TEATRO › SOBRE “LAS BOLUDAS”, DE DALMIRO SAENZ
Con la dirección de Guillermo Asencio, la obra de título provocador de Sáenz se estrenó en el Teatro del Nudo, con la actuación de Viviana Conti y Fernando Sureda.
› Por Cecilia Hopkins
En Las boludas, Dalmiro Sáenz plantea una sucesión de escenas en las que un hombre y una mujer asumen personajes con el secreto objeto de comprender las razones que los mantienen unidos. A partir de este juego de roles, la pieza alude a otras relaciones asimétricas, en estrecha relación con la historia argentina reciente. En el Teatro del Nudo, bajo la dirección de Guillermo Asencio, los actores Viviana Conti y Fernando Sureda (ex Los simuladores y Tumberos, entre otros) interpretan los diferentes personajes de esta obra publicada en 1988 y llevada al cine por Víctor Dinenzon en 1993.
“En estos momentos en que toda mirada parece volverse hacia afuera, como dando a entender que estamos regidos por el destino que otros nos asignan –según la apreciación del director, más conocido por su labor como régisseur–, me parece necesario volver a mirarnos para adentro, y para eso nada mejor que vernos en situaciones íntimas, en donde lo más boludo nuestro aparece sin tapujos y sin velos.”
Asimismo, la puesta de Asencio habilita un costado perverso en la medida en que “apunta a que el espectador cumpla una fantasía de voyeur de la intimidad de dos amantes, que develan entre juegos y fantasías todo lo que pueden develar. Volver a la interioridad de lo sexual para definirnos me parece imprescindible como modo de transcurrir...”, concluye. Por su parte, en conversación con Página/12, Sáenz define el tema de su obra: “Las boludas habla del enfrentamiento entre hombres y mujeres, pero también habla de la prepotencia de los débiles”.
–La pieza muestra hondas asimetrías...
–Es muy profunda la diferencia que existe entre un hombre y una mujer. Son seres humanos tan diferentes, con valores tan distintos. El enfrentamiento de dos seres así me cautiva.
–¿Qué motivó la escritura de esta obra?
–No lo sé, ya no lo recuerdo. Tal vez hablar del amor, de la necesidad de buscar el amor más que la pasión. De acariciar pensamientos, más que acariciar pieles, de la necesidad de amarse a uno mismo en el espejo del otro. Es un pensamiento que siempre está circulando en mi cabeza.
–¿No lee sus libros después de publicados?
–No, no me gusta leerme. Será por soberbia. O por debilidad, porque una persona fuerte nunca es soberbia. Aunque al hombre le cuesta mucho ejercer su parte débil. En ese sentido, la mujer tiene más permiso.
–¿Qué alcance tiene la boludez, en femenino, como se plantea en la obra?
–La palabra “boluda” parece peyorativa, pero también puede tener otro sentido. Yo soy un fanático de las mujeres, son fieles por naturaleza, pero pueden odiar mucho más que el hombre, porque tienen mayor capacidad de amar. En ese sentido sería imposible pensar en la existencia de los “Padres de Plaza de Mayo”. Tienen un mandato genético de amor. Viví mucho tiempo en el campo y siempre me llamó la atención el vigor de las hembras.
–Lo femenino es, sin dudas, uno de sus temas preferidos...
–La mujer tiene una fortaleza intrínseca. El hombre artista intenta parecerse a ella. Yo encuentro que hay más poesía en los hombres que en las mujeres porque, al carecer de ella en forma natural, tiene que fabricarla acercándose al arte. Las mujeres son seres tan superiores... Por un hijo podrían hacer cualquier cosa. Es una fuerza que viene del fondo de los tiempos. Tienen una belleza interior, como si estuviesen iluminadas por dentro.
–Pero la categoría de boludas que aparece en la obra, ¿está relacionada con el sometimiento?
–En la obra, el poder pertenece a los hombres. Las mujeres, las boludas sometidas, representan a las clases explotadas. La derecha, bajo mil disfraces, ejerce en el mundo su poder. Pero al mismo tiempo es acosada por su propia obra. Entre los débiles explotados existen vigorosas debilidades con nuevas y astutas armas nacidas de la lucha.
–¿A qué se refiere cuando habla de vigorosas debilidades?
–Siempre el débil es el que manda.
–¿Por qué?
–Si uno observa a una madre que camina con su hijito, se ve que es el chico el que manda la velocidad de la marcha. Así también, fue la hembra la que hizo que el macho dejara de ser nómade, para proteger y mantener la cría. Por eso hablo de la prepotencia de los débiles, porque son ellos los que manejan el mundo. La idea de que los débiles mandan está en la obra, en boca de un torturador. Es Gálvez, el torturador, el más abyecto de los personajes, quien detecta con simplona lucidez quiénes son los verdaderos dueños del poder. “Sólo los débiles mandan”, le dice en un momento a su torturada y trata de explicarle que los ricos, las minorías, las aristocracias de sangre y de dinero son un pequeño número de personas que sólo existen a través de su poder. Y para ejercerlo apelan a la desesperada astucia de las especies empeñadas en sobrevivir. Así inventan leyes morales, costumbres, principios, policías, ejércitos, conceptos de orden y progreso, jerarquías de valores que las mentes deformadas de los sometidos sienten como propias.
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