Dom 07.11.2010
espectaculos

TEATRO › PABLO ROTEMBERG HABLA DE SU ESPECTáCULO LA IDEA FIJA

Un Kamasutra para el cerebro

El pianista, coreógrafo y bailarín se inspiró en “la ausencia de personas” del cine porno para crear esta obra a la que define como “una mirada cínica sobre el romanticismo”. Puede verse los sábados y domingos en El Portón de Sánchez.

› Por Facundo Gari

Escribir con la idea fija en el sexo sobre La idea fija, obra de teatro-danza que sábados y domingos llena la sala de El Portón de Sánchez (Sánchez de Bustamante 1034) sería al menos engorroso. Decir, por ejemplo, que el pianista, coreógrafo y bailarín Pablo Rotemberg cogió una vez más al toro por las astas crearía una imagen –y no por la zoofilia– realmente tajante. Sobre todo si se añade que su primera experiencia al respecto fue con El lobo, unipersonal que estrenó hace cinco años en El Camarín de las Musas y que permaneció en cartelera hasta 2008. Es que de lo que se habla, en rigor, es de su buena labor como director, aunque el dispositivo del tipo malpensando sea una de las perspectivas posibles para examinar la vorágine de cuadros de esta verdadera batalla del movimiento que se presenta los sábados a las 23.30 y los domingos a las 20.30.

De encararlo así, cuanto menos no se estaría obviando el costado “morboso” del también guionista cinematográfico de 37 años, que para fundir estas precisiones reseña que, “cuando era chico, fue muy impresionante conseguir un VHS de Calígula, de Tinto Brass, que tenía imágenes de sexo amplio, ni homosexual ni heterosexual. Era machista pero también tenía escenas para interpretar con un sentido más abarcativo”. Este y otros films eróticos y/o pornográficos funcionaron a modo de “inspiración” para la creación de su más reciente pieza. “Del cine porno me encanta esa ausencia de las personas. Ves una cosa mecánica y rara, con planos que duran demasiado tiempo, y en cierta forma eso revela un espacio de soledad en una actividad que es con otro”, observa. Y es un aspecto que penetra sin lubricante: la obra arranca con los violines de “Romance” –vals compuesto por Georgy Sviridov y aportado por Gastón Taylor– y una canillita de luz que cede a cuentagotas –acierto de Fernando Berreta– en una oscuridad sobre la que aparece un engendro que pronto será un hombre; y una hora después concluye con los cinco intérpretes (Alfonso Barón, Juan González, Mariano Kodner o Diego Mauriño, Rosaura García y Vanina García) ofreciendo sus sexos a la Ausencia.

Sin embargo, es la funcionalidad reactiva uno de los primeros apuntes en el anotador de una asistencia variopinta, que se distribuye a antojo propio y enojo ajeno en la platea de más de cien sillas de El Portón. “La danza tiene un público muy específico. En general, me preocupa un poco que le interese a gente que no es del palo”, dice Rotemberg. “Por un lado, la mirada de los colegas es más crítica. Pero por otro, me gusta que venga gente de teatro. La más naïf en relación con la danza es menos crítica con respecto a si algo es viejo o nuevo. La danza tiene una obsesión con el ‘centro’ que en el teatro no ocurre, porque tiene cierta aceptación en Europa. En la danza hay una dependencia más fuerte hacia el entrenamiento y la técnica”. Aquí, los “heterogéneos” performers van y vienen, se contonean e interactúan desnudos en esa Nada con lockers, camas y colchonetas, avanzando con tics despojados de supercherías sociales, como si fueran una relectura de los agentes de Matrix en clave XXX. “El cine es una fuente de inspiración muy indirecta pero que construye mi imaginario. No sé cómo es el proceso, pero de chico era muy cinéfilo y las imágenes quedan inconscientes y me inspiran climas y situaciones”, continúa.

Si bien asevera que “las reflexiones aparecen de forma posterior” (a la manera socrática: cuando le hacen preguntas), Rotemberg concede que La idea fija aporta una “mirada cínica sobre el romanticismo”, postura que deviene en un manifiesto social de un acto más privado que lo que Mark Zuckerberg querría que fuese la intimidad, pero tan prohibitivo como es su Facebook. “La actividad sexual refleja una violencia en los vínculos que tiene que ver con poseer, dominar y hasta lastimar al otro”, aporta. Uno de los cuadros de la puesta lo sintetiza: dos mujeres y un hombre se tienen a disposición, se contemplan y miden y acaban por elegirse a sí mismos, por masturbarse. “Tiene que ver con la obsesión por el sexo, una obsesión pajera, autoerótica”, que el autor desnuda de solemnidades a través de la búsqueda de humor en el lenguaje corporal. “Esa es la manera en la que percibo el movimiento. Soy como un neurótico: el humor me sirve para que no me tomen en serio. La idea es que relajemos todos”, con momentos de disco ochentosa (ilustrada con canciones de Rafaela Carrá y Giorgio Moroder y vestidos flúo) y un divertido monólogo de García tomado de un caso real de violación física. “La obra es bastante naïf, pero me dio un poco de pudor tomar algo tremendo con cierta ligereza. Acá se toma distancia con el humor, pero hay temas que no haría”, destaca.

A ello agrega que en la danza “hay como una cosa que podríamos asociar al espíritu de las artes visuales”. “Trato de aligerar con la aparición de lo liviano, que no es demagogia ni banalidad.” Tan es así que antes que un tenedor libre para el voyeur, La idea fija es una exposición transgresora de sexo individual y grupal, visible y anónimo, democrático y autoritario. Es decir, una especie de Kamasutra moderno (en parte, por eso el vivo) que incita al polvo intelectual antes que al sexual. “La danza en sí tiene sensualidad, estén los bailarines desnudos o no: hay un goce en el que mira y en el bailarín. Pero aunque no tengo muy presentes las reflexiones que la obra provoca en relación con un discurso, hay un trabajo reflexivo que es intuitivo”, expone. Entonces... ¿tiene explicación que uno de los bailarines use una remera con la inscripción “Amor”? “Es lo que todas las personas buscan en el fondo”, concluye. Y con la idea fija en la entrepierna, uno se imagina las variables de en el fondo de qué.

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