Mar 01.02.2011
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TEATRO › SUSANA RINALDI, FRENTE AL ESTRENO DE EL PATIO DE LA MOROCHA

“Las generaciones de hoy no sólo miran, también participan”

La protagonista del sainete musical de Cátulo Castillo reivindica el viejo circo, donde “se decían las verdades”, y subraya que “hay que escribir nuevas obras sobre este presente, a través de estos estilos que hoy se presentan nada más que como memoria”.

› Por María Daniela Yaccar

Lo que Susana Rinaldi demuestra en su carrera tiene su correlato en el día a día: es del tipo de mujer que puede hacer muchas cosas al mismo tiempo. En su camarín alguien le pinta los ojos, otro la está peinando. La puerta se abre cada dos por tres con preguntas y avisos dirigidos a ella. Simultáneamente, la cantante y actriz conversa con Página/12 con una concentración que no amaga de-

saparecer. Ni cuando le solicitan que abra la boca para desparramar el rouge cesa el despliegue de esa voz gigante, atronadora. Rinaldi está por salir a escena para un ensayo general de El patio de La Morocha, sainete musical de Cátulo Castillo con música de Aníbal Troilo, que estrena mañana en una monumental carpa instalada en Vicente López (allí por donde pasó el Cirque du Soleil). Con dirección de Claudio Gallardou, esta versión de Elio Marchi se postula como un retorno del teatro argentino a sus orígenes: el circo.

“Hay que tener garra para volver a poner esta pieza, tratando de retrotraernos al tiempo en el que en el circo se decían las verdades, aunque chiquitas y primarias”, se entusiasma Rinaldi. Hay un equipo muy grande involucrado en el espectáculo –iniciativa del gobierno bonaerense a través del Instituto Cultural–, entre bailarines (bajo las órdenes de Laura Roatta), músicos (dirigidos por Juan Carlos Cuacci) y actores (Roberto Carnaghi, Laura Bove, Roxana Fontán y Miguel Habud, entre otros). “Cuando Lino Patalano (el productor) me propuso esto, me reí mucho y le dije: ‘No pretenderás que haga de La Morocha, que tiene 26 años’. Tampoco quería meterme en el personaje de la madre de La Morocha porque habla como se hablaba entonces, en una especie de cocoliche, y yo, que hablo italiano, no lo sé hacer”, explica Rinaldi, que interpretará tangos que han integrado su repertorio.

La diferencia es que ahora lo hará en el marco para el que fueron creados, en la obra que se estrenó en 1953 en el Teatro Alvear y que es icono del teatro popular. “Le dije a Lino que me metería con un personaje que nació como El Recuerdo y que convertí en La Memoria. Hoy, los argentinos estamos memorando muchas cosas, a veces con buena memoria y otras disfrazando un poco los antecedentes”, sostiene la cantante, cuyo pensamiento está amasado de lo político, siempre. Su personaje entreteje la historia que ocurre en la década del ’30. Argentina Verdiales, La Morocha (Fontán), y Martín Luna (Habud) son dos enamorados a quienes el padre de ella, un caudillo barrial (Carnaghi), se empecina en separar. El marco es la Buenos Aires en la que empezaban a aflorar las luchas de los trabajadores, la de los matrimonios arreglados, la de la corrupción flotando en el aire.

La vuelta del circo criollo

–¿Por qué hacer esta obra hoy?

–No es sólo remontarse al pasado, sino también experimentar la sensación de darnos cuenta de que en los años ’50 el sainete había dejado de ser un estereotipo que mostraba una parte de la inmigración. La inmigración asentó sus modos y costumbres, no siempre acertados, que nos dejaron un modo de ser bastante controvertido. Algunos de esos modos continúan: empecinamientos, modos absurdos, alguna cosa fuera de la realidad. Por otro lado, es bueno que los jóvenes vean esto, que entretengan la mente con algo que tiene que ver definitivamente con nosotros. Cátulo Castillo, Aníbal Troilo y Mariano Mores hicieron de ésta una obrita esencial de la literatura dramática argentina.

–¿Por qué?

–Con un gran poder de síntesis mostraron las desigualdades, las fórmulas abyectas que tenían nuestros mayores. Mostraron a aquellos pobres que no sólo no podían disfrutar de la vida sino que al mismo tiempo sufrían una especie de hostigamiento a su manera de vivir y a su futuro. La obra toca los sentimientos de la gente mayor que se siente representada. Distinto es para las nuevas generaciones, porque en las fórmulas de educación con las cuales nos manejamos esto queda como expresiones de Perogrullo que no tienen razón de ser. No está mal participar de esto, sobre todo darle un poco de estímulo a la hermosa gente que forma la compañía, porque no me metería nunca en una movida que no coincidiera con mi pensamiento. Cuando estudiaba teatro, una de las razones esenciales era saber que el rioplatense había comenzado en un circo, y que los actores y versificadores tenían que compartir el espacio con animales. Los mayores que interpretamos esto, y me pongo primera, somos buenos elefantes que llaman la atención (risas).

