TEATRO › MAURICIO DAYUB INTERPRETA “CUATRO JINETES APOCALIPTICOS”
El actor y dramaturgo les da vida a los textos escritos por José Pablo Feinmann, que abordan temas polémicos: la inseguridad, la muerte, el hambre de poder y la guerra.
Quien haya leído la Biblia recordará el último libro del Nuevo Testamento –el único de carácter profético–, en el que se narra una revelación: cuatro caballos, con cuatro jinetes, de cuatro colores distintos (como puede verse, el cuatro es un número divino, el de la creación), traerán plagas a toda la humanidad. ¿Se ha cumplido la profecía del Apocalipsis? ¿Vamos en ese camino? Sin ánimos de avivar ningún debate bíblico, José Pablo Feinmann escribió, desde una perspectiva laica y contemporánea, la obra Cuatro jinetes apocalípticos –que se estrenó el viernes pasado en el Chacarerean Teatre (Nicaragua 5565)–, una reflexión aguda y crítica sobre la realidad, que aborda los temas más polémicos de los últimos tiempos, desde la ola de “inseguridad” hasta la caída de las Torres Gemelas.
Será Mauricio Dayub quien les dará vida, cada viernes y sábado a las 21, a los cuatro monólogos de Feinmann que componen Cuatro jinetes... “El autor nos muestra el mundo apocalíptico en el que vivimos, en el que no hay salida –adelanta Dayub en diálogo con Página/12–, y yo coincido con él, a pesar de que he sido autor de las obras más esperanzadoras de los últimos tiempos. Coincido en que ya no están los focos que había hace unos años, como antes de la caída del Muro o después de la revolución de Cuba, que nos hacían pensar que en algunos lugares del mundo se estaba construyendo una esperanza para el resto de la humanidad.” Atraído por el texto de Feinmann, Dayub –actor y dramaturgo– decidió postergar la escritura de su tercera obra para encarar el proyecto de Feinmann junto a Luis Romero, encargado de la dirección y la puesta en escena. “Estos monólogos fueron una muy buena excusa para postergar mi obra, porque tienen una originalidad que en el mercado teatral actual se ve muy poco. José Pablo tiene la valentía de meterse con cuatro temas muy duros de una manera muy osada.”
De inmediato, Dayub se dio a la tarea de construir siete personajes que él mismo interpreta solo en el escenario, en cuatro cuadros basados en las “pestes” de la actualidad: la inseguridad, la muerte, el hambre de poder y la guerra. Un padre fanático de la seguridad que cree tener la familia perfecta: una mujer, un hijo... y un revólver (el final puede imaginarse: el elemento de “seguridad”, más que proteger, será el responsable de una muerte). Una reunión de ex militantes donde son más los ausentes que los presentes, más los desaparecidos que los sobrevivientes, y los que quedan se mofan de las banderas que alguna vez levantaron en el pasado. Un hombre poderoso que reúne a tres desconocidos en su casa para homenajearlos con un banquete macabro. Y, finalmente, un business man empeñado en concretar un negocio millonario, egocéntrico e individualista, incapaz de reconocer su destino trágico: está en las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001.
–¿Todo esto es narrado con un tono moralista, aleccionador?
–No, todo es parte de la realidad nacional. La mayoría de la gente que pudo se compró un arma para proteger a su familia. Es una ironía extraña, pero ocurrió. El problema de la seguridad fue concreto. No es una obra moralista, sino que en realidad es un espejo cruel. Genera el reconocimiento de la gente, que en muchos casos se manifiesta a través de la risa. El público se reconoce terriblemente, cruelmente, y se ríe hasta que advierte que él estuvo en esa situación, que pensó igual que el personaje y esto produce reflexión. Hay una pausa entre monólogo y monólogo para darle un tiempo al espectador para que reflexione sobre lo que acaba de ver. Todo el mundo agradece esta pausa porque lo que acaba de pasar en la escena está en la realidad argentina y mundial, y lleva un rato digerirlo y aceptarlo. Desde ese lugar es un espectáculo reflexivo. También es muy polémico, porque hace pensar demasiado.
–¿Y de qué modos el espectáculo propicia la reflexión?
–Por ejemplo: está el personaje que se mantiene igual que en los ’70, que es “la dignidad”, que en el fondo todos tenemos o intentamos tener. Y está el que se da vuelta completamente, que cuenta que los ’90 lo hicieron pensar completamente distinto. Hay un monólogo que se llama “digamos boludeces”: llega un momento en que la situación entre los cinco ex militantes es tan tensa que uno de ellos propone terminar de comer diciendo boludeces. Pero estas boludeces terminarán siendo terribles hechos de la Argentina de los últimos años, del tipo “hay que nacionalizar la banca”, “liberación o dependencia”, “con la democracia se cura, se come y se educa”, “la Argentina dejará de ser colonia o la bandera flameará sobre sus ruinas”... Todas cosas en las que creímos y fueron boludeces porque nadie las llevó a cabo.
–¿Considera que el público argentino está abierto a pensar acerca de la realidad política y social del país a partir de un espectáculo o es reacio a hacerlo?
–Yo creo que hoy en Argentina muchos quieren ver un teatro que haga pensar. Además, cada uno hará su lectura. En el monólogo de los militantes hay un tipo de público que piensa que es normal que esa gente haya cambiado su forma de pensar, en un pasaje natural de la juventud a la madurez. Y hay otros que pensarán que por ese tipo de personas, que no mantuvieron sus convicciones, hoy estamos como estamos.
–¿Y cómo se crea ficción sobre un tema más reciente y delicado como es el de las Torres Gemelas?
–En Argentina es lo primero que se escribe sobre las Torres Gemelas. No sé si en el mundo habrá teatro sobre ese tema; me parece que es muy reciente. Pero cuando leí el texto me pareció impresionante. Es un monólogo que cuenta con una desventaja para el actor: el público ya sabe todo, cómo empieza y cómo termina la historia. Cae la primera torre y todos saben que la otra, en la que está el personaje, tiene que caer. Pero, como en las grandes tragedias de Shakespeare, el público sabe que el protagonista va a morir pero quiere saber cómo va a pasar.
–Todo el espectáculo mantiene un tono muy “apocalíptico”. Entonces, ¿no hay salida?
–El autor dice: “En el mundo apocalíptico de hoy no hay esperanza, tenemos que crearla. No está mal: pocas generaciones en la historia de la humanidad tuvieron por delante una tarea tan excepcional”. Por eso, termina la función y empieza la esperanza. Lo que dice Feinmann es “así no”, pero una vez que descubrimos el problema estamos mucho más cerca de la solución. Con todo lo desesperanzador que parece, el espectáculo produce todo lo contrario. El espectador se verá reflejado en la obra, pero dirá: yo no estoy tan loco con el tema de la seguridad, yo no me di vuelta en los ’90, yo no pensaría hacer una cena macabra para resolver mis problemas y yo no estoy tan enloquecido con las finanzas para que me pase lo de las Torres... Es esa defensa la que nos conecta directamente con la esperanza.
Informe: A. M.
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