TEATRO › JORGE PALANT Y SU OBRA ENTRE MUJERES SOLAS
El espectáculo del teatrista nuclea las piezas Griselda en la cuerda y Al pasar por un cuartel. Los mandatos sociales y las relaciones de poder confluyen en historias que se expresan en clave de grotesco. ¿Qué tienen en común? “Una época de mi vida”, señala el director.
› Por Facundo Gari
El dramaturgo, director y médico psicoanalista Jorge Palant menciona la palabra “recorridos” cuando se le pregunta cómo llegó el título Entre mujeres solas, de la novela de Cesare Pavese, a la obra homónima que nuclea las piezas Griselda en la cuerda y Al pasar por un cuartel y que se muestra los viernes a las 21 en el Teatro del Pasillo (Colombres 35), con destacables actuaciones de Beatriz do Santos y Dora Mils. “Cuando se me ocurrió, no tenía presente este objeto”, advierte, levanta el viejo libro de tapa amarilla y añade: “No sabía que lo tenía, sólo la idea de que en algún lugar de la biblioteca estaba, después de haber soportado mudanzas”. “Recorridos” vuelve a entretejer, y no es que le escape a la precisión: resulta magnífico dar con un humano que no posea esa curiosa dificultad para decir “no sé”. Lo que sí sabe porque lo recuerda –y le cuenta a Página/12– es que cuando se dispuso a dirigir Griselda..., escrita en 1972 en parte motivado por un espectáculo circense que había visto en la víspera en el Teatro Nacional Cervantes, se dio cuenta de que era demasiado corta. Así, empezó a buscar otra, hasta dar con Las visitas, pieza (también) de su autoría que se estrenó (también) en 1972 con dirección de Sergio Renán en el Centro Cultural San Martín y que nunca había dirigido. “Dentro de lo que eran mis obras en el circuito de entonces, fue la única que pareció gustarle a alguna gente –concede humildemente–, y la pieza comenzó a pasar de Cipolletti a Posadas, de Italia a Austria.”
Sin embargo, surgió otro inconveniente: “Después de haber comenzado a trabajar Griselda... con las actrices, empecé con Las visitas, y me di cuenta de que no podía dirigirla, que no quería. Porque en la pieza original son dos mujeres y un hombre que no aparece pero que es el que produce el juego, su causa, y ese hombre me provocó distancia. En su lugar, apareció rápidamente un coronel. Me resultó interesante el desplazamiento de ese personaje llamando El Señor al coronel, que es el que interrumpe el juego”, diferencia. Así nació Al pasar..., “variación” de su antecesora, o al menos originada con ese “sentido musical”. “Empecé a lo Brahms sobre Haydn pero terminó siendo Stravinsky. ¡Explotó todo, cambió todo, se fue de tema!”, ríe, y aprovecha el envión expansivo del boom melódico para congratular su primer trabajo con un músico, el compositor Antonio Zimmerman. “Fue de mucha ayuda, sobre todo porque para hacer el traslado de Las visitas a Al pasar... tuve que encontrar la manera de zurcir y que no quedaran dos obras distintas encajadas.”
En Griselda en la cuerda, Do Santos interpreta a una acróbata cuyo circo ofrece funciones en una ciudad desolada, y presuntamente porque no le gusta dormir en la carpa alquila un cuarto en la pensión de la vecina que encarna Mils. El egoísmo social se manifiesta en esa habitación como un abismo entre experiencias aparentemente lejanas, que sin embargo se aproximan en lo esencial. Luego, en Al pasar por un cuartel, Mils personifica a una señora de alcurnia acompañada por Virginia, la sirvienta que hace Do Santos, en la sala de espera de un consultorio médico. Los mandatos sociales y las relaciones de poder se hacen acto en forma de lamentos y reproches. Sí, son historias “entre mujeres solas”, ambas utilizan la “poesía dramática” como lenguaje, ¿pero qué más tienen en común? “Una época de mi vida”, simplifica el director.