–¿Y cuál es el rol de La Memoria en la historia?

–Primero, anticiparle a la gente lo que va a ver. Renglón seguido, participar muda de ciertas escenas que después trasuntan en lo que expresa y canta. Eso no pasaba cuando en vez de La Memoria era El Recuerdo. El Recuerdo a veces hablaba en off; yo quise participar de la escena, aprovechar los nervios de la actriz para observar mejor lo que está pasando en el espacio teatral.

–¿Por qué el sainete se perdió en el tiempo?

–Se han perdido cosas más grandes, más que un estilo dramático, un estilo de interpretación. También conductas, principios, valores. Todo hay que recuperarlo, pero mejor recuperar lo de uno. En el canto lírico es necesario saber interpretar una zarzuela, en este caso pasa lo mismo. El joven no puede, no sabe cómo interesarse, si nunca se le ha mostrado la posibilidad de hacerlo. Cuando nosotros éramos chicos, estudiábamos esto en la escuela primaria. En la escuela secundaria, en Literatura, teníamos que hablar de estas expresiones.

–Lo que sí predomina hoy es la fusión: tango y teatro, tango y circo. ¿Le gusta eso?

–Es bueno. No veo todo porque no tengo la oportunidad, porque trabajo mucho para los derechos de intérpretes, en el departamento internacional, y eso me obliga a estar muchas veces afuera. Me alegré cuando vi que Ana María Stekelman, una gran coreógrafa nuestra y amiga mía, descubrió el tango, con Jazmines. Me entusiasmó que una mujer acostumbrada a hacer coreografías extraordinarias de todo tipo de obra musical se meta dentro del tango para siempre, lo ame profundamente y cree uno de los espectáculos más brillantes de la historia del tango. Lo puso a Miguel Angel Zotto, un bailarín fuera de serie. A través del baile, esos espectáculos daban a entender muchas cosas. El tango tiene tres disciplinas muy importantes en sí mismas: la música instrumental, la danza y el tango-canción. Creo que tenemos que hacer aquel gran espectáculo en el que las tres disciplinas se junten. Así estuvimos, sin querer y entre comillas, separados: el espectáculo Tango Argentino, con la danza; Astor Piazzolla, desde lo instrumental; y yo, modestamente, desde lo cantábile. Todo eso necesita de un compositor actual y moderno que tome ciertas realidades.

Más allá de la memoria

La charla con Rinaldi comenzó en el pasado y termina con la actualidad. La cantante sostiene que es preciso “escribir nuevas obras sobre este presente, a través de estos estilos que hoy se presentan nada más que como memoria”.

–¿Por qué este presente es tan especial como para escribirlo?

–Hay nuevas maneras de lo social, lo político, la justicia. Hay que verlas desde otro lugar, no como totems y dogmas que actúan por sí mismos sino desde el interés del pueblo por las articulaciones maravillosas de nuestra democracia. De eso tiene que conformarse la expresión más clara para el pueblo, un teatro musicado. Siento como nunca que son las generaciones de hoy las que están más que expectantes. No están mirando solamente, están participando. Eso era muy difícil en mi época. Participábamos siempre escondiéndonos, para que no nos acusaran y tildaran de... Esto es maravilloso, una bendición. Agradezco todos los días de mi vida el ver esto. No tanto por mis hijos sino por mis nietos.

–Hace poco hizo declaraciones fuertes al suplemento Soy, respecto de su amor por las mujeres. ¿Cuándo se dio cuenta de que su carrera artística le abría el juego a la escena pública, en la que sus opiniones tienen un peso específico?

–En el primer momento en que interpreté públicamente un tango, por su valor como expresión social. Eso convergía bien con mi tarea de discutidora social. De ahí mi empeño, desde mi primera expresión dentro de un unipersonal, de manifestarme con mayor fuerza. El público aceptó totalmente mi propuesta porque conllevaba la posibilidad de compartir textos en los que lo social tenía siempre una gran importancia. Nunca nadie me eligió un tema, tampoco un texto. Todo lo que dije y digo sobre un escenario es absoluta responsabilidad mía, aunque haya sido escrito por otros autores. Siempre tuve un mismo discurso, como artista y en el ámbito privado.

–El artista tiene una naturaleza narcisista: busca la admiración de los otros. Por decir lo que piensa, usted debe haber cosechado odios por ahí.

