces, cuando la improvisación es la base y el público es parte, es preciso barajar otras posibilidades si prefiere quedarse afuera. En su obra, Obersztern interpreta a una especie de Lía Salgado carioca, que invita a los espectadores a contar sus “espinas” en escena. Ella sabrá con qué se las tiene que ver si la dejan hablando sola. Y es que, para pasar al frente, hay que cruzar una puerta más y arrojarse a la sorpresa... de uno mismo.
Informe: María Daniela Yaccar.
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