TEATRO › ENTREVISTA CON ALEJANDRA RADANO, QUE ESTRENó LA INHUMANA
La actriz, cantante y bailarina propone un unipersonal que tiene a la música como protagonista y que alude, entre fantasías e imágenes apocalípticas, a un estado de crisis provocado por un “derrumbe de estructuras”.
Tiene fama de diva local, por eso no es de extrañar que llegue a la entrevista con unos tacos infernales, ni su entusiasmo al momento de las fotos. Ella propone y propone, subyugada en el sector de atracciones infantiles de Plaza Congreso. Tacos incluidos, se trepa al inflable y a punto de zambullirse pide: “Haceme la de Blow up”. Y así será con todo. Ante cada juego regalará perfiles, contorneos. “No hay nada caprichoso en lo que hago”, explicará luego, al referirse a la importancia de la imagen que ilustra esta nota. Actriz, cantante y bailarina, Alejandra Radano acaba de estrenar La inhumana (viernes y sábados a la 0.15 en el Centro Cultural de la Cooperación, Avenida Corrientes 1543), un unipersonal que tiene a la música como protagonista y que alude a un estado de crisis actual. Crisis en ningún aspecto puntual y en todos al mismo tiempo. “Un derrumbe de estructuras”, sintetiza ella.
Radano tiene una larga experiencia en musicales, aquí y en el exterior. Ni bien salió del secundario, consiguió su primer papel en Drácula, de Pepe Cibrián y Angel Mahler. Su trayectoria incluye trabajos en Chicago, Cats, Canciones degeneradas y Tatuaje. La inhumana representa un quiebre porque es el primer espectáculo ideado por ella, que, sin embargo, insiste en que se trató de un trabajo en equipo. Los aportes principales corresponden a Diego Vila (idea y banda sonora), Diego Bros (coreografía) y Gonzalo Córdova (escenografía e iluminación). Según Radano, el espectáculo “puede adquirir muchas acepciones: ballet mecánico, recital iluminado y música sintética”. Lo compara, también, con la banda sonora de un film. Tango, canciones italianas, Les Rita Mitsouko y Nina Hagen construyen un sendero musical homogéneo, al que se integran sonidos que componen atmósferas y paisajes. Por allí transita una joven que acaba de tener un accidente automovilístico, meciéndose entre sus fantasías y una realidad apocalíptica.
“Soy un collage”, se define la actriz. Y detalla la composición de su familia. “Tres elementos que hacen que yo sea la cuarta realidad: mi papá es sociólogo, mi mamá pianista y maestra, y mi abuelo boxeador.” Dice que desde los ocho años pensaba en irse de su casa y que se anotaba en todas. A los catorce, su profesora de canto le sugirió que se dedicara al piano. “Se lo agradezco. Yo ya estaba con la lanza en la mano”, rememora. Soñó con ser cantante de ópera, faceta que desarrolló en boliches gays. “Ahora estoy en el medio: el teatro musical es una hendija entre la música popular y la ópera. Te da el poder de ir ‘bandeándote’ para distintos lugares.” El mismo rótulo que emplea para referirse a ella misma, el del collage, lo usa para su espectáculo. Entre los muchos links que tiene La inhumana, se destaca una frase de Vivienne Westwood, responsable de la estética punk. “Vivimos en una época de profunda decadencia. El único antídoto que nos queda para combatir esta crisis es la capacidad de soñar.”
–¿Por qué decidió crear un trabajo propio?
–Fue una necesidad de construcción, después de sumergirme durante muchos años en el imaginario de directores. La inhumana surge a partir del título de una película de Marcel L’Herbier, hecha como excusa para defender las artes decorativas modernas. Tomé el título para defender mi visión del teatro musical, influenciada por los viajes que hago de Europa a Buenos Aires y por todo lo que me atravesó en estos años. Mi imaginario aparece expuesto casi a nivel plástico: la obra está más relacionada con eso que con el teatro. Me interesa la quietud de un cuadro abstracto que permite imaginar.
–Define a su espectáculo como un collage y, ciertamente, está constituido por múltiples referencias. ¿Qué importancia tienen para un artista la formación y la información?
–Son fundamentales. Me siento muy hambrienta de todo eso. Hago danza, yoga, canto... La calle también es un lugar para experimentar. Por eso el lugar en que me saco una foto es importante. El parque tiene que ver con lo simbólico, lo primario y lo infantil, aspectos que están en la obra. Hay una frase de Esteban Peicovich, escrita en el programa, que dice que “el siglo XIX fue soñador, el XX innovador y ahora estamos encapsulados por vaya saber qué enfermedad colectiva”. Creo que se están cayendo estructuras y aún no conocemos lo nuevo, y que hay un fondo de angustia en la humanidad en relación con lo que pasa.
–¿Se refiere a estructuras filosóficas?
–De gobierno, internas... de todo tipo. Hay un episodio que me resultó revelador: el derrumbe de Villa Urquiza. Yo pensé: ¡al arquitecto Francisco Salamone no se le hubiera caído un gimnasio! Eso fue una metáfora de algo que está mal construido. Sé que todo esto tiene un sentido, pero no puedo explicarlo ahora. Quizá yo esté haciendo clic ahora y lo pueda entender. Antes no me preocupaba por quién votaba. Me está pasando algo también en relación con mi trabajo: los actores solemos decir que en el escenario somos felices. Pero yo estoy trabajando, no estoy sólo para ser feliz. Me interesa que pase algo más, que pueda ser utilitario lo que hago. Trabajé en el Alvear y en el San Martín, y me dio angustia ver cómo están venidos a menos los edificios. Hay que hacer algo. Decirlo es algo. Pero quiero hacer más.
–¿El punto de partida de La inhumana fue ése? ¿El concepto del derrumbe de estructuras?
–No me propuse hacer un discurso. Trabajamos años con Vila pensando en la coherencia musical. Después vendría la escena. La banda sonora surgió intuitivamente. Siempre tuve claro que quería que fuera un espectáculo donde se privilegiaran la voz y el sonido. En un principio pensé en un recital, pero no me gusta que termine la canción y vengan los aplausos. Yo dije: los voy a cagar a todos. Me interesaba tejer ambientes, como un libro que se lee sin imágenes. Y cada canción es un universo hiperpreciso. Fantaseo con que el trabajo pase por otros directores y con no estar más en escena.
–Sería abandonar el narcisismo del actor, ¿no?
–¡Peor! Es más monstruoso, porque sería estar sobre todo eso. Los actores estamos al servicio de la música. Por eso, lo difícil de esta obra fue decodificarla. Cuando me vi con el material en la mano, me dije: “¿Qué es esto?”.
–¿Y qué camino traza la obra una vez planteados la enfermedad colectiva, el afuera peligroso, el vacío interior?
–Depende desde dónde uno mire el edificio. Yo muestro. Te doy la libertad de que pienses lo que te inspira el material. Tiro algunas puntas que figuran en el programa. Pero no hay nada a priori para que el espectador piense. No entro así al escenario. Entro como mi vestido: blanca. Si plantea algo, es que el afuera a veces es peligroso, pero cuando lo transitás lo podés acreditar.
Entrevista: M. D. Y.
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