–Me pasa hasta el día de hoy: hay gente que me detesta y no sé por qué. Pero es tanta la gente que me quiere. Lo que más me importa es que en ese amor va implícito un respeto inconmensurable. No tengo más que agradecer a la vida. Poco importa que me detesten. Si no me hacía mella cuando tenía veinte años, ¿me va a hacer mella ahora lo que algún estúpido pueda decir? Digo estúpido porque la gente que habla mal de mí es la que no me conoce.

–El patio de La Morocha fue tildada como una obra peronista en su época. No siendo peronista, ¿qué piensa?

–La escribió alguien que, si bien participaba desde lo cultural con el gobierno de Perón, sobre todo del primero, buscaba revalorizar al trabajador, al hombre común y a la mujer. Revalorizar figuras que hacen a nuestra identidad, sobre todo al italiano, luchador y trabajador, enfrentado al rico, que no se llama Verdiales por casualidad sino porque era el único que podía proclamar sus verdades. Imaginemos lo que debe haber sido eso en los ’50. No nos olvidemos de que en el ’55 nos vino, entre comillas, a liberar una revolución libertadora, que vaya a saberse a quién mierda liberó, que nos dejó el estigma de que todo lo anterior estaba equivocado. Y lo anterior estaba relacionado con la inclusión del pobre desgraciado que nunca tenía su oportunidad. Más allá de los descontroles de la época, de las grandes equivocaciones de un peronismo que dejó avanzar fórmulas fascistas que le hicieron tan mal al país, digamos que era lo que se revolvía en los años ‘50. El verdadero pueblo no sólo aplaudía esta obra sino que reconocía en sus intérpretes a aquellos que defendían una identidad que les correspondía.

–¿Cómo lleva esto de apoyar al gobierno nacional y no ser peronista?

–No siento ninguna contradicción. Felicito, amparo y protejo con mi opinión a los que están tratando de instalar imágenes que en aquel viejo peronismo resultaron totalmente contrarias a lo que pregonaban. Si hay algo que no soy es anti-algo. Aunque soy socialista, siento que mis razones sociales y políticas están llevándose adelante. Recuerdo los modelos socialistas que le sirvieron a Perón para instalar en su primer gobierno. Incluso instaló grandes ministros que salían del socialismo. Si todo esto está comenzando a pasar, voy a ser la primera en tratar de detener al que se oponga a lo que está volviendo para bien a nuestra sociedad, que lo requiere.

El camino del teatro

“Mi carrera como actriz es casi desconocida, pero es mi primera manifestación profesional”, sostiene Rinaldi. Comenzó a los diecinueve años, en la Escuela Nacional de Arte Dramático. Trabajó en teatro, cine, televisión y radio. “Fui protagónica casi toda mi vida”, subraya. Su entrada al mundo tanguero fue en La botica del ángel, en 1967. “Mi tarea de actriz me llevó a cantar e interpretar como lo hago”, subraya. Lo último que hizo en teatro, Vino de ciruela –adaptación de Rubén Pires de La edad de la ciruela, de Arístides Vargas–, fue en 2003.

–Si compara sus dos carreras, ¿el camino del teatro fue más fácil?

–En el teatro todo me fue mucho más fácil, quizá por mis grandes maestros, como Antonio Cubil Cabanellas, Osvaldo Bonet o María Herminia Avellaneda, que me llevaron a trascender al teatro y a la televisión. Después vinieron Rodolfo Kuhn, Enrique Carreras o Lucas Demare, que me llevaron a la cinematografía, y grandes estandartes que hicieron posible mi desarrollo dentro de la radiofonía, como Alberto Migré y Elsa Rivas. El ingreso al mundo de la música se me hizo muy difícil, porque la mujer nunca fue demasiado considerada dentro de la expresión popular y había un estigma creado por las compañías internacionales de grabación: la mujer no vendía. Y no se les hacía fácil a los grandes varones del tango el aceptar a una mujer con personalidad. Pero la crítica internacional y el público me dieron fuerza. ¿Cómo será de difícil que el último premio que ha coronado mi tarea, el Grammy que acabo de recibir a la excelencia musical, lo recibo de extranjeros? Agradezco la elección, sobre todo porque ha sido basada en el hecho de que le ha permitido a la mujer, no sólo como intérprete, sino también como autora y compositora, su entrada a la música popular.

–¿Vio la versión original de El patio...?

–No, porque la gente de barrio venía poco a la calle Corrientes. Pero tuve noticias frescas, a través de los actores directamente. Conocí a algunos, como Pedro Maratea. O a la divina Aída Luz, que me ha contado las internas de la obra. Jorge de la Riestra me llamaba la atención, porque había sido un hombre que en cine y teatro siempre había hecho de tipo despreciable. Tenía una voz de un tipo aguardentoso. Toda esa era gente con la que daba gusto hablar.

* El patio de La Morocha se presenta de martes a domingo a las 21 en la carpa de Laprida y Bartolomé Cruz, Vicente López.

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