–También se puede notar por ejemplo que los vínculos entre el par de mujeres son de tipo comercial...
–En Las visitas, si bien es así, no se menciona nunca, tiene otro final, el eterno retorno de lo mismo. En Al pasar... sí: “Es tu empleo, es tu sueldo”, le dice la señora a la criada.
–Además, en ambas obras hay una mujer a la que le duele la pérdida de otra.
–A la patrona de la pensión le duele, pero no por la pérdida. Ha tenido contacto con alguien que ella supone se puede morir en cualquier momento, una vida que desconoce y que no puede ubicar. Cuando Griselda se va, ella no la mira y grita “tenga cuidado”, porque la imagina caer. En Al pasar... es otra cosa porque en el caso de que Virginia se vaya, la señora contratará otra empleada para el juego.
–¿En qué consiste ese “juego”?
–En una ficción que tiene un guión que no se puede romper. Por eso, la señora le dice a la criada (cuando ésta está narrando una historia suya): “No es con la mano, es con el brazo”. Ese es el guión que se tiene que repetir. No es que busca que lo diga a su antojo, sino que lo diga como está escrito. Es una característica del juego de los chicos, que cuando quieren escuchar una historia piden el mismo cuento. Y cuando el adulto lo cambia, los chicos lo corrigen.
–Virginia toma nota de las aventuras que tiene con la señora y cuando las lee del cuaderno, ésta le realiza modificaciones arbitrarias. Esa acción produce una resonancia particular en el marco del debate suscitado por la ley de medios y la causa por la apropiación de Papel Prensa.
–Sí. La obra empieza con una llamada de atención a la empleada porque está leyendo el diario y termina cuando la señora lo rompe. Y todo el núcleo del conflicto se arma a través del diario. Porque la señora dice que los diarios mienten porque dicen la verdad y la empleada dice que no mienten y afirma la verdad. Eso rompe el juego. Las visitas se actualiza desde ahí, a partir del cambio del personaje: pasa a ser un coronel encerrado...
–Que está más a tono con la actualidad, como eco de la última dictadura militar...
–Obviamente. Está escrito en clave de grotesco, pero sí. Tomó una suerte de enfoque actual. Yo lo veo en el lugar más manifiesto: en el diario, el final del juego, en que la empleada se vaya. Y es interesante que sea la empleada la que defienda la verdad de lo que pasa. Cuando la señora dice que el coronel no sale, la empleada le contesta: “¿Cómo que no? ¡Si yo lo veo salir y usted también!”. Y aquélla responde: “Yo puedo mirar pero no ver”. No estaba escrito ex profeso que la actitud de la sirvienta fuera ésa. Foucault hizo una observación muy interesante sobre Edipo Rey en una conferencia en Río de Janeiro. Habla de las pruebas de verdad y dice que es curioso que sean los pastores los que le llevan la verdad a Edipo: ni el adivino ni el reinado ni la corte. Y en Otelo, de Shakespeare, la verdad la dice Emilia, una criada. Acá también la dice la empleada: “El coronel rompe el arresto domiciliario y sale por ahí”. Eso está en los diarios, pero la señora nunca pensó que la empleada iba a decirlo. Virginia arriesga su empleo y eso no es fácil. Hay gente que no puede, aun a pesar de que sabe que habita un mundo de mentiras.
–Es fundamental, sobre todo en Al pasar..., la impronta de las clases sociales, las relación entre dominante y dominado.
–El otro día alguien me preguntó el porqué de la peluca de la empleada. No tuve dudas de que el personaje usaba peluca, porque me parecía interesante que cuando apareciera la persona que es detrás de la empleada que finge ser, esa construcción, recupere algo de la identidad atrapada en el juego. Cuando me preguntan por la peluca, eso es lo que puedo contestar. Pero me dicen: “Hay otra cosa interesante, porque detrás de la peluca negra se ve que ella es rubia”. ¡Es rubia y peronista! Se puede ser rubia y peronista. No lo había pensado así...
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